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Opinión

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La batalla por el rumbo de la inteligencia artificial

En las pasadas dos semanas ocurrió en la vida real una trama que, si hubiera sido serie de televisión, hubiera parecido exagerada: el 17 de noviembre, Sam Altman, el CEO de OpenAI, fue despedido por el consejo de administración con el vago mensaje de que no había sido transparente en sus comunicaciones. Inmediatamente lo contrató Microsoft (accionista al 49% de OpenAI). Acto seguido, más del 75% del personal de OpenAI amenazó con renunciar e irse también a Microsoft si no regresaba Altman. Dos consejeras independientes que habían votado por despedir a Altman perdieron sus asientos en el consejo, y cuatro días después Altman ya había regresado como CEO y había dos nuevos consejeros nombrados.

Y a usted, ¿por qué tendría que interesarle esta telenovela? Pues simple y sencillamente, porque es definitoria del rumbo que va a tomar la inteligencia artificial (IA) en el futuro cercano.

Probablemente usted es uno de los 180 millones de personas que ya bajó la aplicación de ChatGPT, el chatbot desarrollado por OpenAI, o de los más de 100 millones que la utilizan activamente. Tal vez ya recibió una comunicación de las escuelas o universidades de sus hijos con la posición institucional sobre el uso de esta herramienta, o ya le dieron lineamientos en su trabajo. Ya lo usa para investigar o simplemente para entretenerse pidiéndole que escriba una canción sobre el tema que usted quiera al estilo de su cantante favorito, o un ensayo con estilo académico pedante sobre una banalidad.

Pero la IA es más que un buscador en esteroides. Va a sustituir muchas de las funciones que hoy hacemos usted y yo, desde escribir columnas, hacer opiniones legales, escribir guiones de cine y crear actores virtuales, hacer diagnósticos médicos, optimizar procesos, aplicar modelos matemáticos sumamente complejos a problemas económicos, manejar coches y aviones y, eventualmente, generar conocimiento. Es decir, vamos a transitar de herramientas de IA que saquen de internet lo que ya hay utilizando LLMs (large language models), a unas que podrán construir sobre ello e incluso tener nuevas ideas.

El uso de la IA no está exento de riesgos: por el contrario, puede utilizarse para manipular elecciones, generar algoritmos para fijar precios sin intervención humana, diseminar información falsa con apariencia de verdad, desarrollar deep fakes, reproducir sesgos existentes, utilizar propiedad intelectual protegida, dar instrucciones para el uso de armamento y, en general, deshumanizar muchas labores humanas.

El problema es que a las empresas mercantiles cuyo objetivo es maximizar el retorno para las accionistas, no necesariamente tiene que importarles nada de esto. Es por eso que, en su diseño mismo, OpenAI se estructuró como una alianza entre una empresa sin fines de lucro y con fines de investigación, y una con fines de lucro, con un gobierno corporativo que incorporaba consejeros que representaban los intereses de los accionistas principales, como Microsoft, pero también con asientos cuyo mandato era cuidar los intereses “de la humanidad”. Ese ambicioso mandato difícilmente puede ser ejecutado por unas cuantas personas, pero la idea era que los rendimientos no fueran el único motor de la empresa.

Con estos fines duales, el CEO tiene que navegar una delgada línea entre financiar el enorme poder de cómputo que se requiere para desarrollar IA a través de suscripciones (ChatGPT 4 cuesta 20 dólares mensuales), sin recurrir a anunciantes –que es su principal diferenciador respecto del modelo de Google– y atender las directrices éticas que dictarán los miembros del consejo que no velan por los accionistas, sino por la humanidad.

Ahí fue donde se generó el conflicto entre el consejo y el management, aunque no se han hecho públicos los detalles de la pugna entre los que se han llamado los idealistas del lado sin fines de lucro y los pragmáticos del lado comercial. Claramente, ganaron estos últimos, y el nuevo consejo arranca con una posición debilitada frente al hoy casi todopoderoso Altman.

Tendremos que estar atentos entonces como consumidores y sociedad para cuidar nuestros intereses y disciplinar con nuestro uso y gasto el uso de la IA, no solo con OpenAI, pues ésta no es, sino una de las empresas que están incursionando en el mercado.

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