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Opinión

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El misterio de la deducción

Foto: Especial

Elemental. Nada hay más engañoso que lo evidente y el recuerdo, el único paraíso del que no podemos ser expulsados. Aunque no nos acordemos bien. Aun cuando confundamos una cosa por otra. Si no fuera así, de poco valdrían estas palabras dedicadas a Sir Arthur Conan Doyle y el texto que usted está leyendo hablaría de Sherlock Holmes. Más todo es uno y lo mismo, ambas cosas posibles y sin aquel no habría este. Le explico, lector querido.

Arthur Ignatius Conan Doyle, el segundo de los 10 hijos de Charles Altamont y Mary Foley Doyle, nació en Escocia, Reino Unido, en 1859 y completó su primera educación con los jesuitas. Hizo estudios posteriores en Lancashire, un año adicional de educación en Austria y cuando regresó a Edimburgo se matriculó en la universidad para estudiar medicina. Se sabe que fue la habilidad de su profesor, el Dr. Joseph Bell, para observar hasta el más mínimo detalle sobre la condición de un paciente y su hincapié en la deducción diagnóstica, lo que determinó su vida. Gracias a ello completó la licenciatura con honores, aprobó la maestría en cirugía, se graduó como doctor con la tesis "Un ensayo sobre los cambios vasomotores en ”tabes dorsalis” e inventó, como protagonista de su primera novela de ficción, al célebre detective Sherlock Holmes.

Corría el año de 1887, Doyle se hallaba en graves apuros económicos y el ejercicio de la medicina no pagaba las cuentas. Llevó su manuscrito, titulado “Estudio en Escarlata” a la editorial Ward, Lock & Co y decidieron comprarla y publicarla. A los lectores les encantó. Era una obra novedosa y emocionante dividida en dos partes. La primera, llevaba el título de “Reimpresión de las memorias de John H. Watson, doctor en medicina y oficial retirado del Cuerpo de Sanidad” y estaba relatada en primera persona con la voz del citado doctor Watson. La segunda parte se llamaba “La tierra de los santos”, y daba un salto en el espacio y el tiempo para situarse dos décadas atrás en Salt Lake City, la tierra de los mormones. Parecía una locura y un descuido, pero en el último capítulo, con genialidad literaria nunca antes vista, se retornaba a la historia inicial, donde Sherlock resolvía el caso y el doctor Watson se convertía en una voz narrativa indispensable:

 “Holmes no era un hombre de vida desordenada; modesto en su manera de ser, regular en sus costumbres, rara vez se acostaba después de las diez de la noche, al levantarme, había salido ya de casa después de haber tomado su desayuno. El día lo pasaba entre el laboratorio químico y la sala de disección, y algunas veces se daba largos paseos, casi siempre por las afueras de la población. No puede formarse una idea de su actividad cuando estaba en uno de esos períodos de excitación. Transcurría algún tiempo, venía la reacción, y entonces días enteros, desde que amanecía hasta que anochecía, se los pasaba tumbado sobre un canapé, inmóvil y sin articular palabra.”

Estudio en Escarlata tuvo gran éxito y para Conan Doyle fue el principio de una fama que no estaba buscando y terminaría engulléndolo para dejar a su claridoso detective en primer plano. Sherlock Holmes se volvería el más apto, célebre, vitoreado y reconocido detective de todos los tiempos y Doyle no sólo en su padre literario sino también en “padre de la literatura policíaca”. Las obras donde Holmes apareció no fueron pocas y juntas adquirieron el elegante y literario nombre de “El canon holmesiano”, un corpus de 9 obras y 61 piezas, muchas de ellas publicadas en el Strand Magazine. La última, firmada en 1927.

Sir Arthur Conan Doyle murió el 7 de julio de 1930. Sin embargo, se fue pensando que la labor más importante de su vida había sido su apoyo del espiritismo, la religión y al tema de la investigación psíquica basada en la creencia de que los espíritus de los difuntos continuaban existiendo en el más allá y podían ser contactados por los vivos. Ninguna memoria para Sherlock Holmes, nada sobre la ciencia de la deducción. Un puñado de libros espirituales que nunca hallaron reconocimiento -como “The New Revelation” y “The Vital Message”- y la amarga indiferencia de los que habían sido sus fanáticos ante los relatos de sus viajes para apoyar la causa espiritista.

Apelemos hoy a la memoria preservada en las páginas de sus libros. Recordemos el número 221B de la calle Baker, reconozcamos que Sherlock Holmes fue el mejor detective de todo Londres y el único capaz de salir triunfante en todos los casos a los que hubo de enfrentarse o aprendamos a revelar misterios a través de las palabras que Conan Doyle escribió para su voz:

“Presentad una gota de agua a cualquier hombre dotado de un poco de lógica y será capaz de deducir por aquella simple gota la existencia del océano o del Niágara, sin que jamás haya tenido la menor idea ni del uno ni del otro. La vida de todo individuo es como una cadena, en la que basta conocer sólo uno de sus eslabones para deducir cómo son todos los demás.”

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