Moderar debates

Está por concretarse una base de reglas mínimas que deberán aplicar a cualquier formato que se diseñe para celebrar, por primera vez, tres debates presidenciales a cargo de la autoridad electoral en el 2018. Digamos que son reglas de las reglas, y aunque todavía falta una deliberación sobre cada formato específico, ya hay un acuerdo con criterios de piso obligatorio para que en todos los debates se garantice de entrada que los moderadores dejen de tener un papel acotado y los candidatos, participaciones sobreprotegidas y rígidas hasta en los encuadres de cámara.

Con esa decisión que ya avaló la Comisión de Debates del INE, se ha dado un paso definitivo en cuanto al papel activo que deben jugar las y los moderadores que tendrán la responsabilidad de propiciar un intercambio fluido entre candidatas y candidatos, uno que contraste sus posturas de manera efectiva y no se estanque en monólogos guionizados, con minutos predefinidos, secuenciados. Habrá finalmente la flexibilidad que acabe con la lógica acartonada y rígida.

No se trata de convertir a quien modera un debate en su protagonista, pero tampoco de colocar a periodistas críticos y con experiencia en conducir discusiones públicas, como maestros de ceremonia imposibilitados a interrumpir para solicitar respetuosamente a presidenciables que no se salgan del tema o que contesten lo que otros candidatos les acaban de preguntar y no otra cosa para evadir asuntos, que comenten alusiones directas en lugar de sólo ignorarlas, que haya claridad en su postura para que así las y los electores tengan claridad de la oferta política que realmente se identifica con su expectativa de voto.

Las reglas generales, la base que aprobara el INE en su Consejo esta semana, implicarán candados positivos para establecer que las o los moderadores sí puedan intervenir para requerir a las y los candidatos a responder una pregunta suelta, pedirles no alejarse del tema, ampliar sus respuestas, incluso hacer preguntas o aludir a datos de contexto. La moderación va a administrar el tiempo, a ordenar las intervenciones pero también podrá interacturar con un margen de libertad que nunca había existido en México, que por fin cruzará la frontera que lucía intransitable hace algunos años.

No es una ocurrencia ampliar los alcances de quien modera un debate. Desde el primer cara a cara televisivo entre Kennedy y Nixon de 1960, un panel de periodistas hacía preguntas directas y espontáneas en vivo, mientras el moderador les daba la palabra igual que a los candidatos. Entonces hubo cuatro comunicadores de distintos medios. Mientras Kennedy respondía el primer cuestionamiento en su silla, el moderador lo interrumpía para que acudiera a un atril y respondiera frente a las cámaras que podrían registrar con más detalle su intervención. El demócrata no conocía las preguntas de los periodistas y cuando terminó de responder, el moderador le requirió a Nixon contestar o hacer algún comentario sobre las alusiones. El republicano dijo: “Sin comentarios”, pero en todo caso quedó claro ante la audiencia que no estaba dispuesto a pronunciarse.

En el mundo los moderadores son clave para que las audiencias encuentren esa claridad hasta en la negativa a tomar postura, en la posibilidad o no para que los debates sean terreno en donde podamos encontrar elementos de decisión.

El cambio central a los formatos es esa perspectiva que antepone el derecho de las audiencias, la de reconocer que los protagonistas en el set son sin duda las y los candidatos, pero que exponer y contrastar sus argumentos es un ejercicio para la ciudadanía, que necesita medidas favorables a la ciudadanía que busca respuestas. No las encontrará fácilmente si no hay posibilidad de hacer preguntas o pedir que se contesten.

*Consejero electoral del INE