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Opinión

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El país de las maravillas

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OpiniónEl Economista

Alexia Bautista

Kafkiana, churrigueresca, barroca y, por supuesto, controvertida: así describen algunos observadores internacionales el experimento mexicano de elegir al Poder Judicial. Experimento fallido, por los bajos niveles de participación, y experimento exitoso a ojos del oficialismo, pues controlará los tres órdenes de gobierno. Pero experimento al fin: el acto —y el riesgo— de poner a prueba un proceso.

La presidenta Claudia Sheinbaum insiste en que con la elección judicial, México se convierte en un ejemplo internacional, “el país más democrático del mundo”. Bastaría un mínimo de lucidez para advertir que la afirmación es falsa. Elegir a los jueces no nos hace ni más democráticos ni mejores que otros países. No es más democrático simplemente porque los juzgadores no son, ni deberían ser, representantes políticos de los ciudadanos.

Con el tiempo, quizá México sí se convierta en una referencia mundial, pero no como modelo democrático, sino como advertencia de lo que no se debería intentar. O, peor aún, como el manual perfecto para consolidar un régimen de partido único: primero con el PRI, ahora con MORENA. “Una autocracia competitiva”, me dijo un colega argentino, al conversar sobre el experimento mexicano.

“El partido en el poder avanza hacia el control del recién elegido Tribunal Supremo”, “El oficialismo amplía su dominio con elecciones judiciales”, “Una minoría de mexicanos define un Tribunal Supremo al servicio del partido gobernante”. Así retrató la prensa internacional lo ocurrido el domingo. Esa mirada foránea debería interpelarnos, si no por un elemental sentido de autocrítica, al menos por el simple hecho de que somos parte del mundo. Y porque ningún otro país en el planeta elige la totalidad de su poder judicial. Apelar al sentido común debería bastar, pero reconozco que vivimos en el país de las maravillas.

Aquí todo es posible. En unas cuantas semanas, por ejemplo, es posible que se descubran campos de exterminio del crimen organizado; que se asesine, a plena luz del día, a funcionarios del primer círculo de la jefa de Gobierno; o que se desmantele por completo el poder judicial. No pasa nada. Todas, por cierto, noticias que recogió la prensa internacional. México mágico, como nos gusta llamarlo, sea por fascinación genuina o por resignación ante nuestro cotidiano.

Si para los observadores internacionales la elección judicial mexicana resultó confusa, para quienes acudieron a las urnas lo fue aún más. Es cierto que en un puñado de países también se elige a algunos jueces, pero el caso mexicano destaca por su magnitud y opacidad. A propósito, me llamó la atención un intercambio entre lectores del Washington Post (la traducción es mía):

Lector: “[…] lo mismo ocurre en Estados Unidos. He votado en todo el país, ya que me he mudado de un lugar a otro por motivos de trabajo, y nunca he sabido nada sobre los jueces y otros funcionarios en las boletas”.

Réplica de otro lector: “Nuestras elecciones rara vez, o nunca, tienen tantos candidatos en la boleta al mismo tiempo. Imagínate lidiar con los números de la elección en México. México se está convirtiendo de nuevo en un Estado unipartidista […] A algunas personas puede que no les gusten nuestros jueces, pero al menos no son herramientas de un solo partido […]”.

México no solo adoptó un experimento político único, sino que, a diferencia de otras latitudes donde estos procesos tienen un alcance limitado, aquí se llevó al extremo. Es probable que el mundo nos perciba como un país con una buena dosis de exotismo y unas notas de violencia, pero difícilmente como un modelo democrático a seguir. Con todo, desde mi perspectiva, es deseable que logremos recuperar algo de lucidez y no resignarnos a vivir en un experimento permanente.

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