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Opinión

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Hacienda

Una de las funciones principales de toda Secretaría o Ministerio de Hacienda, es obtener ingresos suficientes para que el gobierno en turno pueda cumplir con sus obligaciones y proyectos que beneficien a la mayor cantidad posible de personas en determinado país. También es su responsabilidad ejercer ese gasto de manera tal que exista la rendición de cuentas necesaria por parte de todos aquellos que reciban ese dinero público.

Todo encargado de la hacienda pública vive una presión cotidiana por parte de su jefe, el presidente o primer ministro, quien está interesado en ejercer el poder con tantos recursos como pueda conseguir de donde sea, ya sea impuestos, ingresos de las empresas del estado, o préstamos que en algún momento habrá que pagar.

Después de las experiencias trágicas de Echeverría y López Portillo, donde el gasto público terminó por rebasar los límites de la capacidad de pago del país y con ello provocó un crisis inflacionaria que destruyó el nivel de vida de millones de mexicanos, la obligación de mantener finanzas sanas se convirtió en un dogma inamovible incluso cuando Salinas y Zedillo provocaron irresponsablemente una crisis temporal que fue resuelta con relativa rapidez.

Tanto Fox como Calderón y Peña se ciñeron a ese principio de ortodoxia, dejando recursos suficientes para que sus respectivas sucesiones no tuvieran que vivir problemas de insuficiencia financiera. Y fue esto lo que aprovechó López Obrador para echar a andar su proyecto populista. Su primer secretario de Hacienda, Carlos Urzúa, comprendió rápidamente que el proyecto de la 4T no tenía viabilidad alguna y renunció en consecuencia.

La idea de acabar con fideicomisos, saquear el dinero asignado al Seguro Popular y finalmente endeudarse al límite en año electoral, fue una orden de AMLO a Rogelio Ramírez de la O, quien hizo malabares para cumplir con ella y al mismo tiempo evitar una crisis que iniciaría con la degradación de la calidad crediticia de México por parte de las calificadoras.

Un déficit de casi 6% del PIB con un crecimiento prácticamente nulo, pone al nuevo Secretario de Hacienda, Edgar Amador Zamora, al frente de un barco metido en una tormenta que se avecina a pesar de su negación por parte del funcionarios del ramo. El mejor Secretario de Hacienda es el que tiene el valor de decirle a su jefe que sus ocurrencias no son posibles por no ser rentables ni económica ni socialmente.

Pero todavía más, el funcionario que convenza a la presidenta de dar un golpe de timón para evadir la tormenta y llevar a buen puerto la nave, será quien pueda aparecer como el salvador de un país que a pesar de su enorme potencial económico, se dirige sin temor alguno hacia el fondo del océano. Los números no mienten, los políticos sí.

Ezra Shabot Askenazi es Licenciado en Ciencias Políticas y Administración Pública por la Universidad Nacional Autónoma de México. Analista político y catedrático universitario con 22 años de trayectoria en la UNAM. Como académico ha sido jefe del Departamento de Ciencias Sociales y Jefe de Planeación Académica en la Escuela Nacional de Estudios Profesionales (ENEP) Acatlán.

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