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Opinión

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Confieso haber usado productos milagro

Etiqueta rigurosa, decía la invitación para la boda. Lo cual significaba que mi mujer tenía que comprarse un vestido de noche -de noche están cerradas las tiendas, decía un viejo chiste-. La acompañé a los almacenes donde ella se compró, no sin antes probarse una docena de modelos, el susodicho vestido. A pesar del dinero y el tiempo gastados en la adquisición de la prenda, no quedó contenta del todo con el atavío. Aprovechamos la visita a la tienda para adquirir nuestro obsequio para la feliz pareja que ahí habían instalado su Mesa de Regalos -ese moderno invento de los establecimientos comerciales mediante el cual los recién casados confunden a sus invitados con los Reyes Magos y les hacen peticiones, pantalla de LCD de 108 pulgadas, cristalería de Bohemia personalizada o refrigerador congelador de 26 pies cúbicos, dos puertas con fábrica de hielo, que solamente Carlos Slim, el cual, en este caso no estaba invitado a la boda, podría complacer, pero que por otro lado evita que la nueva pareja reciba 7 extractores de jugos, 3 planchas y 4 licuadoras-.

¿Y tú qué te vas a poner? -me preguntó mi mujer. Yo el smoking que me compré para la boda de tu sobrina -le contesté-. ¿Todavía te quedará? -inquirió mi freno de mano y con ello metió una mosca en mi oreja-. Para acallar al insecto imaginario, fui al clóset, desembolsé la prenda en cuestión, me la probé y por más que sumí la panza el pantalón no me cerró.

Mi actividad (¿?) profesional que me obliga a estar culiatornillado -diría Renato Leduc- frente a la computadora ha generado que en mi cintura se desarrolle el callo de la andadera o la nalga del juicio, a la que algunos cariñosamente llaman llantita.

Faltaban tres semanas para la boda y esa noche vi un infomercial -horroroso neologismo- donde anunciaban un Anillo Mágico para bajar de peso. Este método de pérdida de peso está basado en el viejo principio chino de la acupuntura de los dedos, en que al presionar una parte del cuerpo se logra estimular un área específica. Puedes perder hasta 3 kilogramos en 72 horas . Seguí con interés el anuncio ilustrado con convincentes y potoshopeadas imágenes de antes y después, y escuché: El secreto de este revolucionario método consiste en el concepto biomagnético de este hermoso anillo, por lo que no necesitas hacer dietas ni tomar píldoras, sólo tienes que usarlo y observar como bajas de peso . Bajando 3 kilos cada tres días en una semana me volvería a quedar el smoking. Investigaciones científicas demuestran que 98.2% de los usuarios de la terapia magnética ha tenido éxito . El método publicitado era tan cómodo que de manera irracional me fui con la finta y nació en mí la ilusión de trocar por un abdomen de lavadero el mío de lavadora. Ahora chapeado en oro de 14 kilates -ya sólo faltaba saber el precio y el teléfono al cual comunicarme-. Su precio es de 600 pesos, pero en una oferta exclusiva para México -que dicha de vivir en este país- sólo vale 399.00 y si es eres de los primeros en hablar te regalamos otro .

Sin esperar, irreflexivamente, llamé. Tuve la suerte de ser de los primeros. En tres días surtirían mi pedido.

Pero ahí no termina todo: Un día después volví a caer. Esta vez vi un anuncio de unos tenis diseñados científicamente con una enorme suela que es la responsable de producir los maravillosos y mágicos resultados que ofrecen. Entre éstos: Sólo con caminar con ellos 15 minutos al día quemas calorías, pierdes peso y obtienes un vientre plano . El complemento ideal del anillo, me dije y fui a la tienda donde anunciaban su venta, adquirí un par. Comencé a usarlos para ir al banco a comprar los periódicos y a la taquería donde acostumbro desayunar. Tiempo aproximado del periplo: 20 minutos suficientes para que el calzado -arriba del cual siento como que me balanceo- produzca los asombrosos resultados que su publicidad ofrece.

Un día más tarde de lo anunciado, pero en buen tiempo para ponerme en forma y caber en el precitado atuendo, llegaron los anillos. Abro la caja que los contiene y leo el manual de uso. Éste indica que si lo que quiero es reducir el abdomen debo usar el mágico adminículo en el dedo anular. Basta con dormir con él. Que bueno, pienso, porque su forma espiral no me gusta y además si lo luzco delante de mis amigos delataría que creo en tamañas supercherías. El mentado manual viene acompañado de un folleto en el que me informan que para que el anillo de un óptimo resultado es conveniente combinar su uso con la ingesta de alimentos sanos y bajos en calorías, para lo cual ofrecen unas recetas. ¡Qué chiste! -exclamo para mí- con dieta hasta sin anillo. También me advierten que el fantástico artefacto reductor no debe tener contacto con el agua porque ésta origina la anulación del biomagnetismo sin el cual no se logran los inusitados efectos anunciados. También -reflexiono, al tiempo que tengo un atisbo de incredulidad- porque el pinchurriento baño de oro se cae a la primera lavada.

A pesar de que empiezo a sospechar que todo es un engaño, duermo con el mentado anillo. Me levanto, voy al baño y como un acto reflejo me lavo las manos. ¡Ya se chingó! -lamento con coraje-. Me consuelo pensando que aún tengo el otro. Éste lo uso diariamente no sólo cuando duermo, sino también cuando escribo y nadie me ve.

Inclusive, lo uso en mi caminata diaria con los prodigiosos tenis que adquirí para complementar mi objetivo de reducir, en poco tiempo y sin esfuerzo, el grosor de mi cintura.

Cuando llevo dos semanas usando los portentosos tenis - no sólo los 15 minutos de rigor sino, a veces, todo el día- y 10 días de usar el anillo milagroso, vuelvo a probarme el smoking. El pantalón sigue sin poder cerrarse, un poco más holgado, el saco me queda con la condición de no abotonarlo, ya que el hacerlo provoca que mi pecho se haga prominente. Soy la envidia de un travestí -pensé-. No se te ve mal -dijo burlona la compañera de mi vida-, pero vas a tener que comprarte un brassier 34 copa A.

Mucho me tardé para caer en cuenta que los publicistas del Anillo Mágico para bajar de peso y de los tenis reductores de talla me agarraron en los 15 minutos de pendejismo que los seres humanos tenemos. Periodo que a mí me dura 24 horas porque hasta dormido hago pendejadas.

Pero así soy yo de inocente y crédulo. Una vez tuve una novia que me aseguró ser virgen. Le creí porque me lo juró por sus hijos.

En cuanto a la boda cuya invitación causó mi recurrencia a los productos milagro, les comento que para asistir renté un smoking en la famosa casa de alquiler de vestuario que lleva el nombre del Jefe de Gobierno de la ciudad.

Por cierto, no obstante la advertencia de etiqueta rigurosa en la invitación, hubo invitados que fueron de chamarra. Uno de ellos me confundió con un mesero. Mi mujer, de última hora, decidió usar el vestido con el que fue a la boda de la sobrina que ya les conté, le quedó perfecto. Estoy seguro que si el día que la acompañé a comprar el vestido nuevo, que ahora guarda en su clóset, le hubiera yo sugerido que se pusiera el de la boda pasada me hubiera dicho: No me va a quedar o ya no, está pasado de moda . ¿Por qué dejo guardado el nuevo y uso el atuendo anterior? Es un misterio tan insondable que ni los videntes de Walter Mercado de los que soy cliente asiduo podrían responder. Ya lo dijo Oscar Wilde: La mujer ha nacido para ser amada, no para ser comprendida.

Oí por ahí

Respuestas para preguntas pendejas: Cuando te ven acostado en tu cama con los ojos cerrados, la luz apagada y te preguntan: ¿Estás durmiendo? Responde: No, me estoy entrenando para morir. Cuando llevas un aparato electrónico para reparar y te preguntan: ¿Su aparato está descompuesto? Responde: No, estaba aburrido en la casa y lo saqué a pasear.

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