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La IA por sí sola no salvará el planeta
Cuando los líderes y ejecutivos se reúnen para la reunión anual del Foro Económico Mundial en Davos, deben reconocer que la inteligencia artificial no es una panacea para el cambio climático. Para aprovechar el potencial de estas herramientas avanzadas, deben combinarse con los conocimientos de los pueblos indígenas, las comunidades locales y los actores del sector privado.

Artificial intelligence Robot Holding planet Earth isolated on white background with clipping path, 3d rendering, Elements of this image furnished by NASA
GINEBRA – La reunión del Foro Económico Mundial de Davos de este año, donde los participantes discutirán el tema «Colaboración para la Era Inteligente», llega en un momento crítico para el planeta. Los ecosistemas sufren la presión del cambio climático, y el equilibrio de los ciclos interconectados de los que dependen la disponibilidad de agua dulce, la humedad del suelo, la salud de los océanos y el crecimiento de las plantas se deteriora a un ritmo alarmante.
Desde 1990 se han perdido al menos 420 millones de hectáreas de bosques en todo el mundo, lo que acelera la pérdida de biodiversidad y aumenta la volatilidad climática. Los recursos de agua dulce han disminuido con tanta rapidez (como resultado del aumento de temperaturas, la mala gestión de las aguas subterráneas, la intrusión salina, la contaminación, la degradación del suelo y el aumento de la densidad de población) que se prevé que en 2030 la demanda será un 40% superior a la oferta. Y entre 1970 y 2020, la población de animales salvajes en hábitats de agua dulce se redujo un por ciento.
La paradoja es que seguimos degradando los sistemas de los que depende la vida en la Tierra, aunque conocemos su fragilidad mejor que nunca. Y en la búsqueda de soluciones, tendemos a buscar una panacea en la tecnología (sobre todo la inteligencia artificial). Pero la IA por sí sola no puede salvar el planeta. Por el contrario, la IA debe complementar (no sustituir) las capacidades humanas, ya que es el único modo de que alcance todo su potencial.
Los modelos de IA pueden identificar patrones en los datos, pero les falta un contexto importante, porque es común que esos datos sean incompletos o sesgados. Aquí es donde entra en juego la «inteligencia aumentada», que combina la potencia de los algoritmos con el conocimiento humano y la experiencia vivida, para que estas herramientas avanzadas tengan en cuenta las consideraciones culturales, económicas y ecológicas.
Por ejemplo, las comunidades indígenas llevan siglos observando el medioambiente y los ciclos naturales, y han aprendido así a gestionar los recursos de forma sostenible. Esta experiencia puede revelar tendencias sutiles que son invisibles para los datos, de modo tal que la tecnología esté al servicio de las necesidades reales. En Canadá, la combinación del conocimiento indígena con los datos científicos permitió obtener una imagen más exacta de las poblaciones de osos polares en los Territorios del Noroeste; y un modelo basado en IA atento a esos conocimientos tradicionales ayudó a las comunidades inuit del Ártico a identificar nuevos sitios de pesca en un contexto de cambio de las condiciones climáticas.
Pero no sólo las poblaciones indígenas son poseedoras de conocimientos valiosos. Cada vez que las comunidades locales y los actores privados (desde pequeños agricultores hasta multinacionales) responden a sequías, adoptan prácticas de agricultura regenerativa, invierten en proyectos de biodiversidad y descarbonizan las cadenas de suministro, están acumulando un acervo de datos locales específicos. Compartir estos conocimientos (que reflejan tradiciones culturales y realidades económicas y se enriquecen por la capacidad de juicio de los seres humanos) fortalece los datos en que se basan los modelos de IA. De este modo, los humanos aprenden de las máquinas y viceversa, y se crea un ciclo de retroalimentación que genera soluciones más eficaces.
La apertura alienta la confianza, lo que a su vez acelera la adopción y el perfeccionamiento de las herramientas de IA. No pasará mucho antes de que la disposición a compartir datos, ideas e innovaciones se vea como una señal de liderazgo y prestigio, y no como un riesgo. Quienes promuevan el uso compartido de datos facilitarán el avance colectivo y ejemplificarán la cooperación y la sabiduría que necesitamos como guía hacia un planeta seguro y saludable.
La inteligencia aumentada debe estar en el centro de las estrategias mundiales para la conservación de la biodiversidad y la mitigación y adaptación frente al cambio climático. Para los gobiernos, esto incluye tomar medidas que conecten a los innovadores digitales con los custodios locales del medioambiente. Para las empresas, alinear las inversiones con objetivos favorables a la naturaleza y compartir el conocimiento así obtenido. Para los innovadores, crear herramientas accesibles que tengan en cuenta los contextos culturales y la opinión de las comunidades, para pasar de intervenciones centralizadas dirigistas a esfuerzos ágiles, receptivos y colaborativos.
La dirigencia política y empresarial que se reunirá en Davos debe reconocer que la tecnología no es una panacea contra el cambio climático y la pérdida de biodiversidad. Sin orientación provista por seres humanos (reforzada por nuestra capacidad de empatía, comprensión cultural y razonamiento ético) será imposible liberar el potencial de la IA. En la Era Inteligente, la combinación de herramientas avanzadas con la experiencia vivida nos permitirá superar la mentalidad de suma cero que enfrenta a las personas con las máquinas.
El autor
Yana Gevorgyan dirige la secretaría del Grupo de Observación de la Tierra.
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