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El deporte como moneda social

Opinión
Tal parece que las activaciones físicas y deportivas se están sobreponiendo a los deportes de práctica disciplinada. Quizá en parte porque se han convertido en una escenografía instagrameable, en una necesidad mental por ser vistos, por ser reconocidos, una suerte de síntoma. Síntoma de una sociedad acelerada que ya no distingue lo personal de lo performativo colectivo. En este sentido, el deporte ya no es algo que se practica, sino que se consume. La gente invierte una cantidad considerable de su salario en gimnasios, pilates o actividades similares; incluso paga por correr hasta cinco veces al año porque esta práctica se ha convertido en una moneda social, en una actividad que confiere estatus, que permite conectar con los demás y que da mucho de qué hablar.
Las marcas de artículos deportivos y los nuevos roles de influencia asociados a estas, hacen lo propio y, sin dejar de alimentar la pasión por los deportes, vamos a decir tradicionales, comienzan a exaltar contextos deportivos, temporadas, outfits y actos performativos asociados a hazañas colectivas. Tema aparte es lo ocurrido en la escena musical en todo el mundo que ha terminado envuelta en marcas deportivas como si se tratase de equipos de futbol.
El caso es que tenemos nuevos deportes, o deportes con nuevas reglas que no exigen habilidades ni persistencia, empeño, buen desempeño o compromiso alguno. Deportes blandos, que no se discuten, que se asumen como parte de un modelo de vida, de una activación física socialmente gratificante y sana.
Recientemente vi una entrevista hecha a Gerard Piqué. En ella el ex defensa del Barça señalaba que los deportes deberían cambiar sus reglas de juego para ser más veloces, más emocionantes, dinámicos y atractivos para las nuevas generaciones. Se preguntaba ¿Por qué se saca dos veces en el tenis y no solo una vez, y por qué si fallas el primer saque es punto para el otro? “Son 30 segundo más, el tenista está botando la pelota, la gente no quiere ver esto la gente quiere ver el punto”. Se quejaba de que había intentado cambiar estas cosas en la federación de tenis pero que no hubo manera debido a que en las federaciones deportivas hay gente mayor. Por otro lado, citaba estadísticas que mostraban que cada vez más gente se está alejando de deportes como el tenis porque prefieren intentar con el padel y el pickleball (deporte de raqueta que combina reglas del tenis, del bádminton y del tenis de mesa). Desde el punto de vista de los negocios -decía- en los clubes deportivos, se comenzaba a considerar que en la misma superficie de una cancha de tenis, las medidas daban para tener dos canchas de padel. ¡El doble de negocio! Y es aquí donde entramos a una de las partes centrales de esta entrega, deportes como el padel no exigen un nivel para poder jugar, el tenis sí. Aquí la jugabilidad es importante. El fútbol 7, el fútbol sala, el fútbol playa, el fútbol burbuja y el fútbol 50, por ejemplo, permiten jugarlo a cualquier edad y con el mínimo de habilidades. Es un deporte que te devuelve al barrio, sólo que, tanto en este como en otros, hay que saber separarlos del alto rendimiento para que depués no entremos a debates melosos como el de Simone Biles donde algunos ven en ella valentía y otros falta de arrojo por haber renunciado a participar en la final individual de Tokio 2020 por anteponer su bienestar mental. El alto rendimiento es otra cosa.
Bueno pues Piqué propone que los deportes tradicionales cambien sus reglas para volver a ser atractivos entre las nuevas generaciones. En lo personal no estoy de acuerdo. Reniego, y cada vez más, de los grupos poblacionales que marcan tendencias de consumo porque detonan cambios constantes y desenfrenados en todo lo que nos rodea, en todo tipo de bienes y servicios por ese afán, nada sano, de ir eliminando la pausa, la escucha, la espera, el cálculo y los momentos de concentración en los deportes, en los estudios, en la música, el cine y todo el entretenimiento audiovisual. No me gusta el culto a la velocidad y esa forma en que la técnica y la economía perfeccionan el consumo de todo lo que vemos, olemos, tocamos, escuchamos y saboreamos. En días recientes he visto mesas de villar donde los tacos son auténticas escopetas de madera, se cargan igual que las normales y tienen un gatillo para detonar el golpe de las pelotas; mesas de ping-pong movibles de parejas, donde uno de cada equipo se dedica a mover la mesa hacia donde vaya la pelota y el otro se concentra en el tiro. Asimismo, un robot en un campo de golf programado para hacer un hole in one perfecto. A ver, como entretenimiento creativo no está mal. Pero de ahí a cambiar las reglas establecidas en los deportes solo para estar a tono con las tendencias, me parece absurdo. Mucho bien haría a esas nuevas generaciones de las que habla Piqué, acudir a un estadio, centrarse en lo que un determinado deporte les puede ofrecer, experimentar el animoso y vigorizante calor de la convivencia humana y abandonar la tercerización de esos momentos que suelen hacer a través de la publicación de su estatus en redes sociales. Cambiar el álgebra de la vida moderna y aprender a maridar nuestros algoritmos emocionales con la necesidad de pasarlo bien.
