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Opinión

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Alternativas al apaciguamiento de Trump con Rusia

Al adoptar una estrategia hacia Rusia que recuerda siniestramente al apaciguamiento que aplicaron Gran Bretaña y Francia a la Alemania nazi en 1938, el presidente estadounidense Donald Trump prácticamente ha asegurado que Europa no logrará la paz en nuestra época. Esta vez, sin embargo, Francia y Gran Bretaña tienen los medios para evitar una catástrofe en ciernes.

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PRINCETON – El presidente estadounidense Donald Trump dice que quiere llevar la paz a Ucrania, pero su planteamiento no puede funcionar porque no aborda el problema de las garantías de seguridad. No habrá paz mientras Ucrania deba enfrentarse sola a Rusia.

Pero tal vez se pueda superar esta falla. En teoría, la innovación técnica en la miniaturización de la guerra podría ofrecer nuevas formas de garantizar la paz, y Francia y el Reino Unido –ambas potencias nucleares– podrían intervenir cuando Estados Unidos se retraiga.

Ahora es el momento de considerar esas posibilidades. En su intervención en el Grupo de Contacto de Defensa de Ucrania en Bruselas hace unos días, el secretario de Defensa de Estados Unidos, Pete Hegseth, pareció haber entregado muchos de los elementos clave que habrían sido objeto de negociaciones. Antes de que las conversaciones comenzaran, Estados Unidos decía que impondrá pérdidas territoriales a Ucrania y le impedirá unirse a la OTAN. Peor aún, estos comentarios fueron seguidos inmediatamente por una publicación eufórica en las redes sociales de Trump sobre una conversación que tuvo con el presidente ruso, Vladimir Putin.

En un momento en que ambas partes de la guerra están al borde del agotamiento, no es una tontería explorar las opciones para lograr una paz duradera en ausencia de una capitulación total de una de las partes. Pero el camino que ha elegido Trump conduce directamente a una maraña imposible. Una solución duradera y creíble requiere eliminar la causa de la guerra. Pero ¿cuál es esa causa?

Para los ucranianos, es la decisión de Putin de lanzar una invasión a gran escala el 24 de febrero de 2022. Eliminar la causa, por lo tanto, requeriría un cambio en el gobierno ruso, un resultado poco probable.

Para Putin, la causa es lo que él ve como un gobierno ilegítimo en Ucrania. De hecho, como dejó claro en un ensayo de amplio alcance publicado en julio de 2021, niega la legitimidad de la propia independencia de Ucrania. Eliminar la causa, por lo tanto, requeriría eliminar a Ucrania como un Estado-nación soberano.

La historia está llena de ironías, y la última oleada de iniciativas de paz se produce justo antes de la Conferencia de Seguridad de Múnich, una reunión celebrada a unos cientos de metros del lugar del intento fallido de paz más notorio de la historia moderna. Fue allí, en 1938, donde Adolf Hitler logró convencer a Gran Bretaña y Francia de que Checoslovaquia, no la Alemania nazi, era la causa del conflicto en el continente.

Después de un mes de diplomacia de crisis, los líderes británicos, franceses e italianos se reunieron con Hitler en el Führerbau (“el edificio del Führer”) en Múnich e impusieron un acuerdo político a Checoslovaquia, despojándola de los llamados Sudetes, una región occidental con una importante minoría de habla alemana que se había radicalizado por la propaganda nazi.

Aunque los acuerdos de paz suelen estar impulsados por una repulsión a los horrores de la guerra, también suelen preparar el terreno para nuevos conflictos. En un discurso radial dirigido al pueblo británico el 27 de septiembre de 1938, el primer ministro Neville Chamberlain reflexionó: “Qué horrible, fantástico, increíble es que estemos cavando trincheras y probándonos máscaras de gas aquí debido a una disputa en un país lejano entre personas de las que no sabemos nada”. En menos de un año, los británicos se estaban poniendo máscaras de gas y construyendo defensas.

Mientras tanto, en Francia, el argumento a favor de la paz (apaciguamiento) en 1938 y 1939 se destiló en la pregunta: “Mourir pour Dantzig?” (“¿Morir por Gdansk?”). Pero aquellos que creían que se habían mantenido a salvo mediante una diplomacia inteligente pronto estaban muriendo por Francia.

El lenguaje de los intentos fallidos de pacificación sigue un patrón familiar. En primer lugar, se nos dice que los peces gordos se las arreglarán dejando de lado a los molestos países más pequeños con sus complicadas historias. Como dijo Trump sobre su conversación con Putin: “Ambos reflexionamos sobre la gran historia de nuestras naciones”. Las grandes potencias europeas exhibieron la misma arrogancia en 1938.

En segundo lugar, se nos dice que bastará con la lógica simple. O, como dijo Trump: “El presidente Putin incluso utilizó mi lema de campaña, que era muy fuerte: ‘sentido común’”. También era de sentido común que la cuestión de los Sudetes, no el deseo de Hitler de unificar a Europa bajo el régimen nazi, fuera el centro de la crisis de 1938.

En tercer lugar, los pacifistas invocan la amenaza del colapso de la civilización. Rusia ha amenazado constantemente con una guerra nuclear, y temores similares de escalada moldearon la toma de decisiones británica a fines de la década de 1930. “El verdadero triunfo”, dijo Chamberlain a la Cámara de los Comunes el 3 de octubre de 1938, “es que… los representantes de cuatro grandes potencias pueden llegar a un acuerdo sobre una manera de llevar a cabo una operación difícil y delicada mediante el diálogo en lugar de por la fuerza de las armas, y de ese modo han evitado una catástrofe que habría acabado con la civilización tal como la conocemos”.

Visto en retrospectiva, el verdadero triunfo habría sido congelar el conflicto hasta que se pudiera encontrar una solución real. Eso podría llevar décadas, como en la Alemania de posguerra, o incluso más tiempo, como en la península de Corea desde el armisticio de 1953. Puede haber un deshielo gradual, como ocurrió en las relaciones entre Alemania Oriental y Occidental, o puede que no lo haya. De cualquier manera, Alemania Occidental y Corea del Sur permanecieron seguras después de que cesaran los combates porque estaban protegidas por el marco de disuasión de la Guerra Fría de Occidente.

De la misma manera, la disuasión eficaz es la clave para garantizar que el conflicto en Ucrania permanezca verdaderamente congelado, y que Rusia no utilice la congelación simplemente para aumentar su capacidad militar hasta que pueda aplicar una fuerza irresistible. Durante la Guerra Fría, esa disuasión se lograba con la amenaza de una destrucción mutua asegurada. El mismo mecanismo podría ofrecer una salida ahora.

Podrían aplicarlo Francia y el Reino Unido, que, junto con EU y Rusia, son partes del Memorándum de Budapest de 1994, por el cual Ucrania acordó renunciar a más de 1,700 armas nucleares de la era soviética a cambio de la promesa de las otras partes de garantizar la integridad territorial de Ucrania. Tanto Francia como el Reino Unido –o preferiblemente ambos– podrían suministrar armas nucleares a Ucrania y a cualquier otro objetivo vulnerable de la agresión rusa.

Si Gran Bretaña y Francia hubieran sido capaces de armar a Checoslovaquia de manera efectiva en 1938, no habría habido invasión alemana, y tal vez tampoco Segunda Guerra Mundial. Pero eso simplemente no era posible en ese momento. Hoy es diferente. Francia y Gran Bretaña poseen los medios de disuasión y las transferencias tecnológicas son mucho más fáciles.

Hace tiempo que se habla de encontrar una nueva forma de multilateralismo en un mundo que se está volviendo más fragmentado y multipolar. Francia y Gran Bretaña tienen la oportunidad de demostrar cómo podría funcionar y cómo podría restaurar algo de paz y seguridad en un mundo que se tambalea al borde del abismo.

El autor

Harold James, profesor de Historia y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton, es el autor, más recientemente, de Seven Crashes: The Economic Crises That Shaped Globalization (Yale University Press, 2023).

Copyright: Project Syndicate, 2025 www.project-syndicate.org

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