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Breve historia de un guerrero y su larguísimo heroísmo

“La patria es primero”, la frase inmortal de Vicente Guerrero. Foto: Especial
Cuentan que para el día de hoy, Vicente Guerrero llevaba muchos días preso. Había navegado hacia la muerte a bordo del bergantín Colombo y sabía que los traidores habían triunfado. Era el año de 1831.
Muy lejos estaba Tixtla, la tierra donde había nacido en 1783. Cuando la patria todavía no tenía nombre y todo el territorio, desde donde alcanzaba a verse, hacia arriba o hacia abajo, por la derecha o la izquierda, y hasta donde llegaba el mar, era propiedad del rey de España. Más lejos los tiempos en los que había aprendido a transitar, al frente de una recua y cargado de mercancías, las rutas desde Acapulco hasta Taxco, la desembocadura del río Balsas y la Mixteca, sin llegar nunca tarde y jamás perder un cargamento. En el olvido había quedado su familia y sus tiempos de arriero. Cuando en toda la Tierra Caliente se decía que solamente los Guerrero podían atravesar los caminos de la zona sin temer a lodazales o barrancos, sin despeñarse jamás por un desfiladero y con una voluntad intacta que no se derretía ni en los calores más extremos.
No tan lejos el recuerdo de su incorporación a la causa Insurgente, la confianza de Hermenegildo Galeana, la muerte de su generalísimo Morelos, las batallas de Izúcar y Oaxaca y el día que su padre había ido a suplicarle, de parte del virrey, que abandonara la lucha y dejara las armas. Y todavía escuchaba cómo había respondido: “Este viejo es mi padre y ha venido a ofrecerme el indulto en nombre de los españoles. Siempre he respetado a mi padre, pero la patria es primero. Tendrán que matarnos a todos antes de que renunciemos a nuestra libertad.”
Más cerca de su mente, cuando diez años atrás, en el mes de septiembre de 1821, había decidido conciliar y le había escrito cartas a Agustín de Iturbide, recordándole que él también era criollo y “por lo tanto había sido enemigo de sus propios compatriotas”. Casi brillantes, le parecían las palabras con las remató alguna de sus misivas, antes del encuentro de Acatempan:. “Decídase usted por los verdaderos intereses de la nación y entonces tendrá la satisfacción de verme militar a sus órdenes y conocerá a un hombre desprendido de la ambición e interés, que solo aspira a sustraerse de la opresión y no a elevarse sobre las ruinas de sus compatriotas”. (Pero todavía le seguía pareciendo chocante que Iturbide hubiera dicho que nadie como él estaba tan interesado en el bien de esta tierra, lo hubiera llamado su amigo y se hubiera atrevido a decir “Yo soy la misma voz que resonó en Dolores”).
No lamentaba nada. La memoria de los dos ejércitos antes enemigos, que reunieron a insurgentes y realistas en uno solo, había sido un buen motivo de fiesta. Durante mucho tiempo, Vicente Guerrero estuvo feliz de formar parte de una enorme fuerza que ya no pelearía por territorios ni ambiciones. Defendería en una misma bandera la blanca pureza de la religión; el verde de la independencia y la unión entre americanos y europeos. Los planes de gobierno propio, de decretar nuevas leyes, de gritar que por fin se había consumado el sueño cumplido de la Independencia, lo sostuvieron durante mucho tiempo. Hasta que fue evidente que aunque teníamos bandera y documento, nada estaba firmado por los reyes de España y tampoco por ninguno de los que habían peleado junto a Hidalgo y Morelos. Faltaban hombres como Guadalupe Victoria y como el mismo Vicente Guerrero. Efectivamente el primer gobierno independiente llegó. Lo encabezaría Agustín de Iturbide, lo llamaría un imperio y se coronaría como emperador.
Sin embargo, muy poco duraría. Nuestro primer imperio se destruiría a sí mismo porque nuestro monarca decidió reinar para sí mismo. Otorgó títulos nobiliarios a sus favorecidos, acabó con la hacienda pública intentando embellecer la corte, ignoró a los viejos insurgentes que habían luchado con él, encarceló a quienes lo contradijeron y disolvió el incipiente Congreso. Abdicó en 1823 y huyó para el exilio. Al año siguiente, cuando decidió regresar, en cuanto puso un pie en tierras mexicanas fue aprehendido y fusilado el 19 de julio de 1824.
Otras luchas que nada tenían que ver con la unión, la justicia y la igualdad por las que había luchado tanto tiempo hubo de vivir Vicente Guerrero, Atestiguar la creación de la primera república mexicana a cargo de presidente Guadalupe Victoria y acceder a convertirse en candidato para la segunda., Motines y cuartelazos, amenazas locales y extranjeras, traiciones y rebeliones lo acompañaron desde que asumió la presidencia, el 1 de abril de 1829. Muy poco duró también. Los que le debían todo lo declararon incompetente para gobernar y le pusieron precio a su cabeza.
Aquel mes de febrero, tan incompleto y a medias ya no era significativo para Vicente Guerrero. Lo habían capturado quienes consideró sus amigos.Ya había escrito su última voluntad y abandonado la esperanza de llegar a buen puerto. No sabía que sin homenajes ni despedidas, sería fusilado en Cuilapan el 14 de febrero de 1831. Tampoco que aquella última traición al héroe que había consumado la Independencia le había costado al erario 50 mil pesos de oro.