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La Fuerza de la Hispanidad

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OpiniónEl Economista

Cada 12 de octubre vuelve el debate aquí y allá. Lo que durante siglos fue una fecha de celebración de la unidad cultural entre España y América, hoy se ha convertido en un campo de batalla ideológico. El Día de la Raza, o de la Hispanidad, antes símbolo de una historia compartida, es ahora cuestionado, tachado de vergonzoso, centro de disputa y hasta objeto de censura. Se le ha querido reducir a una conmemoración colonial, olvidando que la historia, como toda obra humana, tiene luces y sombras, siendo estas últimas las que más prevalecen. 

No se puede negar que la conquista de América trajo dolor, barbarie y sufrimiento, como ha ocurrido en todas las expansiones imperiales a lo largo de los siglos. Pero antes de juzgar, se debe reconocer que ni España es hoy el Reino de Castilla y Aragón de entonces, ni las nacionesiberoamericanas son los pueblos originarios de aquel tiempo. Las civilizaciones evolucionan, se transforman y se entrelazan.

El Imperio español, no solo conquistó territorios en una búsqueda implacable de expansión y oro. También fundó universidades, iglesias, hospitales, instituciones y monumentos. Legó una lengua común, una religión, literatura, cultura, y en general una visión compartida del mundo. La herencia cultural hispana pertenece por igual a ambas orillas del Atlántico. Es tan nuestra la obra de Cervantes como la de Octavio Paz, tan nuestro el vino como el cacao.

Vale la pena recordar, que la monarquía española fue pionera en reconocer los derechos de los pueblos indígenas. Las Leyes Nuevas de 1542, promulgadas por Carlos I, prohibieron la esclavitud y el trabajo forzado, y declararon a los indígenas vasallos libres de la Corona, no siervos o esclavos. Fue un acto jurídico sin precedentes en una época en la que otras potencias europeas esclavizaban sin remordimiento, como también lo fue el hecho que los españoles se mezclaran con los pueblos indígenas y dieran a sus hijos su apellido, reconocimiento y herencia.

España sin duda no fue la misma antes y después de su presencia en las colonias americanas. La influencia que el pensamiento novohispano tuvo la Europa continental es un campo amplísimo del que se habla poco. Ante este vaivén cultural podemos hablar sin duda de una historia común, una identidad compartida y un ethos que, aunque cause controversia, sigue uniendo a España con Iberoamérica.

Resulta curioso que España reconozca con orgullo la influencia árabe tras ocho siglos de presencia en la península, celebrando su legado arquitectónico, lingüístico y científico, pero se avergüence de su propia huella en América. Así como la herencia andalusí forma parte inseparable de la identidad española, también la hispanoamericana debería asumirse como motivo de orgullo e interés y no solo de culpa.

Quienes rechazan la conmemoración, suelen caer en el error de juzgar el pasado con los valores del presente. Pretenden aplicar estándares éticos, políticos y sociales modernos a hechos que ocurrieron hace más de quinientos años sin perspectiva histórica. Quienes juzgan la historia bajo este lente olvidan también que un pasado compartido nos regala un entendimiento común que no se juega en el terreno de la ideología ni la academia, sino en el día a día de quienes vemos en Iberoamérica una extensión de nuestra patria.

Como mexicano viviendo fuera de mi país puedo presumir que, más allá de las fronteras políticas, mi relación con amigos peruanos, españoles o venezolanos es más cercana y entrañable justamente porque compartimos un bagaje cultural muy similar, una historia que entendemos a veces sin demasiadas palabras. ¿No es eso digno de celebrar?

Como conclusión, la Hispanidad no es una ideología, una nostalgia imperial o un desfile militar. Es, ante todo, una comunidad viva de pueblos que comparten pasado, presente y futuro; idioma, cultura y alma. Reconocerlo no es negar los errores de la historia, sino aceptar la complejidad de una herencia que nos une. Replantear la Hispanidad es defender el valor de la historia, la riqueza del mestizaje y la fuerza de una lengua que, cinco siglos después, sigue tendiendo puentes entre continentes y generaciones.

*Santiago Sierra es Director asociado de IE University School of Politics, Economics and Global Affairs.

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