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Siria: ganadores y perdedores

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OpiniónEl Economista

Quizás la predicción más segura que podemos hacer sobre el futuro es que nos sorprenderá.

George Leonard

El desconcierto que produjo la noticia de la caída de Bachar al- Asad no se relaciona con su vertiginoso desenlace sino con la ausencia de resistencia militar ofrecida por las tropas leales al presidente y la negativa a combatir decidida por los destacamentos iraníes del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica persa y los contingentes libaneses de Hezbolá. La coexistencia de muchos actores en pugna, entre los que se consideran triunfantes, exige evaluar las dimensiones más relevantes. Esos factores remiten, al menos, a tres dimensiones básicas: quiénes son los ganadores, quiénes los perdedores y cuáles las causas que explican la fuga de al-Asad a Moscú.

Las causas más relevantes de la capitulación se explican a partir de cuatro factores. En primer término, el hecho de que las fuerzas leales al gobierno de al-Asad no lograron, en los últimos seis años, recuperar los territorios dominados por los grupos paramilitares insurgentes. Un treinta por ciento de la geografía de Siria fue gobernado desde 2018 por grupos armados, sin que el gobernante alauita pudiera someterlos.

Eso quiere decir que la fragmentación de Siria ya existía desde hace más de un lustro, en el marco de controles territoriales ligados a tres organizaciones político-militares: (a) el Ejército Nacional, aliado de Turquía, con presencia al noreste; (b) las Fuerzas Democráticas kurdas, ubicadas en el noreste, apoyados por Estados Unidos e Israel; y (c) la Organización para la Liberación del Levante (Hayat Tahrir al-Sham, HTS), grupo islamista sunita que ocupó desde 2018 los territorios ubicados en las costas del Mediterráneo. Esta última formación –otrora ligada a Al-Qaeda– es la que lideró la toma de Damasco.

El segundo factor que explica el derrumbe se vincula a la pérdida de confianza de los mandos militares respecto de Al-Asad. Entre la oficialidad se divulgaron los contactos y negociaciones emprendidas con las monarquías del Golfo –protectoras y financiadoras de HTS–, para emplazar el gasoducto Catar-Turquía. El tercer elemento se vincula con el progresivo deterioro de la legitimidad alauita, un colectivo religioso cercano a la tradición chiíta, a la que pertenecía la familia Al-Asad, cuyo porcentaje apenas alcanza el diez por ciento de la población. El hecho de que los Al-Asad hayan gobernado en alianza con la República Islámica de Irán –de tradición chiíta, emparentada con el alauísmo– fue utilizado por las monarquías del Golfo para sembrar la animadversión interreligiosa, postulando un gobierno de conformación sunita, adecuado a la tradición del 80 por ciento de la población siria.

El cuarto elemento fue la decisión por parte de Rusia e Irán de no combatir. La primera porque llegó a un acuerdo con los representantes de HTS acerca de la continuidad de las dos bases que Moscú posee en el Mediterráneo sirio: la bases navales de Tartus y la aérea de Jmeimim. Ambas son relevantes para Vladimir Putin porque vigilan la zona meridional de la OTAN y el Sahel. El compromiso alcanzado entre el nuevo gobierno sirio y Moscú fue admitido por el primer ministro interino del país, de la Organización para la Liberación del Levante (HTS).

En su primera conferencia de prensa, Mohamed al-Bashir declaró que “Las nuevas autoridades decidirían la cuestión de las bases militares rusas desde el punto de vista de los beneficios e intereses de Siria y Rusia.” En esa misma presentación ante los medios, al referirse a la base de Estado Unidos ubicada en Al-Tanf, en el sureste del país, señaló que esa será una decisión única de los sirios. Por su parte, la desidia de las fuerzas militares controladas por la República islámica de Irán –Hezbolá y la Guardia Revolucionaria Islámica (CGRI)– fue sin duda el resultado de la creciente desconfianza de los persas respecto a Assad. Se lo acusó de negociar con los sauditas y actuar con indolencia ante los repetidos bombardeos aéreos de Israel contra las tropas iraníes acantonadas en los alrededores de Damasco.

En el tablero actual se observan ganadores provisorios, dado que algunos de ellos tienen objetivos opuestos. Turquía obtiene una clara victoria al extender su frontera sunita contra kurdos, alauitas y chiitas. La Rojava kurda –apoyada por Estados Unidos e Israel–se ve liberada de Al-Asad, pero al mismo tiempo arrinconada por las fuerzas aliadas a Recep Erdoğan, resueltas a impedir su vinculación con el Kurdistán noroccidental ubicado en el este de Anatolia.

Los kurdos son un pueblo lingüístico de 35 millones de personas, ubicado entre Siria, Irak, Turquía e Irán. El otro gran ganador es Israel, porque logró cortar momentáneamente la ruta desde Teherán hacia el Líbano sin modificar su acuerdo con Moscú: Tel Aviv cumplió su parte al no enviar armas a Ucrania –especialmente su “cúpula misilística de hierro”– y la Federación omitió entrometerse en las incursiones aéreas sobre Siria. El resto de los ganadores son las monarquías del Golfo y Estados Unidos, que lograron debilitar a la República Islámica de Irán.

“Divide y triunfaras” es una frase atribuida al emperador romano Julio César, referida al mecanismo de dominación utilizado para conquistar territorios, previamente debilitados, fragilizados o devastados. En la etapa actual, de crisis del orden global, el atlantismo insiste en fragmentar o configurar “estados fallidos” para impedirles sumarse a los cambios de descolonización planteados por los BRICS+ y el Sur Global.

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