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Fiebre de la independencia (Primer Acto)
Llevo seis meses sin fumar y los dioses, o los diablos, de la nicotina me están castigando con enfermedades y malestares que durante mis 50 años de fumador jamás padecí. Y lo peor es que aunque hay momentos del día en que se me antoja fumar mi conciencia me dice que no debo hacerlo si quiero tener una aceptable calidad de vida cuando sea anciano -aquí tocan a la puerta-. (Finjo sordera y no abro).
En estos seis meses de abstinencia de las 4,000 sustancias tóxicas del cigarrillo, he tenido una prostatitis; mareos al acostarme y al levantarme: producto de la mala circulación de la sangre en el oído; la ciática de la que ya les platiqué y, con el de anoche, cinco ataques de tos constante -me paso la noche tosiendo-, en mi época de fumador sólo tosía de vez en cuando, al despertar. (La tos se me quitaba con el primer cigarro del día).
A lo anterior agréguele que el acceso carrasposo de anoche vino acompañado por el reflujo gástrico, viejo padecimiento que reapareció a consecuencia de la desmesurada ingesta de galletas, queso, jamón serrano y helado durante la transmisión del partido México-Costa Rica. Si usted lo vio entenderá lo que comí si le digo que cada vez que el árbitro jamaiquino no se atrevía a sacar una tarjeta, me comía yo un bocadillo. Lo mismo hice cuando el primer actor y arquero visitante, Navas, fingía estar lastimado.
Por la fecha en que será publicada mi colaboración -si me da tiempo de entregarla- pensé hacer algo alusivo al Día de la Independencia. Jorge Ibargüengoitia escribió una pieza para teatro: La Conspiración vendida, que trata el tema, releerla con la intención de ver si basado en ella -sin caer en el síndrome de Alatriste- hacía yo una versión paródica.
Pero el futbol ya iba a empezar.
Decidí no trabajar sino poner el despertador a las 5 de la mañana, trabajaré a esa hora -es decir releeré la obra de la que no me acuerdo ni madres .
Afortunadamente cuando voy a trabajar temprano, duermo en mi estudio. Habré dormido una hora cuando inicia el concierto de expectoración y flemas -allegro ma non troppo-. Cada flema me lleva al baño. Al concierto se agrega el susodicho reflujo gástrico -allegro assai-. Sólo les contaré a los lectores -si a estas alturas siguen conmigo- que entre las flemas y el reflujo tuve que permanecer en el baño el resto de la noche.
A las 6:30 de la mañana ya no tenía reflujo, pero la tos no cedía. Llevé a mi hijo a la parada del transporte escolar. Cuando regresé, la tos había aminorado, lo que me permitió releer la obra. Me acosté para pensar qué podría yo escribir a partir de lo leído. En la duermevela un alud de ideas atrapó mi pensamiento: Escenas muy locas. Todo a partir de lo que recién leí. En eso llegó Alicia, mi Corregidora particular, me tocó la frente y me dijo: Tienes fiebre . Estaba yo tan a gusto que le dije: No importa, sírveme igual . Tienes una infección. Tómate esto . Me dio dos pastillas. A los 10 minutos me dormí. Me desperté a las 2 de la tarde. Casi no recuerdo nada de las ocurrencias: producto de la fiebre. Me senté a escribir. Traté de recordar algo. Aquí les va una especie de primer acto.
Tercera llamada
La escena es en la casa de Epigmenio González en Querétaro, su ayudante Benito está guardando cajas con armas en el sótano.
BENITO.- Mire usted patrón. Son de primera.
GONZÁLEZ.- Más vale que sea así. ¿Dónde las conseguiste?
BENITO.- Pos por ahí. Aproveché una oferta del operativo Rápido y Furioso. Se las compré a unos pinches güeros quesque de la ATF, del FBI o de la DEA.
GONZÁLEZ.- El que se ladea eres tú con lo que te metiste. Guárdalas. Voy a la casa del Corregidor Domínguez.
Sale González. Benito tiene en su mano un cigarro de marihuana al que le da una fumada y aguantando el humo dice para sí.
BENITO.- Pura cola de borrego. Chingo a mi madre si con dos toques de ésta no convenzo al Pípila de incendiar la Alhóndiga.
Oscuro. Luz: En la casa del Corregidor Domínguez están éste, acompañado del Capitán Arias. Entra González. Se saludan.
ARIAS.- ¿Cómo va su comisión?
GONZÁLEZ.- A toda madre. El Benito ya consiguió las armas.
ARIAS.- ¿Qué hará con las armas?
GONZÁLEZ.- Entregarlas al pueblo.
ARIAS.- ¿Sabe usted que harán con ellas? Irán corriendo a chingar su compadre.
CORREGIDOR.- ¿Qué remedio? Es un riesgo que hay que tomar...
Entra doña Josefa con charola y cafetera. En la mesa cercana ya hay tazas.
DOÑA JOSEFA.- (Habla como fresa) Además para que no haya pedo vamos a armar también a los compadres goey...
Entran Hidalgo, Allende y Juan Aldama. Todos saludan menos el Capitán Aldama que es nuevo en la tertulia.
ALLENDE.- Quiero presentarles al Capitán Aldama, del Regimiento de la Reina.
CORREGIDOR.- ¿Va usted a unirse a la conjura?.
ALDAMA.- A huevo, hay que independizarnos de España.
HIDALGO.- Como Cataluña, pero sin reconocer al Rey.
DOÑA JOSEFA.- Al Rey lo mandaremos a cazar elefantes en la chingada.
ARIAS.- Tendrá que esperarse a que la desocupe López Obrador que se va a tomar un descanso para después seguir chingando.
ALDAMA.- Por lo que usted dice Capitán Arias veo que el Peje no le simpatiza...
DOÑA JOSEFA (Interviene para que no se peleen)- Mira caón, Arias está con el movimiento. Una de sus hijas que va al colegio de las Teresianas es del 132 goey... Mejor tómate un café.
ALDAMA.- Saco en conclusión Arias que usted es puro pájaro nalgón. (Burlón) ¡Ay me da miedo!
ALLENDE.- Ustedes perdonarán al Capitán Aldama, pero es de León, Guanajuato su trato con los zapateros lo ha vuelto mal hablado y alburero.
GONZÁLEZ. Así que tu eres de la tierra del zapato y el cuero...
ALDAMA.- No juegues, amigo...
DOÑA JOSEFA.- (Quiere llevar la fiesta en paz) A ver si la próxima vez que vayas a tu tierra me trae unos zapatos para andar cómoda, los que tengo me aprietan y luego me duelen las piernas.
ALDAMA.- Le van tocando diana.
HIDALGO.- Está bien capitán ya demostró usted ser alburero. Yo con usted no compito porque me agarra la delantera. ¿Qué han sabido ustedes del Canónigo Cepeda?
DOÑA JOSEFA.- Dicen que don Onésimo no pasará la noche.
CORREGIDOR.- Se encuentra moribundo. Me preocupa por qué el Canónigo Onésimo Cepeda está enterado de nuestra conspiración.
Todos ponen cara de preocupación. Oscuro. Luz en el lecho del canónigo que gesticula al hablar. Con él está un médico.
CANÓNIGO.- Doctor, sé que pronto moriré. Dígame qué tengo.
MÉDICO.- Tiene usted semen retenido por falta de actividad sexual. Se lo diré en latín: Semen retentum venenum est. ¿Cómo le caería una buena chamacona?
Entra el Padre Gil, esto impide la respuesta del canónigo Cepeda que asiente a la pregunta del clérigo.
P. GIL.- ¿Me mandó llamar don Onésimo? Va usted a confesarse. Qué bueno porque con los millones de dólares que, dicen las malas lenguas, usted le quitó a la señora Olga no se puede entrar al cielo.
CANÓNIGO.- Más que una confesión es una denuncia. Necesito dos testigos,
El médico va a la puerta y grita.
MÉDICO.- ¡Qué pasen los testigos!
Pasa un señor desconocido y el Capitán Arias. Don Onésimo ad lib confesará la conjura de la que ha formado parte. Pero como está arrepentido por fidelidad al Rey y a la Santa Madre Iglesia la denuncia. Los testigos y el Padre Gil salen. El médico vuelve a lo suyo.
MÉDICO.- Don Onésimo conteste con franqueza ¿cómo le caería una chava? Con eso usted se va a aliviar. Yo sé lo que le digo.
CANÓNIGO.- Esta bien, pero con tres condiciones: La primera discreción absoluta. Segunda: Que no se enteré su Excelencia el Obispo Rivera y Queipo. Y tercera: ¡Que tenga unas chichotas!
Telón. Primera llamada para la continuación el martes.