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Papa Francisco, más que un nombre, un proyecto
Por prudencia, el cardenal jesuita Jorge Mario Bergoglio decidió no llamarse Ignacio, como el fundador de esa orden. En cambio eligió un nombre que engloba una doctrina de cercanía con los pobres, de austeridad, pero también de férrea defensa a los valores cristianos.

Detrás del pomposo Habemus Papam asoma el rostro de un párroco afable y sencillo: el jesuita argentino Jorge Mario Bergoglio, primer Papa no europeo en 1,200 años, el nuevo guía espiritual de más de 1,000 millones de católicos en el mundo.
El eminentísimo y reverendísimo señor, Don Jorge Mario, cardenal de la Santa Iglesia Romana, Bergoglio , como reza la fórmula que lo proclamó nuevo sucesor de Pedro, ha decidido llamarse simplemente Francisco, en memoria del santo pobre de Asís.
Su prudencia le impidió llamarse Ignacio, como el fundador de la orden jesuita, a la que pertenece desde 1958. Hacerlo se hubiera leído como un signo de soberbia y habría insinuado superioridad de la Compañía de Jesús sobre las demás congregaciones religiosas, de cuyo líder mundial se ha dicho desde siempre que es el Papa Negro.
Habría significado una afrenta a los obispos, una especie de revancha de los jesuitas por los ataques y el silencio impuestos por el cardenal Joseph Ratzinger, cuando fue guardián de la doctrina católica, y por Juan Pablo II durante casi tres décadas.
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Para el teólogo Leonardo Boff, ex fraile silenciado por El Vaticano y orillado a dejar su sacerdocio en los noventa, Francisco no es un nombre, es un proyecto de la Iglesia, pobre, sencilla, evangélica y desprovista de todo poder y considera que el nuevo Papa tiene en mente una iglesia fuera de los palacios y de los símbolos del poder.
Y ha dado muestras de ello. Aparece en el balcón vestido solo con sotana blanca, sin ínfulas y sin la muceta púrpura con bordados dorados, sonriente, diciendo buenas noches y que le habían ido a buscar casi hasta el fin del mundo ; pidiendo una plegaria para su antecesor Benedicto XVI y una bendición popular para él mismo, antes de impartir la tradicional Urbi et Orbe a toda la cristiandad.
Luego hizo un guiño que no debió pasar inadvertido para los teólogos de la Liberación, los más críticos de los últimos dos papados, partidarios de la opción por los pobres, que piden la democratización de la iglesia y que el Papa se asuma el primero entre iguales y no como monarca absoluto rodeado de un halo divino.
El Papa Francisco se reconoció llanamente como el obispo de Roma, quien preside en la caridad a todas las iglesias . A un lado dejó lo de Sumo Pontífice y los títulos nobiliarios que se le han ido agregando a la silla de Pedro a través de los siglos.
Un gesto que marca el estilo de su pontificado fue la inclinación para pedir la bendición de quienes llenaban la Plaza de San Pedro antes de bendecirlos, dando centralidad a los fieles, algo que había sido señalado por el Concilio Vaticano II, y que sus antecesores dejaron en el olvido.
Su capacidad diplomática y su sencillez anuncian que no será tiempo de revanchas, que viene a dialogar con todos, a restablecer la unidad; preconiza un papado breve tiene 76 años- pero incluyente, amoroso y humilde.
LA OTRA CARA DE FRANCISCO
Pero detrás de la sonrisa bonachona del Papa Francisco se oculta un hombre de contrastes. Jorge Mario Bergoglio puede ser lo más mundano que se quiera, aficionado al futbol, hincha le dicen en su natal Argentina, pero es férreo en la defensa de la doctrina tradicional de la Iglesia y un hombre de poder , según dicen en su tierra.
José Ignacio González Faus, jesuita español cree que los temores sobre el nuevo Papa vienen más de su época de jesuita y las esperanzas de su paso por el Arzobispado de Buenos Aires.
Es globalifóbico pero anticomunista. Sus adversarios le acusan por lo menos de connivencia con la dictadura militar que gobernó mientras él era el superior provincial de los jesuitas en Argentina, de 1973 a 1979. Sin embargo, más tarde, cuando fue obispo también apoyó la religiosidad popular, y fue cercano a los curas que vivían insertos en las comunidades a las que servían (los llamados curas villeros), la Iglesia de los Pobres, como se denomina el sector de izquierda de la iglesia católica, extendida sobre todo en América Latina.
Es sensible y progresista ante los problemas sociales y en materia de derechos humanos, pero reticente e incluso contrario a los reclamos de ordenar mujeres al sacerdocio o de aprobar el matrimonio entre homosexuales, o la suspensión del embarazo, o del celibato sacerdotal optativo.
Como obispo se opuso siempre al aborto pero defendió el derecho de las madres solteras a bautizar a sus hijos, e incluso llamó hipócritas a los curas que se negaban a brindarles el sacramento.
Pese a su conocido antagonismo con los Kichner, gobernantes de izquierda en Argentina, parece más pastor que político. El hombre que hasta hace una semana todavía hacía su cama, en un modesto departamento de la oficina donde despachaba los asuntos de su diócesis, se ve más interesado en reavivar el contenido de la fe que en sanear y velar por las finanzas de El Vaticano.
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Una carta enviada por el padre general de los jesuitas, Adolfo Nicolás, horas después de su elección, desde la residencia oficial de Borgo Santo Spirito, a unos metros de los aposentos papales, parece confirmar este perfil y esbozar lo que de él esperan sus hermanos de la orden de Ignacio de Loyola: El nombre de Francisco, con que desde ahora le conocemos, nos evoca su espíritu evangélico de cercanía a los pobres, su identificación con el pueblo sencillo y su compromiso con la renovación de la iglesia .
Sin embargo, en Argentina, donde mejor le conocen, su elección ha suscitado encontradas reacciones. Óscar Campana, profesor de Teología en Buenos Aires lo define así: Su austeridad personal, indiscutible, siempre ha convivido con una decidida y sostenida búsqueda del poder, primero en su congregación, luego en la Iglesia argentina y universal. Bergoglio es un estratega y un político, como hace mucho no había en nuestra Iglesia. Pero parece que ahora todas las virtudes se reducen a una sola, olvidando que los pecados capitales son siete.
Como sea, con la elección de Jorge Mario Bergoglio, un obispo de América Latina, se han mandado varios mensajes al mundo:
1. Que Europa ha dejado de ser el centro del catolicismo, que el futuro de la Iglesia está en los países del Tercer Mundo donde vive el 60% de los católicos.
2. Los cardenales han optado nuevamente por un Papa de transición, pero lo suficientemente sano y fuerte para enfrentar los retos inmediatos más urgentes: recuperar la credibilidad en la Iglesia (es decir, desterrar la escandalosa corrupción eclesial en el terreno moral y financiero) restituir la esperanza de los católicos progresistas y detener el éxodo de los millones de feligreses que han desertado para ir a poblar las sectas cristianas que crecen sin parar en el subcontinente.
3. Han elegido a un hombre que va dialogar con el mundo pero que no necesariamente seguirá sus pasos. Un Papa que será abierto y cercano a los pobres, pero que no cederá demasiado en materia de ética sexual, celibato y ni en replantear el papel de la mujer en la Iglesia. En cambio se espera una condena fuerte a los abusos sexuales, como ya ocurrió con el cardenal Bernard Law.
4. Francisco, por su parte, que prefiere el autobús a la limusina, ha querido decir, con la elección de ese nombre, que la austeridad religiosa frente a la ostentación y el lujo actuales debe ser un valor fundamental en la Iglesia.
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