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Ser un mal mexicano
Andrés Guardado sepulta vieja maldición futbolera.
Yo creo que soy un mal mexicano, pero todavía no lo sé. Confieso que después de los partidos de futbol de México contra Costa Rica, y luego contra Panamá, no sentí la indignación nacional y menos la internacional de que el equipo de Miguel El Piojo Herrera fuera favorecido con tres penaltis para que, el otrora Gigante de la Concacaf, pasara a la final de la Copa América, juego que se celebró contra Jamaica.
No voy a entrar aquí en polémicas futboleras, pues mi opinión como aficionado y conste que el futbol me gusta tanto como la Literatura, el arte clásico, hacer el amor, el tabaco, el whisky de malta y mis pastillas antidepresivas es que en sendos partidos, las tres selecciones involucradas debieron perder su pase a la siguiente ronda simple y llanamente por lo mal que jugaron.
Lo que sí me dio risa probablemente de loco fueron los comentarios, sugerencias, apuntes moralistas, descalificaciones, teorías de la conspiración, ira y proyecciones de lo que sería lo políticamente correcto, de los analistas de ambos juegos y sus secuelas entre la afición, sobre todo en el partido contra Panamá en el que el árbitro marcó un penalti, casi al finalizar los 90 minutos, que le daba la posibilidad a México empatar el cotejo y se fuera a tiempos extras, para, en el alargue, se pitara otro penalti con el cual los muchachos del Piojo salieran con el pase a la final.
Así, lo que más se ha dicho de tal situación es que El Piojo ese hombre probo que, por convicción, se chiapasiona y escribe tuits en plena veda electoral a favor del más honorable partido político del país debió ordenarle a Andrés Guardado que, en aras del fair play (juego limpio), fallara el penalti de la discordia y, en consecuencia, Panamá pasara a la final al ganarle 1 a 0 a México.
Y la cuestión me parece jocosa porque ahora resulta que los mexicanos, que nos solemos reír de nuestras desgracias o de ser indolentes ante decapitados, desaparecidos, cobros de piso, políticos sinvergüenzas, pobreza y riqueza extremas, fugas de criminales, de capitales, manipulación televisiva, piratería, índices ínfimos de educación, sobreendeudamiento, devaluaciones y corrupción en todos los niveles, de pronto, por obra y gracia de lo evidente que, por cierto, pocas veces nos favorece , nos quisiéramos convertir en un ejemplo moral de lo que se debe o no se debe hacer en un campo de juego.
El mexicano común y no serlo me vuelve, creo, en un mal mexicano le guarda devoción, por ejemplo, tanto a los criminales como a los políticos, sean de la denominación que sean, mientras no caigan en desgracia o presos. Se suele pensar que si un político no roba, es por pendejo; pero si roba y lo atrapan, además de pendejo, es un corrupto que merece el peor de los castigos. Pero, en el fondo, la mayoría de los mexicanos quieren ser, o bien ese criminal o político que se beneficia de su posición en el poder, o bien estar cerca de ese político o criminal para ver si con tal proximidad les toca algo. Eso, repito, mientras todo suceda a la luz de las velas. Incluso hay un dicho popular que apunta: Robar no es vergonzoso; lo vergonzoso es que te atrapen .
Ante esta doble moral, los analistas deportivos y la afición han perdido de vista lo más importante y, decirlo, creo que me devuelve mi patente de buen mexicano: no importa si los árbitros o el árbitro favorecieron a México, aquí lo trascendente es que Andrés Guardado que cada vez se parece más, tanto en lo físico como en lo genial, al fotógrafo Emmanuel el Chivo Lubezki sepultó, al anotar tres penas máximas seguidas, la vieja maldición de penaltis, que, ésa sí, cuánto daño ha hecho a la idiosincrasia nacional.