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Opinión

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La inquisición sonora

L.M. Oliveira

L.M. Oliveira

L.M. Oliveira

El lunes 12 de mayo un juez del estado de Jalisco vinculó a proceso a los integrantes de la banda musical “Los alegres del barranco”. Se les acusa de violar el artículo 142 del Código Penal del estado de Jalisco que establece lo siguiente: "Se impondrán de uno a seis meses de prisión al que provoque públicamente a cometer algún delito o haga apología de éste o de algún vicio, si el delito no se ejecutare; si se ejecuta, se aplicará al provocador la sanción que le corresponda por su participación en el delito cometido.”

De acuerdo con un artículo publicado por este diario, la fiscalía de Jalisco explicó que la agrupación es acusada por el delito de apología del crimen, debido a que interpretaron un corrido que exalta al líder del CJNG. El corrido dice así en la parte más “comprometedora”: “Tengo gallos de pelea/Que pelean por mi partido/ Las navajas las cambiamos/Por R y cuernos de chivo/Por cincuentas y antiaéreos/Y monstruos pa los caminos”. Se trata de una descripción narrativa, no de una incitación a cometer un crimen. Dicen que además de cantar el tema, proyectaron la imagen del Mencho, una bien difundida en los medios. ¿Eso es apología del delito? En una palabra: no.

Pero hagamos una pregunta más abstracta, ¿de verdad es constitucional el artículo 142 de Jalisco? En principio veo muy cuesta arriba que se pueda defender que hacer apología de algún “vicio”, digamos fumar marihuana, no está protegido por la libertad de expresión. Peor, ni siquiera está claro qué es un vicio para la ley. Me sorprende que no se objete la constitucionalidad del artículo.

Más interesante sería discutir si una enunciación que celebre, por ejemplo, robar cajeros automáticos, un claro ejemplo de “apología del delito”, debe ser castigado con una pena de uno a seis meses de prisión. Me parece que el contexto es central para decidir si el enunciado está o no protegido por la libertad de expresión. Y es que no es lo mismo gritarte a una turba enardecida que linchar a una persona que tienen retenida es digno de héroes (apología del linchamiento), palabras que ponen en alto riesgo de muerte a la persona sometida, que exaltar el robo de cajeros automáticos en un concierto punk a 4 kilómetros del banco más cercano. En el primer caso se entiende que habría un delito, en el segundo no.

El hecho de que comience a cundir la idea de que la música que habla de narcotraficantes es un delito pone en grave riesgo la libertad de expresión: porque luego se censurarán las series de televisión, las novelas sobre narcotraficantes, los artículos de periódico a favor de la legalización de las drogas. Lo que parece una política que busca “proteger” los oídos de los más jóvenes de escuchar esas “inmundicias” es en realidad un giro no solo conservador. Peor, es muy autoritario. El poder no democrático siempre busca el camino para silenciar a sus críticos: hoy empiezan quemando discos… ¿y mañana?

L.M. Oliveira

L.M. Oliveira es escritor. Autor de "El mismo polvo" y "El oficio de la venganza". Es Titular A en el Centro de Investigaciones sobre América Latina y El Caribe.

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