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No perderse la fiesta

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OpiniónEl Economista

Alexia Bautista

El primer ministro canadiense, Mark Carney, ha invitado a la presidenta Claudia Sheinbaum a la próxima Cumbre del G7 en Alberta, Canadá. Una invitación que, desde mi perspectiva —y la de varios observadores atentos a la política internacional—, debería aceptar. Debería hacerlo porque se trata de un encuentro con los líderes de las economías más influyentes del mundo; porque representa una oportunidad valiosa para recomponer la relación con Canadá, después de los desencuentros con Justin Trudeau y con otros premiers que, en su momento, propusieron dejar a México fuera del tratado comercial con Estados Unidos; y, también, porque ese foro ofrecería un espacio para coincidir con Donald Trump.

Hay quienes advierten que un posible encuentro con Trump resultaría contraproducente. Una preocupación entendible dada su naturaleza impredecible y los desplantes que ya han dado la vuelta al mundo, como el episodio con Volodymyr Zelensky hace apenas unos meses. Pero un potencial encuentro con Trump puede adoptar muchas formas: desde un saludo breve —o encuentro de pasillo como lo llaman en la jerga diplomática—, acompañado de una fotografía para redes sociales y quizás uno de esos halagos que Trump ya ha dirigido a Sheinbaum, hasta una conversación privada con mayor sustancia.

En cualquier caso, y asumiendo que la presidenta asista, no creo que se concrete un encuentro bilateral formal. Ha sido cautelosa y ha preferido dejar las negociaciones diplomáticas en manos de sus secretarios, en particular de Marcelo Ebrard, quien, aunque no ocupa formalmente la Cancillería, sigue siendo protagónico en la relación con Washington.

Más probable, en cambio, sería una reunión sustantiva con el anfitrión, Carney. Restablecer los lazos con Canadá es una tarea estratégica, sobre todo de cara a la renegociación del Tratado de Libre Comercio entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), que se anuncia ardua y tensa, especialmente en lo relativo al sector automotriz. Sheinbaum ha reiterado lo mismo ante las élites empresariales del país que frente a multitudes morenistas en la plaza pública que preservar el tratado y la integración norteamericana es prioritario.

“Que Claudia viaje”, escribí en octubre pasado, cuando apenas se preparaba para asumir el cargo. Entonces sugerí que asistiera a la Cumbre del G20 en Brasil. Lo hizo. Una parada muy breve en Río de Janeiro, justo antes de la conmemoración del aniversario de la Revolución Mexicana. Por supuesto que no es indispensable que acuda a cada encuentro internacional, pero sí es recomendable que, como jefa de Estado, represente a México en estos espacios, especialmente en momentos cargado de incertidumbre.

El oficialismo de Morena no se distingue por una mirada abierta al mundo. Más bien, predomina un tono provinciano, ensimismado. Desde mi perspectiva, la reciente visita a Washington de legisladores mexicanos lo confirma. Una visita reactiva que, aunque aglutinó a miembros de todas las bancadas fue justamente eso, reactiva, tardía e improvisada. La presidenta tampoco ha mostrado entusiasmo por las giras internacionales, pero ha dejado entrever una dosis de pragmatismo y sensatez que contrastan con su antecesor.

Quienes la seguimos de cerca sabemos que la política exterior no figura entre las prioridades de la llamada Cuarta Transformación. Pero frente al desmantelamiento del poder judicial, el enfriamiento claro de la economía —que apenas evitó caer en recesión técnica, con un crecimiento proyectado del 0.1%, según Banxico— y el caótico vaivén trumpista, sentarse en la mesa del G7, aunque sea como invitada, resulta no sólo conveniente, sino necesario. Anticipo que podría incomodar a quienes insisten en mirar únicamente hacia el sur, pero sostengo que no hay razón para perderse una fiesta a la que ha sido invitada.

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