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Agustín Marchesín, líder positivo y exigente

Antes de que llegara al América, tuvo dos opciones: ser médico o centro delantero, pero una casualidad lo llevó a la portería, en la que se ha convertido en un referente para el club.

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Los miembros de la prensa les piden declaraciones. Ninguno se acerca, salvo el arquero. Es duro para describir el descalabro. Dice que “la cagaron” y que no puede culpar a Miguel Herrera, el técnico del equipo, porque en la cancha ellos “fueron los pendejos”. Añade que la derrota fue por errores colectivos y no es responsabilidad de pifias individuales, al tiempo que sus compañeros aprietan el paso para dejar atrás a la prensa.

“Siempre fue así: un líder positivo. Cuando era necesario hablar por el grupo para calmar a la prensa, lo hacía. Le gusta defender a sus compañeros, aunque también es muy exigente con ellos dentro de la cancha. Si es necesario gritarles, lo hace”, cuenta Nicolás Russo, presidente del Lanús, equipo en el que Marchesín jugó del 2009 al 2014.

El futbol le llegó tarde. Fue hasta los 13 años que empezó a jugar en un equipo de su natal San Cayetano, una provincia al sur de Buenos Aires. Ahí lo conocían como el hijo del doctor, porque Pablo —su padre— era ginecólogo. En alguna ocasión, aceptó que, si no se hubiera dedicado al futbol, le hubiera gustado ser médico.

En aquella época, Marchesín tampoco tenía en mente ser arquero. Al contrario, se desempeñaba como centro delantero. Pero eso cambió cuando, por curiosidad, se puso los guantes para sustituir al guardameta titular en un partido ante Huracán de Tres Arroyos —equipo que entonces militaba de la tercera división argentina— en el que estaba Néstor Lo Tártaro, guardameta de ese club, quien también fungía como visor.

“Cuando pasaron cinco minutos del juego, yo estaba como loco preguntándole al árbitro que de dónde salió ese chico. Me sorprendió su técnica para atajar y su manejo de área. Parecía que tenía toda la vida en la portería”, recuerda.

Lo Tártaro convenció al padre de Marchesín -quien también estaba ese día en el campo- para que su hijo se probara en Huracán, pero fue el mismo guardameta que puso algunas trabas. Fueron dos esencialmente: la primera era que no quería abandonar sus estudios, por entonces cursaba la secundaria, y la segunda era que se quejaba del lugar de entrenamiento del club, del que decía que no era idóneo para jugar.

“Tenía razón, el campo estaba descuidado. Desde el primer minuto, me di cuenta de que era un chico con mucho carácter, porque otros no hubieran dicho nada. Poco a poco le dejó de importar y se dedicó a entrenar. Sólo dos años le bastaron en el equipo para que Lanús lo fichara”, agrega Lo Tártaro.

En Lanús, pudo ganarle el puesto a Mauricio Caranta, quien era el titular y antes había atajado en Boca Juniors. Luego vinieron los éxitos. Se coronó campeón de liga (2007) y fue parte del plantel que llegó hasta los cuartos de final en la Copa Libertadores 2014. Un año después, firmó con Santos Laguna y desde el 2017 juega con el América.

Russo cree que su éxito en los equipos en los que ha jugado se debe a una combinación de sus cualidades como portero y a su personalidad fuera del campo, de la que dice que es respetuoso, tranquilo y muy apegado con sus padres y, ahora, con su esposa e hijo.

“Además, es una persona agradecida y humilde. El año pasado quería ver un entrenamiento de la selección argentina e hice todos los trámites para poder presenciarlo. Cuál fue mi sorpresa que fue el que me abrió las puertas me recibió con una sonrisa e intervino para que lo pudiera ver sin ningún problema. Agustín es un pibe bárbaro”, dice Lo Tártaro.

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