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Violencia de género: el dolor que no se ve y las marcas imborrables

María Fernanda Turrent fue encarcelada en enero de 2025 tras denunciar a su expareja por violencia de género. En vez de protegerla, el sistema judicial la acusó de sustracción de menores, pese a que solo intentaba resguardar a sus hijos de un entorno violento. Como psiquiatra, he sido testigo de su historia, de su dolor y de la lucha que ha librado contra su agresor y un sistema que revictimiza a las mujeres una y otra vez. Su caso no es una excepción: en México y América Latina, muchas mujeres terminan en prisión por defenderse, mientras sus agresores reciben penas mínimas o siguen en libertad.
Cinthia, una mujer embarazada en Aguascalientes, intentó protegerse de su pareja, un hombre con antecedentes de violencia y tentativa de feminicidio. Fue sentenciada a tres años de prisión, mientras que su agresor obtuvo libertad condicional. En Morelos, María Luisa Villanueva Márquez pasó 26 años tras las rejas tras una detención arbitraria y ser víctima de tortura. Estas historias evidencian un sistema de justicia marcado por sesgos de género, donde las mujeres son castigadas por defenderse, mientras que los agresores reciben penas mínimas o beneficios legales.
La violencia de género sigue siendo una problemática alarmante en México y América Latina, con cifras que reflejan su persistencia y gravedad. Según datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), en 2023, al menos 3,897 mujeres fueron víctimas de feminicidio en 27 países de la región, lo que equivale a 11 mujeres asesinadas diariamente por razones de género.
Según datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), entre enero y noviembre de 2024 se registraron 733 feminicidios en México. Sin embargo, organizaciones especializadas advierten sobre un posible subregistro, estimando que la cifra real podría ser el doble.
A nivel global, la situación es igualmente preocupante. Un informe de ONU Mujeres y la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC) reveló que en 2023, aproximadamente 85,000 mujeres y niñas fueron asesinadas en todo el mundo, de las cuales el 60% (alrededor de 51,100) murieron a manos de sus parejas íntimas o de otros miembros de la familia. Esto equivale a que cada día, 140 mujeres y niñas son asesinadas por alguien cercano, es decir, una cada diez minutos.
Estas cifras subrayan la urgencia de implementar medidas efectivas para prevenir y erradicar la violencia de género, así como para garantizar justicia y protección a las víctimas.
Sin embargo, la violencia de género no solo se mide en asesinatos, sino también en las vidas que quedan marcadas para siempre, en el trauma que se incrusta en el cuerpo, la mente y el espíritu de las sobrevivientes.
Desde la psiquiatría integrativa, comprendemos que la violencia no solo fractura huesos, sino también la identidad y la confianza en la vida. Sus secuelas se manifiestan en el cuerpo con enfermedades crónicas, trastornos autoinmunes y alteraciones metabólicas. La mente queda atrapada en un estado de hipervigilancia, desarrollando ansiedad, depresión y estrés postraumático. El espíritu, por su parte, se asfixia bajo el peso de la desesperanza, la sensación de injusticia y la certeza de que la vida se vuelve una lucha incesante por sobrevivir.
El daño que deja la violencia es silencioso, pero profundo. La memoria del trauma no solo queda grabada en la mente, sino también en la biología de quienes lo padecen. El estrés crónico afecta el sistema nervioso, altera la producción de hormonas y debilita la capacidad del cuerpo para sanar. Por ello, muchas mujeres que han vivido violencia desarrollan enfermedades físicas que, desde una mirada convencional, no siempre se asocian con su historia de trauma.
La psiquiatría integrativa ofrece un camino para sanar estas heridas desde una perspectiva más humana y completa. No basta con tratar los síntomas; es necesario abordar el trauma desde su raíz, reconstruyendo la conexión entre cuerpo, mente y espíritu. Esto implica terapias que ayuden a liberar la memoria del dolor alojada en el cuerpo, un acompañamiento psicológico que permita resignificar la experiencia y, sobre todo, la creación de redes de apoyo que rompan el aislamiento.
He acompañado a muchas mujeres en este proceso. Mujeres que han sobrevivido lo impensable, que han enfrentado a sus agresores y a un sistema que les ha dado la espalda. A pesar de todo, han encontrado el camino para sanar y recuperar su vida. Pero no debería ser una lucha solitaria. Como sociedad, tenemos la responsabilidad de romper este ciclo y construir un futuro donde ninguna mujer tenga que elegir entre defenderse y ser libre. Esto exige cambios en las leyes y en nuestra manera de comprender y enfrentar la violencia de género. No podemos seguir normalizando el sufrimiento de tantas mujeres; es momento de actuar, de exigir justicia y de garantizar que ninguna más tenga que vivir con miedo.
Me encantaría conocer tus dudas o experiencias relacionadas con este tema. Sigamos dialogando; puedes escribirme a dra.carmen.amezcua@gmail.com o contactarme en Instagram en @dra.carmenamezcua. ¡Hasta la próxima!