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Opinión

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Obama y la democracia en América

La espectacular toma de posesión del poder presidencial en Estados Unidos que millones de personas atestiguamos en todo el planeta, mostraron las virtudes de lo que, azorado, hace 170 años Alexis de Tocqueville denominó: la democracia en América. Pero el acto protocolario también dejó ver algunas características que podrían convertirse en un lastre para esa forma de gobierno y para esa nación.

En Norteamérica -afirmaba el filósofo francés- los ciudadanos que forman la minoría se asocian para comprobar su número y debilitar el imperio moral de la mayoría . La llegada de Barack Obama a la presidencia de Estados Unidos arroja, entre otras, una lección importante: No se trata, como muchos suponen, de un acto justiciero y la reivindicación de un pueblo que fue esclavizado y

socavado durante doscientos años; es, por el contrario, una muestra de madurez de una sociedad cuya forma de gobierno demuestra ser la más adecuada para procesar las tensiones internas, que hizo posible que un representante de un grupo minoritario de la población llegue al poder. En eso podría radicar el optimismo generalizado entre los estadounidenses y buena parte del orbe que ha provocado el cambio de presidente.

A diferencia de las naciones predominantemente indígenas o negras, que durante siglos han sido o fueron gobernadas por una élite minoritaria blanca o extranjera formando una pirámide que, finalmente se revirtió, lo que ha venido sucediendo en Estados Unidos es que del sólido cubo integrado por razas, credos y culturas que lo forman, un miembro de un sector que apenas significa la décima parte del total se ha distinguido por méritos propios y ahora gobierna con la aceptación de la sociedad en su conjunto.

Esto no ha sucedido en otras naciones consideradas de avanzada.

Debe admitirse que la más vieja democracia del mundo, sigue dictando enseñanzas; ha dado una muestra de lo que Norberto Bobbio llamó la legitimidad del consenso . Está por verse si, además, el gobernante tiene la capacidad para hacerse acreedor a la legitimad de los resultados . Por lo pronto, no sólo merece el beneficio de la duda, sino de la esperanza.

Pero el multicitado evento cívico mostró también atisbos de un bemol: el advenimiento de la sociedad del espectáculo; aquella en la que el primer lugar en la tabla de valores es el entretenimiento, donde paliar el aburrimiento es la pasión generalizada; ese ideal de vida centrado en el esparcimiento, el humor y la diversión, como respuesta, o válvula de escape, a las vidas marcadas por rutinas deprimentes, lo que, desafortunadamente, termina por convertir esa comprensible propensión a pasarla bien en un valor supremo que tiene como consecuencia la banalización de toda actividad cultural y entre éstas, de la política. En una sociedad donde lo novedoso sustituye a lo profundo y lo vistoso a lo importante, los políticos quieren conservar su popularidad con base en los gestos y las modas, más que en sus propuestas y su capacidad ejecutiva para materializarlas.

La espectacularidad de la ceremonia, su ininterrumpida transmisión global, visible a través de todo tipo de soporte electrónico, la meticulosidad del manejo de una agenda de actividades en formato de guión cinematográfico y la contundencia de las coloridas imágenes, revelan un cuidado obsesivo por la forma que, esperemos, no desplace lo que debe seguir siendo esencial y constituir lo medular del trabajo político: la atención de los grandes retos. No sólo Estados Unidos, México y el mundo están expectantes.

ccq@cesarcamacho.org

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