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La injusta lealtad

L.M. Oliveira
El viernes 3 de octubre la dirigente nacional de Morena, Luisa María Alcalde, según reporte de Infobae: «hizo énfasis en tratar las diferencias al interior de Morena, “ni modo que en este movimiento haya pensamiento único, sería ridículo... esas diferencias es hacerle el ‘caldo gordo’ a la derecha si las estamos exhibiendo”». Pidió lealtad.
La lealtad es consustancial a la amistad: no hay amistad sin disposición estable a sostener al otro con confianza, fidelidad y pequeños sacrificios. Lo mismo ocurre en nuestras relaciones cercanas, que generan obligaciones especiales (familia, pareja, coautores, colegas); ahí la lealtad es el cemento que prioriza, guarda confidencias y sostiene promesas. Por eso la lealtad importa: mantiene redes de cuidado, hace viables los proyectos comunes y nutre la cooperación institucional. Sin embargo, la lealtad tiene límites; uno muy claro, la injusticia. Por ejemplo, cuando el miembro de un comité de contratación favorece a un primo “por lealtad familiar” y no al mejor candidato: aquí la lealtad rompe el deber de imparcialidad y menoscaba el mérito (pasa lo mismo con el nepotismo en el gobierno). En un hospital, un equipo silencia una mala praxis para “no traicionar al colega” (igual que solapar corruptos); esa lealtad corporativa daña a terceros y viola la rendición de cuentas. En el Congreso, un legislador vota disciplinadamente una ley que sabe perjudicial “por lealtad de partido”, como hacen muchos legisladores en contradicción con su deber de representación y la razón pública.
La lealtad es una virtud adecuada hasta que se topa con la injusticia, entonces se debe dejar atrás y ser justo (dar a cada quien lo que es debido, definido por criterios públicos y garantizado por procedimientos imparciales). En México, por ejemplo, cada tanto aparece una madre que denuncia a su hijo delincuente. Y muchas veces lo hace llorando y con dolor. Sin duda es más fácil la lealtad, es parte de nuestra condición tribal (Greene), pero lo moralmente correcto es optar por la justicia, al menos en la mayoría de los casos. No habrá gobierno moral mientras no se persigan los valores más elevados según la razón.


