Buscar
Opinión

Lectura 5:00 min

¡Quiero mi cocol!

El pasado 7 de enero fui a visitar al hospital a quien fuera mi amigo desde hace más de 40 años: Jorge Arvizu. Momentos antes de que yo entrara a su habitación estuvieron con él dos de los hijos de Andrés Manuel López Obrador, político al que Jorge admiró y se adhirió con entrega y compromiso a su causa y quien un mes antes sufriera un infarto. Según supe, los muchachos López Beltrán pusieron en contacto telefónico al enfermo con su padre, que ese día había reanudado sus actividades políticas.

Cuando entré a ver al disminuido enfermo, le pregunté: ¿Qué tal estuvo la plática con López Obrador? Observé alegría en sus ojos. Bien –expresó con fatiga. Seguí interrogándolo: ¿Qué le dijiste? Que le voy a ganar, porque me voy a ir primero –manifestó con un apenas perceptible hilo de voz.

Lo vi muy malito. Quise hacerle conversación. Tarea inútil. El enfermo tenía poca fuerza y menos ganas de hablar y de escuchar. Era hora de la cena. Trajeron sus alimentos. Dieta blanda. Una mierda –opinó, señalando la bandeja. Luego con gran esfuerzo trató de incorporarse con la ayuda de una enfermera y sin pelos en la lengua –jamás los tuvo- me habló con su voz queda: Me mortifica que me veas así. Me puse en sus pantuflas. Salí de la habitación.

De regreso a mi casa lloré por la inminente muerte de mi amigo. Me sentí culpable por no haberme despedido de él como el cariño y la amistad de tantos años ameritaba. Estuve al pendiente de su cada vez más menguada salud por la vía telefónica. La semana pasada soñé con él y ese mismo día sentí la necesidad de verlo. Si él se mortificaba porque lo viera enfermo, yo estaba más mortificado por no despedirme de él como mi sentimiento me dictaba.

En su casa me recibieron su esposa Amalia y su hija Karina, quienes me llevaron con el enfermo, al tiempo que les explicaba a ellas para que me oyera él: Sólo vine a decirle a Jorge que si 15 por ciento de los mexicanos fuéramos como él este país se salvaría. Ya estaba frente a él –lo que quedaba de él, hubiera dicho él. Me vio y murmuró: Eme, erre, a -siempre se dirigió a mí por las iniciales de mi nombre y apellidos.

Amalia y Karina nos dejaron solos. Esta vez iba preparado. Sabedor de sus ideas de izquierda, muchas de ellas compartidas, le leí una versión corta, editada por mí, de un poema de Efraín Huerta: Canto al petróleo mexicano . Él escuchaba con los ojos cerrados. Tomó mi mano cuando llegué a la parte que dice:

Pero un buen día, un gran día,/ un día que es la bondad del patriotismo,/ un día joven como éste, luminoso, un día genial de gloria, / se oyó un sordo rumor de cataclismo,/ de inminente victoria/ y jubiloso/ resurgir del abismo.// Un alto día como éste/ una mano certera señaló/ la verdadera ruta de la Patria:/ con orgullo que dio/ una impresión de ruego sobrehumano,/ el michoacano ilustre incorporó/ el oro negro al seno mexicano . Al tiempo que leía él apretaba, hasta donde su fuerza se lo permitía, más mi mano. Los últimos renglones los dije de memoria. Sin leer, mi vista se fijó en su rostro. En sus ojos descubrí lágrimas. Aproveché para expresarle mi admiración por su talento y lo mucho que quise a su persona. Vete tranquilo, amigo querido –le hice saber-, porque fuiste un hombre auténtico, honesto y leal cual ninguno. Porque amaste a tu patria y fuiste solidario con tu prójimo.

Quiso la casualidad, o el destino, ¿quién lo sabe?, que Jorge Arvizu, el actor que hiciera famoso su personaje El Tata, falleciera en los primeros minutos del día 18 de marzo, justamente 12 minutos después de las doce de la noche -12:12 am-, el mismo día que en el país conmemoramos la expropiación petrolera, obra de otro Tata: Lázaro Cárdenas.

Sketch

Recuerdo un sketch que hicieron el hoy difunto con César Bono y Maribel Fernández. Evitaré el formato que marca los diálogos y las acciones para tratar de hacer una narración más económica y efectiva. El set es una calle y la iluminación nos hace saber que es de madrugada. Pasado de copas, un personaje interpretado por Jorge toca en la puerta de una casa. Abre César en piyama y somnoliento dice: Son las 3 de la madrugada. ¿Se puede saber qué quiere a esta hora? Señor –dice el borrachín-, fuera usted tan amable de darme un empujón. ¡Qué empujón ni qué ocho cuartos! –dice Bono y da un portazo. En el interior de la casa está Maribel, quien pregunta: ¿Quién era? Un tipo –contesta Bono-, que a estas horas de la madrugada quiere que le dé un empujón.

Pobrecillo –se conduele Maribel-, se le ha de haber descompuesto el coche. Nada te cuesta ayudarlo y darle un empujón. ¿Te gustaría a ti que se te descompusiera tu coche de madrugada y que nadie te quisiera empujar? Tienes razón –dice César convencido. Abre la puerta y en la calle no hay nadie. Da unos pasos. Frente a la casa hay un parque. César grita: ¿Dónde está el señor que necesita que lo empujen? Se oye la voz lejana de Jorge: Aquí, en los columpios.

Únete infórmate descubre

Suscríbete a nuestros
Newsletters

Ve a nuestros Newslettersregístrate aquí
tracking reference image

Últimas noticias

Noticias Recomendadas

Suscríbete