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El Disruptor y los aranceles

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OpiniónEl Economista

Rodrigo Perezalonso

Los nuevos caudillos del siglo XXI irrumpen en la escena política con la promesa de romper con el pasado, desafiar a las élites y devolver el poder al pueblo. Se presentan como outsiders, figuras disruptivas que vienen a demoler los cimientos de un sistema desgastado. Donald Trump en Estados Unidos y Andrés Manuel López Obrador en México han utilizado esta narrativa con gran efectividad. Sin embargo, detrás de la retórica antisistema se esconde una fórmula predecible: el populismo no busca transformar, sino someter.

El populista moderno se vende como un salvador. Su llegada al poder es un evento mesiánico. Para mantener el enojo del electorado, enfrenta “enemigos”: los medios, las instituciones, la burocracia, la oposición, el “sistema”. Mientras más críticas recibe, más se fortalece su relato de víctima de una conspiración global contra “el pueblo”. Se mantiene omnipresente y opina sobre todas las recetas, aunque no sea cocinero.

Trump lleva apenas dos semanas en el poder de su segundo mandato y el huracán de incursiones institucionales ya es constante. Al igual que otros líderes narcisos como López Obrador, él es el centro y la salvación. Su palabra es capricho; sus errores siempre son de otros. La sociedad supone una estrategia detrás de estos atropellos, pero la realidad es que sus políticas vienen de sesgos preconcebidos y el desdén por la ortodoxia económica o científica. Ahora, con el poder en sus manos, esos impulsos se convierten en acciones de Estado.

En México, López Obrador utilizó un enemigo distinto: la “mafia del poder”. Con un discurso basado en la pureza moral y la lucha contra la corrupción, su llegada al poder fue la de un redentor que prometía acabar con el viejo régimen. Su estrategia fue clara: destruir todo vestigio del pasado. Eliminó fideicomisos, redujo organismos autónomos y debilitó instituciones clave, todo en nombre de la austeridad. Gastó miles de millones sin consecuencia; quebró las finanzas públicas, pero todos hablábamos de sus estampitas detente y los “fifís”.

El populista no solo destruye contrapesos; también crea crisis para mantenerse en el centro del espectáculo. Así llegamos a la reciente amenaza de aranceles de Trump, una propuesta que, bajo un análisis racional, colapsaría las economías de México, Estados Unidos y Canadá. Pero los populistas no gobiernan con estrategia, sino con impulsos. No miden consecuencias. En su mente, cualquier idea propia es infalible, incluso cuando las señales económicas y diplomáticas indican lo contrario. Y lo peor es que el resto del mundo sigue jugando su juego.

Por otro lado, rápido, aquellos que usaban la “soberanía” como unificador encuentran la globalización del imperialismo. Sheinbaum y Trudeau, doblaron las manos más rápido que lo que pudieron pensar en medidas de reciprocidad. No se atrevieron a desafiar a Trump. El placer del disruptor radica en la sumisión de los demás.

La izquierda soberanista-globalifóbica-antimilitarista-antiimperialista se desvive por justificarse y se vuelve lo que antes tanto desdeñaba en sus movilizaciones callejeras: sumisos ante el poder del imperio. Sin embargo, la realidad es que la amenaza sigue ahí. Como el adicto, el disruptor no llena su necesidad con una inyección de poder. Requiere de estímulos constantes; enemigos sonantes.

Así, seguiremos siendo la causa y consecuencia. Vienen tiempos difíciles, sobre todo con la nueva negociación del tratado de libre comercio, las amenazas de aranceles, la migración, el narcotráfico y, la incompetencia dogmatizada de algunos miembros del gobierno.

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