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Violencia en el futbol es “una derrota cultural feroz”: Eduardo Sacheri
Cuando la metáfora que es el deporte se rompe, con ella se avería lo que nos defiende de lo peor de nosotros mismos, lamenta el autor argentino; opina que vivimos renovaciones de la visión histórica “tan autoritarias, excluyentes, militantes y fanáticas como las anteriores”.

Cuando me empecé a enterar de lo que había sucedido me dio mucha pena porque me gustaba cómo eran los mexicanos en el futbol, era algo envidiable. Entonces, es una pésima noticia que se empiecen a parecer a nosotros”.
Eduardo Sacheri, escritor.
“El juego es una herramienta. Los juegos están para utilizarlos como un ensayo de laboratorio. Es como decir: bueno, recortamos la vida, la simplificamos, la despojamos de sus ambigüedades, de sus complejidades, de sus contradicciones, le damos límites espaciales, algunas reglas y un objetivo único, y mientras jugamos, nos transportamos a un mundo que es solo eso, el juego, sin nada más. Pero también es un escenario donde nos exhibimos involuntariamente, más allá de lo que queremos exhibir, porque estamos atentos a ganar y no tenemos tiempo de fingir, de poner nuestro mejor perfil”.
Este fin de semana, el escritor argentino Eduardo Sacheri (Buenos Aires, 1967), Premio Alfaguara de Novela 2016 por La noche de la usina, viajó a la Ciudad de México para conversar sobre su nueva novela, El funcionamiento general del mundo (Alfaguara, 2021), una vez superadas dos variantes virales que le impedían viajar de promoción.
La historia presenta un trenzado de dos tiempos históricos: en el presente, el largo viaje de Federico Benítez y sus dos hijos por un desolado camino en auto hacia la Patagonia después de Federico, un hombre bonachón pero anticuado a la vista de sus hijos, se entera de la muerte de su profesora de secundaria, una mujer que le marcó la vida; y por otro lado, el relato en lomos de la memoria a la adolescencia del protagonista, aquel chico practicante de futbol, miembro de una generación de la Argentina en plena transición de décadas de dictaduras y golpes militares a una nación que promete una extraña llamada democracia.
A su llegada al país, Sacheri, quien hace del futbol un factor, escenario o medio en prácticamente toda su obra literaria, se enteró, como una cachetada de ola, del inocultable enfrentamiento de la noche del sábado en el estadio Corregidora, en Querétaro, entre las barras del equipo local y de los visitantes del Atlas de Guadalajara. Era un tema poco evadible de conversar.
Echar el hígado
“El futbol es una experiencia catártica y pedagógica al mismo tiempo. El público toma parte del juego porque sus reacciones emocionales son las de un jugador. Lo único que no hace es patear la pelota, pero se alegra, se preocupa, se entristece, se enfervoriza, se violenta aún más porque está condenado a la inacción. Y con esto no justifico para nada el salvajismo.
“Creo que lo que pasó el sábado es el fracaso absoluto, es la peor noticia. No me imagino una forma mayor de fracasar en un juego que rompiéndolo así. Y en Argentina somos expertos en romperlo. Vengo del futuro, llevamos 10 años sin que pueda haber público visitante en los estadios y aceptarlo como se ha aceptado en mi país es una derrota cultural feroz”.
La simbolización nos preserva de lo más instintivo y violento, precisa Sacheri. Argumenta que “si saltamos la valla, el artefacto deja de ser útil para aquello para lo que lo inventamos, que es no matarnos”. Ahora bien, precisa, no es que el juego pueda hacer violenta a una sociedad sino que la sociedad vierte su carga de violencia, intolerancia y frustraciones “pésimamente resueltas” en el juego.
El gran conflicto generacional
“El funcionamiento general del mundo” propone, además, un diálogo intergeneracional de resistencia, donde los de edades menos abultadas rechazan los preceptos de quienes les preceden y se asumen como “el punto de llegada” , una asimilación que sucede con cada generación.
“El problema de considerarte el punto de llegada es la solemnidad, la ampulosidad, el totalitarismo”, asevera el autor y señala indispensable “no ser totalitarios en nombre de la indulgencia ni ser intolerantes en nombre de la tolerancia”.
Historiador de profesión, Sacheri considera que así como entre nuestras generaciones no existirá la generación definitiva, el “punto de llegada definitivo”, tampoco lo habrá con el conocimiento ni los puntos de vista definitivos. “A veces me molestan algunas miradas históricas que se venden a sí mismas como definitivas. Como decir que hasta ahora te mintieron, pero ahora vengo yo mismo y te digo la verdad”.
–¿Tampoco es válido para aquellos que abanderan la descolonización?
–“Para nadie”, responde el autor. “Nadie tiene la clarividencia para abarcarlo todo. La modestia y la humildad son importantes en el conocimiento. No me atrevo a hablar por otro país, pero en el mío se dan supuestas renovaciones que son tan autoritarias, excluyentes, militantes, en el peor concepto de la militancia, y fanáticas como las anteriores. Entonces, si vamos a reemplazar un fanatismo por otro, no nos sirve”.
Coincide en que en los países latinoamericanos las perspectivas históricas se han enriquecido y multiplicado, tanto como se han multiplicado las preguntas, “pero lo que no se ha logrado es perforar la frontera entre el mundo académico y la sociedad en general. Los pocos libros que se autoperciben de Historia, y logran la masificación, siguen padeciendo por sus visiones únicas, de grandes héroes, aunque cambie el panteón de héroes. (En nuestros países) persiste esa visión personalizada, ingenua, maniquea, estrictamente política. Y creo que hay un problema cuando intentamos utilizar la historia como herramienta de legitimación”.
Un breve (pero importante) extracto de la novela:
-Me gusta tu idea, Benítez.
-¿Cuál idea, profe?
-Esa: que jugar es como entender el funcionamiento general del mundo.
Historias que encajan en el cine
Dos son los momentos pinaculares en la obra de Sacheri. El primero fue con la publicación de su primera novela, La pregunta de sus ojos, historia que se llevó a la gran pantalla bajo la dirección de Juan José Campanella y guion coescrito por el propio autor, con el título El secreto de sus ojos, cinta que se llevó el Oscar a Mejor Películas Extranjera en 2009. El segundo momento fue el fallo del Premio Alfaguara de Novela 2016 para su libro La noche de la Usina, historia que sirvió de base para la cinta La odisea de los giles, dirigida por Sebastián Borenzstein y galardonada con el Premio Goya a Mejor Película Iberoamericana 2020.