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Arte e Ideas

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Error al interpretar a Niccolo Paganini

La estrella del violín contemporáneo David Garret hace una buena cinta sobre la estrella del violín de todos los tiempos, pero le falla un detalle.

Pues sí, este redactor que comete dedazos cuando escribe o al marcar un número de teléfono se atreve a criticar al casi impecable virtuoso del violín David Garret por un detalle de su indudablemente magnífica interpretación de Niccolo Paganini en la película El violinista del diablo.

Y lo que quizás es peor de mi parte es que mi comentario va en la misma dirección de las más tradicionales, fatuas, machaconas y aburridas críticas de arte (al estilo de En esta cinta traicionan la esencia histórica del gran creador ), pero lo bueno es que, al menos, eso lo hago en sentido contrario al usual.

Así, no voy a criticar a Garret (productor, actor y, desde luego, violinista en la cinta) ni a Bernard Rose (director y cinematógrafo) por convertir a Paganini en showman al estilo contemporáneo ( innovador , le dicen de pronto en la cinta), muy parecido a lo que hace el propio Garret. Al contrario, se los aplaudo y, de hecho, lo que critico es que no hayan dado un pequeño paso más allá en hacer de Paganini un showman. Pero antes de explicar cuál es ese paso debo contarles otra cosa.

ASOMBRO Y DIVERSIÓN

Confieso que la mejor interpretación que he escuchado de la música de Paganini (y la verdad es que no he escuchado muchas) no estuvo a cargo de un violinista, sino de un guitarrista, el checo naturalizado holandés Pavel Steidl, cuando vino al Festival Internacional de Guitarra que se hace en Culiacán, Sinaloa.

Escuché a Steidl casi de casualidad, pues, a pesar de haber estudiado guitarra clásica, no suelo ir a conciertos del instrumento, a los que considero en general aburridísimos. Son muy pocos los guitarristas que solos, sentados en su sillita, pueden hacer algo digno no de escucharse sino de verse. Steidl es uno de ellos. Y tocando a Paganini aún más. Porque con las interpretaciones de las transcripciones de las dificultosas logra algo que, hasta ahora, no le he escuchado a ningún violinista: ser muy divertido, al menos en las ocasiones en las que la música escrita por el italiano a principios del siglo XIX así lo amerita.

Y ese es justamente el primer y fundamental error de Garret y Rose, pues para ellos el humor de Paganini parece no estar a la altura de su atormentado, sublime y profundo genio. Incluso en una de las primeras escenas de la cinta la música divertida queda como algo que Paganini hace para, torpemente y sin éxito, tratar de llamar la atención de una indolente audiencia a la que sólo le interesa la ópera. Podrá ser un showman y un malabarista pero no hay que rebajarlo a payaso.

Hasta la llegada de las películas no existía un entretenimiento público más asombroso que las óperas... asegura el gran crítico de música Alex Ross en El ruido eterno (le puse puntos suspensivos a la cita porque en realidad se refiere a las óperas de Wagner , pero creo es igual de válido para las épocas de Mozart y Paganini).

Y contra ese asombro causado por trama, efectos especiales y actuaciones, competía Paganini sólo con su violín, lo que está muy bien plasmado en la película, desde esa primera escena mencionada y en el énfasis que se hace sobre su importante concierto en el teatro de ópera en Londres. En esa competencia tan desigual, el humor era un arma nada desdeñable.

Ante sus escuchas, Paganini contaba con la posibilidad de sorprenderlos y azorarlos con su virtuosismo, la de conmoverlos con su profundidad emotiva y la de hacerlos reír.

HONOR A QUIEN LO MERECE

Resulta curioso que Garret y Rose no desdeñan el humor en su propia película, que tiene momentos, si no desternillantes, sí lo suficientemente divertidos para arrancar algunas risas.

De hecho, es una buena película y si señalé este error de interpretación es sólo porque no pude contener las ganas de sumarme, a mi manera, a un muy merecido homenaje a uno de los más grandes genios musicales, tan adelantado a su época que, por lo visto, aún en pleno siglo XXI es, en algunos aspectos, un incomprendido.

manuel.lino@eleconomista.mx

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