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Opinión

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La ilusión viaja en tranvía

La ilusión viaja en tranvía (1953) fue una de las 20 películas que el realizador español-mexicano Luis Buñuel filmó en México. Interpretada por Carlos Navarro como el conductor del tranvía 133, Fernando Soto “mantequilla” como el ayudante del conductor y su amigo a prueba de todo, y una hermosa y sugerente Lilia Prado en el papel de Lupita (Lupita tenía que ser) en los papeles principales. Navarro fue un extraordinario actor de teatro, muerto prematuramente a los 47 años. De su paso por el cine se le recuerda por Doña Perfecta, Angélica e Historia de un abrigo de mink, entre otras. Soto fue un notable actor de soporte que actuó como mancuerna con todos los galanes de la época: Luis Aguilar, Pedro Infante, Jorge Negrete, David Silva y el propio Carlos Navarro. De alguna manera, fue el Sancho Panza a la mexicana, lleno de un humor y sabiduría. De Lilia Prado hay mucho que decir, pero cualquiera que haya visto alguna de sus decenas de películas sabrá que era talentosa, carismática, buena actriz y bella.

La ilusión viaja en tranvía es un fresco pero no de toda la sociedad, sino de las clases trabajadoras que se esforzaban por salir adelante y viajaban en transporte público. Cada persona tiene una aspiración, llamémosla una ilusión. Ahora no hay tranvías en la Ciudad de México, así que la ilusión sigue viajando, inexplicablemente, pero ahora lo hace en Metro, Metrobús o micros, de esos que dice la corcholata Claudia Sheinbaum que ya no existirán en 2024 y supuestamente serán sustituidos por un transporte “amable con el medio ambiente”.

En fin, la persistente ilusión encontrará la manera de seguir viajando, así sea en esos transportes dichosos o en trolebús elevado o cablebús. Tal vez cuando Mauricio de la Serna, Juan de la Cabada, José Revueltas, Luis Alcoriza y el propio Luis Buñuel (todos ellos magníficos y olvidados) escribieron el guion de la película encontraron que una de nuestras características nacionales (si existe algo como eso) es la persistencia de la ilusión, esa terca y tramposa afición a esperar que algo mejore. Andy Dufresne decía en The Shawshank Redemption (1994) algo así como que la ilusión es algo bueno, tal vez incluso la mejor de las cosas, y las cosas buenas nunca mueren, pero bueno, habrá que conseguirse un poster de Rita Hayworth o un túnel a la felicidad del océano Pacífico, ese mar que no guarda recuerdos.

Cada uno tiene sus ilusiones. El millón ochocientos mil personas que buscan trabajo y no lo encuentran tal vez se ilusionen con encontrar uno, así sea mal pagado. En otro nivel, seis millones de personas mayores de 60 años que siguen trabajando sin la esperanza de una jubilación, tal vez se ilusionen con un milagro que les permita tener una vejez apacible. Mientras, se aferran a la pensión clientelar de López Obrador. La ilusión nunca es igual, depende de las circunstancias: comida todos los días, la posibilidad de que los hijos sigan estudiando o lleguen todos los días a salvo.

Hay una ilusión que no viaja en Metro o micro, sino en camionetas blindadas: la de los políticos. Esta se nutre de encuestas y de millones de pesos en propaganda que no sabemos si paga el presupuesto “del pueblo” o algún grupo del crimen organizado o ambos. También se nutre de encuestas, mas hay un secreto: a más de un año de distancia de las contiendas federales las encuestas solo llevan ilusión y deseo, algo que puede desaparecer en breve tiempo o hacerlos ganar.

Por cierto, algo anda mal cuando hay mediciones que dicen, por ejemplo, que la favorita de MORENA para la Capital es Rosa Icela Rodríguez, la secretaria de Seguridad que no asegura nada y se dedica en realidad a repartirle al pueblo “lo robado”, y en otras el puntero es García Harfuch, un hombre que misteriosamente pasó por el pantano de García Luna y de Ayotzinapa sin mancharse. Su plumaje es de esos, como el de Ignacio Ovalle y el desvío de recursos más grande que el de la estafa maestra.  Todas las tranzas y corruptelas las purifica la palabra del púlpito mañanero.

Hablando de ilusiones, también existen aquellas que esperan un mejor país y un mundo sin tantos problemas. Bueno, digamos que al menos aspiramos a que exista un mundo al final del año. Por cierto, no hay que hacerse ilusiones de encontrar el político perfecto, la democracia o el amor perfectos. Por esos hay que esforzarse así se viaje en tranvía, en Metrobús o en Uber.

Lo cierto es que quien venda más ilusiones será el conductor del tranvía, de ese tranvía llamado deseo… de poder.

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