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Opinión

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Aranceles, ¿turbulencia o cambio histórico?

El 1 de enero de 1994 está marcado - además de por el alzamiento zapatista - por la entrada en vigor del TLC, y con él, el inicio de una nueva etapa histórica entre Estados Unidos y México. Una que tenía un nuevo marco legal, un diseño institucional distinto, pero sobre todo un cambio cultural que tuvo como base la idea de que el futuro económico de México estaba anclado a la integración con su vecino del norte.

Esa idea que cambió la cara del país durante las siguientes décadas, encontró su punto más alto cuando el considerado como el primer gobierno de izquierda, fue el principal defensor del tratado, para darle nueva vida, ahora bajo las siglas del TMEC.

Toda esa historia pudo haber llegado a su fin casi 31 años después, con el anuncio el pasado 1 de febrero, de los aranceles impuestos por Donald Trump a la economía de México y de Canadá.

No solo porque la medida rompe con lo acordado por el nuevo tratado - avalado por el propio Trump en su primera etapa- sino porque parece marcar una ruptura frente a la idea de la integración de Norteamérica como la apuesta trinacional para el desarrollo.

En el nuevo marco, EU es la víctima de sus vecinos abusivos, y la aplicación de los aranceles es necesaria para replantear la relación, no solo en lo económico sino también en términos de migración y seguridad.

Al día siguiente del anuncio, fue notable ver al Secretario de Economía mexicano, Marcelo Ebrard, compartir en su cuenta de X las expresiones de actores estadounidenses - cámaras empresariales locales o gobiernos estatales - que refutan la medida. Demostrando con ello, que al menos hasta ahora, hay voces también de ese lado de la frontera que siguen convencidas de que la ruta de la integración es la correcta.

Por eso la pregunta central en este momento, es si solo estamos ante un periodo de turbulencia o si en el fondo es un cambio de paradigma. Si es lo primero, habría que asumir que todo esto es temporal, que la disrupción por los aranceles solo es un instrumento para lograr avances en otras agendas, legítimas o no. Y que más pronto que tarde habremos de volver al proceso que tiene tres décadas en marcha, incluso hasta con más convicción después de valorar lo que se ha logrado hasta ahora.

Pero si es un cambio de paradigma, entonces las implicaciones serán mucho más serias. Parecería que un proceso histórico pesa más que cualquier administración, aquí, en Estados Unidos o en Canadá. Sin embargo, el mundo pasa por un momento en que ya no es conveniente asumir que lo que dábamos por sentado, seguirá ahí la semana siguiente. Las reglas con las que hemos jugado en muchos campos hoy están en revisión, empezando por las que establecen los límites a los actores políticos, y hoy nadie debería dar por descontado que Trump puede cambiar la orientación del bloque de Norteamérica, impulsado por un nuevo nacionalismo expansionista, que no fue su sello en su primer mandato, pero que ahora parece ser el motor que guía su actuación.

Habrá quien señale que la lógica económica es la que al final se impone sobre la acción política, y que más pronto que tarde habremos de volver al terreno de lo ya conocido.

No obstante, habrá que ver si lo que parecen impulsos irracionales no conectan en el fondo con pulsiones nacionalistas en los distintos países y con nuevos relatos que nos regresen a otros tiempos en los que la globalización era vista más como una amenaza que como una gran oportunidad. De ser así, no dejaría de ser paradójico que la vuelta atrás no proviniera de los socios menores, los que se supone que estaban en desventaja en la relación, sino de la potencia que en su momento fue la que subió a los otros países a esa nueva era en la relación.

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