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Un día como hoy, pero de hace 210 años
El sitio de Cuautla

Foto EE: Especial
Dicen que antes de romper el cerco, los soldados insurgentes, comandados por José María Morelos, cenaron una suela de zapato bien asada, dividida en diminutas partes. No había más. Ni bichos para echarse a la boca. El sitio impuesto por el ejército realista llevaba 73 días y los intentos de escape no habían tenido éxito. Pero aquella noche todo iba a ser diferente. Corría el 2 de mayo de 1812.
Todo comenzó cuando El virrey Venegas, temeroso de que Morelos y su ejército llegaran a tomar la capital de la Nueva España, había dado órdenes precisas al general Calleja para detenerlo. Morelos, con una estrategia militar nunca vista, causaba pánico, ganaba batallas y se escapaba para tomar ciudades. Además, había rechazado al ejército realista, no una, sino tres veces. Por ello, Félix María Calleja, el general más temible del ejército virreinal, estaba determinado a acabar con la fama, las reuniones, las juntas y los gritos por la libertad. Apareció con sus hombres en Zitácuaro y la Junta se disolvió, pero la lucha no se detuvo. Hermenegildo Galeana se apoderó de Taxco y Morelos hizo lo mismo con Izúcar. Después se dirigió a Cuautla. Su propósito era tomar la ciudad, desviarse a Puebla y lograr avanzar hasta la capital.
Cuentan que apenas entró en el Cuautla, Morelos aprehendió a 50 soldados realistas y lanzó un discurso para ganarse la adhesión del pueblo y reclutar a más hombres para la insurgencia. Leonardo Bravo comenzó a fortificar las trincheras y mandó abrir troneras en conventos y casas principales. Mariano Matamoros logró obtener víveres y pertrechos, pero no sirvió de mucho: Diez días después Calleja decidió sitiar la ciudad.
El cerco a los insurgentes inició el 5 de marzo de 1812. El ejército realista cortó todas las comunicaciones con el exterior, el agua y a los portadores de víveres. Pero terminó siendo una maldición para ambas partes
Fue el primero de mayo cuando Calleja, desesperado, dijo a los sitiados de la existencia de un bando de indulto al cual podían acogerse. Después les dio cuatro horas para rendirse. Morelos no aceptó y en lugar de gastar tiempo, junto con sus lugartenientes, Hermenegildo Galeana y Mariano Matamoros decidieron escapar y emprender la huida. El cerco quedó roto.
Dicen que una vez roto el sitio, las fuerzas de Calleja se dedicaron a destruir lo que aún quedaba de Cuautla. Y que el heroísmo del caudillo independentista cruzó los mares. Napoleón Bonaparte, al tener noticia de tales hechos, dijo que si él contara con cuatro generales como Morelos podría conquistar al mundo.
Todo resultó como debía. Morelos, que sabía lo de “después de la tempestad viene la calma”, también se enteró de las amarguras que siguen a cada triunfo. Durante su retirada de Cuautla, José María cayó de una mula, se rompió varias costillas y quedó enfermo muchos días. En el lecho del dolor se enteró que Calleja había hecho una entrada triunfal en Cuautla, presumido y presumiendo uniformes, banderolas y soldados. Y que a pesar de haber sido vencido, actuaba como vencedor. La Gazeta Extraordinaria del Gobierno de México comunicaba entusiasmada, la captura y el sitio de Cuautla. Sin embargo, algunos supieron de una carta enviada por el virrey Venegas a Calleja en la que, hablando de Morelos, escribía: “démosle gracias a ese buen clérigo de que nos ha ahorrado la vergüenza de levantar el sitio”. Calleja había reaccionado con furia asesina. Colérico, organizó una brutal represión contra los pobladores de Cuautla. Destruyó casas, incautó bienes y ordenó fusilamientos sumarios. A nadie se le olvidó burlarse de que un sitio de 72 días había dejado a los sitiadores con las manos vacías. Y cada cual hubo de ocuparse de su júbilo o vergüenza. Cuentan las crónicas que por las calles solía escucharse una jácara que decía:
Se está representando aquí la comedia en la que un truhan entra muy ufano al teatro con un turbante y dice: “Aquí está el turbante del moro que cautivé. ¿Y el moro?, le preguntaban... ¡ah!, ése se fue”.