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Opinión

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Participación sin pensamiento crítico es manipulación

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Antonio Domínguez Sagols | Columna invitada

Antonio Domínguez Sagols

En el Festival de las Ideas en Puebla, entre ponencias brillantes y conversaciones que te hacen cuestionarlo todo, se me acercó un joven con una inquietud tan lúcida como incómoda. Me dijo: “¿Cómo le hacemos para educar sobre la participación ciudadana sin que termine siendo solo una forma de validar lo que el poder ya decidió?”. La pregunta me dejó pensando, porque en efecto, llevamos años promoviendo la importancia de participar, de ejercer derechos, de incidir. Pero muy pocas veces nos detenemos a enseñar algo más importante: cómo identificar cuándo esa participación es auténtica y cuándo es simplemente utilitaria.

El caso más reciente que encaja en esa reflexión es la llamada reforma judicial. Se propone, con bombo y platillo, que el pueblo elija a jueces, magistrados y ministros. A primera vista, suena bien. Más democracia, más poder directo, más voz ciudadana. Pero cuando uno rasca un poco en la superficie, lo que aparece no es un ejercicio de democratización del Poder Judicial, sino una fórmula para vaciarlo de autonomía e instalar ahí, también, la lógica del poder político.

Porque el problema del Poder Judicial no está en cómo se eligen sus integrantes. Está en cómo opera. Tenemos un sistema saturado, lento, ineficiente. Hay rezago judicial, juicios que se alargan por años, víctimas que mueren esperando una resolución. Hay corrupción, redes de protección, nepotismo normalizado. Hay una cultura judicial desconectada de la gente y más cerca del privilegio que de la justicia. Y frente a todo eso, lo que se propone es una elección popular. Como si la justicia se pudiera arreglar con campañas y boletas.

Elegir jueces sin tocar los problemas estructurales es maquillar la enfermedad. Es simular transformación cuando en realidad se busca control. Y lo más preocupante: es utilizar el lenguaje democrático para debilitar un poder que debe funcionar como contrapeso. Es en estos momentos cuando más necesitamos pensamiento crítico. Cuando más necesitamos formar una ciudadanía que no se deslumbre con palabras grandes, sino que sepa hacerse preguntas incómodas: ¿Quién propone la reforma? ¿Qué se gana realmente? ¿Qué problemas no se están tocando?

La participación ciudadana no es un fin en sí mismo. Participar sin información es lo mismo que avalar sin conciencia. Por eso la educación cívica tiene que ir más allá de la consigna de “sal y vota”. Tiene que enseñar a distinguir cuándo estamos decidiendo y cuándo nos están utilizando. Porque no todo lo que se vota es democrático. Y no todo lo que viene envuelto en el discurso de “darle poder al pueblo” fortalece al pueblo.

La justicia en México necesita una transformación, pero no desde el espectáculo ni desde la captura política. Las claves de una reforma judicial de fondo las resumiría en tres:

  1. Simplificar y reducir los pasos y plazos judiciales, empezando por fortalecer las justicias locales y restringir el abuso del amparo, que hoy lleva a un porcentaje altísimo de la justicia a terminar en el ámbito federal, lo cual satura los juzgados y convierte a la justicia pronta y expedita en una aspiración inalcanzable. 
  2. Tres órganos supremos en el Poder Judicial: un tribunal constitucional, un tribunal supremo de justicia y un órgano de administración y gobierno. 
  3. En este último órgano debe tener facultades amplias de investigación financiera para combatir la corrupción, fuertes mecanismos de controles de confianza para jueces, magistrados y personal judicial, con plena autonomía, fortalecer los mecanismos de carrera judicial federal y estatal para profesionalizar aún más, y por último, sus resoluciones no pueden supeditarse a ningún otro órgano.

Con lograr esas tres, el cambio sería profundo.

Ese joven en Puebla tenía razón, participar sin pensamiento crítico es caer en la trampa. Y por eso, si hay una tarea urgente en estos tiempos, es educar a nuestros hijos no solo para alzar la voz, sino para saber cuándo esa voz está siendo usada como eco de decisiones tomadas por unos cuantos. Enseñarles a distinguir entre una participación real y una escenografía que solo busca validar reformas que debilitan los equilibrios del poder. Porque si no les damos las herramientas para discernir, crecerán en un país donde votar no significa elegir, y donde las decisiones disfrazadas de voluntad popular seguirán concentrando el poder en manos de los mismos. Educar en democracia no es enseñar obediencia al sistema; es formar criterios para cuestionarlo, para corregirlo, y para exigir que funcione verdaderamente al servicio de todos.

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Director General de Fundación Azteca de Grupo Salinas

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