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Opinión

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Más de cien años de la niñez a la infancia

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Foto: Especial

La niñez, dijo el poeta Rainer María Rilke, es la verdadera patria del hombre. En cada niño nace la humanidad, escribió Jacinto Benavente; la madre Teresa de Calcuta, al referirse a ellos solía decir que los niños eran como las estrellas, pues nunca había demasiados. Aquello del escritor inglés G.K. Chesterton, escribiendo que “lo extraordinario de la infancia es que cualquier cosa en ella es maravillosa”, palidece ante perlas del refranero nacional como “el que con niños se acuesta… que con su pan se lo coma” o al lado de la sabiduría popular nacional que advierte: “el que desde niño es guaje, hasta acocote no para”.

Sin embargo, y a pesar de cualquier frase, todavía es verdad que donde hay niños existe la Edad de Oro, que los infantes siguen llevando sobre sus espaldas la carga de ser la esperanza del mundo y que desde hace muchísimo tiempo se acordó que debería existir un día especial para celebrarlos. La historia –como si de un cuento infantil se tratara–  tiene varias versiones. Algunas afirman que fue en 1800 cuando, a instancias de la señorita Eglantine Jeff, fundadora de la Unión Internacional para el Bienestar del Niño y la Caja Británica de Ayuda al Niño, se habló por primera vez del festejo y los derechos del niño. Otras juran que la fecha no existió hasta que tales derechos se asentaron en la Declaración de Ginebra bajo el título de “Declaración de los Derechos del Niño”, cuando se acordó dedicar un día específico para su reconocimiento y festejo. Para variar, la responsabilidad de sugerir la fecha precisa de la infantil jornada recayó en la Asamblea General de las Naciones Unidas, pero el camino fue dilatado y largo. En 1954 recomendó que se instituyera en todos los países un Día Universal del Niño y sugirió como fecha el 20 de noviembre, coincidiendo con la aprobación de la Declaración de los Derechos del Niño. En 1959 volvió a insistir con noviembre y también en 1989, pero la suerte estaba echada, la efeméride comprometida y los festejos para los niños ya se llevaban a cabo, sobre todo en Latinoamérica. Bolivia, por ejemplo, decidió celebrar a los niños el 12 de abril; Colombia, el último sábado del mismo mes; Paraguay, hasta 31 de mayo; Venezuela, el tercer domingo de junio; Uruguay el 9 de agosto y Argentina, el segundo domingo, también de agosto. (Todo lo anterior, lector querido, sólo para que quede claro que niños hay en todo el mundo, en todas partes se cuecen habas y el respeto al derecho ajeno no tiene fecha en el calendario).

En el caso de nuestro país no hubo mucho que argumentar: el 20 de noviembre se seguiría conmemorando el aniversario de la Revolución y el general Álvaro Obregón, atendiendo al consejo de José Vasconcelos, titular de su Ministerio de Educación, designaría, en 1924, el 30 de abril como Día del Niño, festejo que habría de celebrarse cada año en todo el territorio mexicano.

No podemos olvidar que, a pesar de tal decreto, en cien años, no sólo las celebraciones por el Dia del Niño han cambiado, sino también las maneras de designar al festejo y a los niños: desde Día Universal del Niño, pasando por el simple Dia del Niño, hasta el gramaticalmente incorrecto – pero aprobado por el lenguaje inclusivo– Día del Niño y de la Niña, sin olvidar el incomprensible Día de las Infancias, muy de moda hace algún tiempo.

Poco importa la palabrería, irrelevante si hay festival, kermesse o regalitos. La crianza y la celebración son importantes porque nuestra función como adultos frente a ellos incluye darles el ejemplo, hacerlos felices, formarlos como personas aptas para decidir por sí mismos, protegerlos y procurar que lleven la mejor vida posible. Nada fácil y da miedo.

Sin embargo, para celebrarlos bien, bastaría con respetar los inalienables derechos que enlisto a continuación: Derecho a la vida, a la supervivencia y al desarrollo, Derecho de prioridad; Derecho a la identidad; Derecho a vivir en familia; Derecho a la igualdad sustantiva; Derecho a no ser discriminado; Derecho a vivir en condiciones de bienestar y a un sano desarrollo integral; Derecho a una vida libre de violencia y a la integridad personal; Derecho a la protección de la salud y a la seguridad social; Derecho a la inclusión de niñas, niños y adolescentes con discapacidad; Derecho a la educación; Derecho al descanso y al esparcimiento; Derecho a la libertad de convicciones éticas, pensamiento, conciencia, religión y cultura; Derecho a la libertad de expresión y de acceso a la información; Derecho de participación; Derecho de asociación y Reunión; Derecho a la intimidad; Derecho a la seguridad jurídica y al debido proceso; Derecho de acceso a las tecnologías de la información y comunicación, así como a los servicios de radiodifusión y telecomunicaciones, incluido el de banda ancha e Internet.

Ya lo dijo Graham Greene: siempre hay un momento en la infancia, cuando la puerta se abre y deja al futuro salir. Si detrás de tal puerta hubo respeto a sus derechos, esa patria que es la infancia habrá sido la mejor de todas (y eso hay que celebrarlo siempre).

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