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Opinión

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¿Tiene razón Trump sobre el superávit de Alemania?

Tras años de condenar el cuantioso superávit por cuenta corriente de Alemania, Donald Trump espera que la amenaza de los elevados aranceles estadounidenses impulse al país a cambiar su estrategia. Sin embargo, su enfoque refleja una incomprensión fundamental de los desequilibrios comerciales e ignora que el superávit de Alemania ya está en vías de reducirse.

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MÚNICH – El superávit de cuenta corriente de Alemania (5.8% del PIB) es enorme, y objeto desde hace tiempo de muchos cuestionamientos. Ya era así durante la presidencia de Barack Obama en los Estados Unidos, pero con Donald Trump las críticas se han recrudecido. Al parecer, Trump está decidido a obligar a Alemania a reducirlo, pero su estrategia para lograrlo (y el razonamiento en que se basa) son profundamente defectuosos.

Trump atribuye la decadencia del sector fabril estadounidense (reflejada en el derrumbe de su participación en el empleo total, que era alrededor del 20% en 1980, a sólo 8% en 2024) al enorme déficit de los Estados Unidos en comercio de bienes (que ha crecido a 1.2 billones de dólares). Por eso quiere obligar a los países que registran importantes superávits comerciales con Estados Unidos a hacer cambios.

El instrumento elegido (que presentó el 2 de abril) es la aplicación de aranceles “recíprocos”, con porcentajes que surgen de dividir el déficit de los Estados Unidos en el comercio de bienes con un país por el volumen total de bienes importados desde ese país, y luego volver a dividir el resultado entre dos.

No tiene ningún sentido. Para empezar, como explica el economista Paul Krugman, “corregir” los desequilibrios comerciales no cambiará ninguno de los numerosos factores (desde el aumento de la productividad hasta la automatización) que han contribuido al declive del sector fabril en los países ricos (incluidos países superavitarios como Alemania).

Además, el déficit comercial de los Estados Unidos es resultado, en parte, de fuerzas deseables; en concreto, grandes ingresos de capital. La economía estadounidense atrae a los inversionistas, y esto produce un gran flujo ingresante de capital extranjero, desde la compra china de bonos del Tesoro estadounidense (tradicionalmente considerados un activo seguro) hasta la construcción de fábricas de automotrices alemanas, japonesas y surcoreanas en Estados Unidos.

Dicho flujo ha generado un superávit de la cuenta de capital, que corresponde con el déficit comercial estadounidense (ambos son iguales y la suma da cero). El ingreso de capital beneficia a los Estados Unidos, en particular porque los estadounidenses no ahorran lo suficiente para mantener altos niveles de inversión (esenciales para la innovación y el crecimiento) sin ayuda del capital extranjero.

El superávit comercial de Alemania refleja el problema opuesto: alto ahorro y baja inversión (pública y empresarial). Y esto es resultado de una elección política. Durante los dieciséis años en los que la excanciller alemana Angela Merkel estuvo en el poder, el gobierno mantuvo una disciplina fiscal estricta, con un presupuesto federal cerca del equilibrio todos los años, práctica conocida como schwarze Null (el “cero negro”).

Pero el gobierno alemán entrante, liderado por Friedrich Merz, ya ha modificado la norma constitucional que pone un “freno a la deuda” (lo que hará posible aumentar el déficit presupuestario federal) y ha aprobado un programa de inversión por un billón de euros (1.1 billones de dólares) centrado en defensa e infraestructura. Puesto que entre 30 y 40 centavos de cada euro adicional que el gobierno alemán destina a la inversión pública se gastan en importaciones, la reducción del superávit comercial alemán está casi garantizada, sin necesidad de aranceles.

También hay avances en el lado exportador. Tras la crisis financiera global de 2008, las exportaciones alemanas a China se triplicaron, lo que se trasladó a un gran aumento del superávit. En el período 2010‑18, el total de las exportaciones alemanas creció a un ritmo anual del 4.1%, y el superávit de cuenta corriente del país alcanzó en 2016 nada menos que el 8.9% del PIB. Pero la desaceleración del crecimiento chino, sumada a la intensa competencia de los proveedores chinos de vehículos eléctricos y maquinarias, provocó una reducción de las exportaciones alemanas en 2023-24. El hecho de que estas tendencias seguirán presionando a la baja sobre el superávit comercial alemán resta todavía más justificación a los aranceles estadounidenses.

Pero hay una cuestión en la que la administración Trump no está del todo errada: el éxito exportador alemán del período 2010-2018 no es totalmente atribuible a las fuerzas del libre mercado. A principios de este siglo, Alemania redujo la media del impuesto a la renta al 44.3% (contra un máximo de 57% en 1996) y rebajó el impuesto de sociedades al 29.4% (contra un máximo del 56.8% en 1995), aumentando al mismo tiempo el impuesto al valor agregado, del 16% al 19%. Al abaratar las exportaciones alemanas y encarecer las importaciones, esta política tributaria fue el equivalente a una “devaluación fiscal” (una alternativa a devaluar la moneda local, algo que no pueden hacer los miembros de una unión monetaria).

Mejorar la competitividad exterior de Alemania no era el objetivo de estos cambios tributarios (pensados para hacer frente a problemas internos), pero fue un subproducto clave. Por eso, cuando Peter Navarro (asesor principal de Trump en temas de comercio e industria) se queja de que Alemania tiene “barreras no arancelarias”, tiene su parte de razón. Es un hecho que Alemania debería reconocerlo (aunque cabe señalar que es probable que otros países europeos hayan pagado un precio mucho más alto que Estados Unidos). Como sea, nada de esto justifica los aranceles de Trump, ni mucho menos los hace necesarios.

Aunque Alemania ha mantenido un superávit comercial excesivo por demasiado tiempo, ya está en vías de reducirse. Y el déficit de los Estados Unidos también puede disminuir, aunque en este caso, la administración Trump debería tener cuidado con lo que desea.

La autora

Dalia Marin es profesora de Economía Internacional en la Escuela de Administración de la Universidad Técnica de Múnich, investigadora en el Centro de Investigaciones en Política Económica (CEPR) e investigadora no residente en Bruegel.

Traducción: Esteban Flamini

Copyright: Project Syndicate, 1995 - 2025

www.project- syndicate.org

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