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“Hay que tener empatía y compromiso para contar historias”: Cristopher Rogel
El fotógrafo mexicano ganador del World Press Photo en la categoría de Proyectos a largo plazo por su serie “Beauty Poison”, nos cuenta cómo llegó a esa historia de familias floricultoras en Villa Guerrero y cómo ha evolucionado en el fotoperiodismo documental.

Foto EE: Fernando Villa del Ángel
El fotoperiodista Cristopher Rogel Blanquet (Ciudad de México, 1984) pasó tres años inserto en la comunidad de Villa Guerrero, Estado de México, conviviendo con familias que, por generaciones, desde hace más de medio siglo, se han dedicado al cultivo de flores.
El manejo de los agroquímicos que se usan para conseguir la “flor perfecta” que los consumidores demandan ha provocado malformaciones y enfermedades crónicas en algunos miembros de esas familias.
Rogel Blanquet consiguió plasmar con una crudeza poética esa realidad en una serie fotográfica que tituló “Beauty Poison” (Hermoso veneno), que fue premiada en la categoría de Proyectos a largo plazo como el mejor trabajo en la región de Norte y Centroamérica en el prestigiado World Press Photo 2023 (WPP), el concurso de fotoperiodismo más importante del mundo.

En uno de los corredores del Museo Franz Mayer, donde ahora se exhibe su trabajo al lado del de otros 30 fotoperiodistas que resultaron ganadores del premio en esta edición –seleccionados entre más de 3,700 fotógrafos que se presentaron al concurso– Cristopher Rogel cuenta a El Economista cómo llegó a esta historia y cuál fue el ingrediente principal, además del dominio de la técnica fotográfica, que le permitió capturar estas imágenes de belleza perturbadora.
“Yo tenía conocimiento de esta situación desde hace muchísimos años, y siempre había querido contar esa historia”, el precio que han pagado esas familias por conseguir un mayor valor para sus productos. “Fue gracias a que gané la beca Eugene Smith –la más importante del mundo en fotografía documental– y la beca del Sistema Nacional de Creadores, que me pude dedicar a este proyecto”, dice.
Las fotos de Cristopher Rogel tienen cierto paralelismo con el ensayo fotográfico de Smith, el fotógrafo que le puso rostro al síndrome de Minamata, una enfermedad neurotóxica que causa malformaciones y daño cerebral por la ingesta de productos marinos contaminados.
Para muestra, basta mirar la fotografía de Sebastián –a mi juicio la más sublime, casi una hagiografía visual–, un joven diagnosticado con hidrocefalia sostenido por su padre en el baño de su vivienda; la iluminación de la imagen remite a la aureola de un santo. “Por mi formación en una escuela marista yo tengo esta cosa de la estética sacra. Entonces, cuando estaba frente a esa escena, inconscientemente busqué esa imagen, la de un cristo mártir con la mirada perdida”, comparte.
De Paquimé a Villa Guerrero
Cristopher ha recorrido en quince años un camino sinuoso y muy retador, de la escritura al video y a la foto y hacia la búsqueda del compromiso con los derechos humanos. De las fotos de paisaje en los vestigios de Paquimé, en 2009, –donde lo traté por primera vez –, su experiencia como fotoperiodista de guerra en Ucrania, hasta su inserción en los campos de flor de Villa Guerrero le han dado una madurez que le permite reflexionar acerca del modo cómo ha evolucionado el fotoperiodismo en los últimos años y la manera de acercarse a las historias y a sus protagonistas.
“Creo que te tienes que acercar con empatía y respeto; antes, el fotógrafo –en aras de cierta objetividad– contaba la historia desde el contexto, pero no se involucraba con las personas, ni con las víctimas”.
“Tú me conociste literalmente cuando empezaba, era muy atrabancado, me dejaba llevar más por una posible estética, y mi primera gran maestra, que fue Rosa Esther Juárez (cuando era practicante en Milenio), me regañaba y me inculcaba que lo que importaba era la historia y el contenido más allá de nosotros mismos; me decía que ‘lo importante es la profundidad de las historias y no solo si es una foto bonita’, y eso nunca se me va olvidar, y ese es el camino que yo he recorrido y que ahorita me permite tener claridad de por qué estoy documentando esos temas”, dice.

Del morbo a la empatía
Cristopher comparte que acercarse a esta historia lo hizo salir de su propia burbuja. “Cuando yo vi a Sebastián, un chico que ha estado postrado toda su vida en una cama y que depende de alguien para poder hacer su vida, pensé, ‘güey, yo no tengo pedos, hay problemas más grandes’, y quise presentar su historia de la manera más digna posible”.
“También entendí que, aunque los problemas de cada uno de los protagonistas no dejan de ser graves en su contexto, se vuelven relativos frente al de otras personas que cargan con situaciones aún más graves, como Carmelita, ciega de nacimiento, con 16 años, que no puede salir sola de su habitación; comparado con ella, es una bendición que Sebastián pueda ver la luz del Sol.”, reflexiona.
“Esa experiencia me ha hecho sentirme muy agradecido con la vida y agradecido con quienes me comparten su vida y sus historias, y me obliga a tener esa actitud de respeto hacia ellos y no mostrarlos con el morbo que a lo mejor el Cristopher de hace siete años lo haría, sin ningún problema, lo digo con toda humildad, eh, afortunadamente esta historia llegó a mí en este momento”.
Le comento que llama mi atención que en las fichas de algunas fotos exhibidas en la muestra del World Press Photo se hace énfasis en la decisión del jurado de premiar la “compasión” que el fotógrafo o la fotógrafa premiada muestra con las víctimas de las imágenes. Ese valor intangible del fotoperiodista que busca el rostro humano en medio de la tragedia, de la guerra, de las crisis económicas, políticas y medioambientales; de las personas que habitan el mundo pospandémico entre la locura y la depresión.
“Yo le llamaría más bien empatía, –revira–. Yo no puedo involucrarme en las historias sin sentimiento, en el sentido de que la fotografía es una expresión artística porque trabajas con la luz, la distancia, el encuadre, no me imagino a un artista que componga una obra sin sentir, yo siempre me dejo llevar por las historias, dejo que me golpeen, y también cuando yo estoy tomando las historias de las personas, les dejo las mías, porque esto es de ida y vuelta, no sólo es llegar y tomarle la foto a un niño que no puede hablar ni caminar, y regresarte a tu casa o a la agencia y seguir como si nada, no, yo decido estar allí, vivir allí, comer como ellos, para entonces entender bien la situación y desde allí contar la historia”.
Me comparte que un modelo que están adoptando actualmente las agencias internacionales de fotografía es que buscan miradas locales, “y eso como generación nos está beneficiando muchísimo, porque ya no es el fotógrafo extranjero que viene a documentar la vida en la Amazonia o en Villa Guerrero, sino que ahora son los fotógrafos locales contando sus propias historias. Por eso ves trabajos más íntimos, más nítidos, más personales y con una carga más emocional, y no es que sean mejores que los otros, simplemente es una mirada distinta”.

Rogel Blanquet adelanta que su trabajo premiado en el WPP se va a presentar en septiembre en el Visa Pour L’image, el Festival Internacional de Fotoperiodismo de Perpiñán, Francia; pero por lo pronto, visitar la muestra en el Franz Mayer es cita obligada y escuchar a Cristopher en una conferencia magistral sobre su trabajo que dará el próximo 15 de julio a las 13:00 horas en el auditorio del museo, ayudará a los asistentes a entender los nuevos caminos del fotoperiodismo.
Conoce el trabajo del autor: https://www.rogelblanquet.com/
Consulta la página web del Museo Franz Mayer: www.franzmayer.org.mx.
El catálogo del World Press Photo 2023 estará disponible en la tienda del museo a partir del 1 de julio.

