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Arte e Ideas

Lectura 4:00 min

Santi, el detective salvaje

Sobre mantenerse loco, hambriento y tonto.

Para Santi, obviamente.

Tengo un amigo que está por cumplir los 18 años de edad. Nos gusta recomendarnos libros el uno al otro. Yo siempre le hago caso no sólo porque tiene buen gusto, sino porque las pasiones de los 17 años tienen una potencia que no necesariamente existen cuando se es adulto.

Recuerdo lo que me conmovía a esa edad. Santi, que así se llama mi valedor, me dijo con mucha vehemencia que leyera El espíritu de la ciencia ficción (Alfaguara), de Roberto Bolaño.

Le dudé al principio, Santi, la verdad. Le tengo desconfianza a las publicaciones postmortem. Sobre todo en el caso de Bolaño. La ola boláñica significa dinero: primero para Anagrama, ahora para Alfaguara. Siempre he pensado que si el autor no decidió publicarlo en vida, ese manuscrito debe permanecer en su archivo tan muerto como él o ella.

But then again, Bolaño murió de repente. Estaba enfermo, sí, pero no pensaba morirse tan pronto (¿alguien lo piensa?). Así que por eso, pero sobre todo porque me la recomendó Santi.

Pedazo de novela que es El espíritu de la ciencia ficción. Es un texto temprano de Bolaño, escrito, al parecer, cuando todavía vivía en México. Los hechos suceden en norte-centro de la Ciudad de México, el espacio que Bolaño hizo suyo en Los detectives salvajes.

Quien haya leído Los detectives y Estrella distante encontrará vasos comunicantes con El espíritu... De nuevo jóvenes poetas que no tienen, de manera literal, donde caer muertos. Ahí está el Café la Habana y también la calle sin fin de Bucareli; Lindavista y la Condesa. Un cuarto de azotea y dos ingenuos.

El primero se llama Remo Morán y es la principal voz narrativa de la novela, que por cierto, se leerán en dos patadas. El otro, más esquivo, es Jan Schrella y de él solo sabemos a partir de Remo y sobre todo de las cartas alucinantes que les manda a escritores de ciencia ficción. Jan es el verdadero espíritu de la ciencia ficción. Tiene 17 años, como mi amigo Santi, y está hambriento de literatura.

En la narración se intercala la historia de una academia dedicada a la papa. ¿Han leído The infinite jest de David Foster Wallace? Pienso que esa historia entretejida de las patatas se parece a una de las muchas tramas del novelón de Foster Wallace. Los dos muertos ya, Bolaño y Dave han de tener discusiones sobre televisión en el purgatorio. A ambos les obsesionaba ver la tele. En fin.

Las cartas de Jan son lo mejor de El espíritu de la ciencia ficción. Dice Santi que en su última carta, Bolaño a través de Jan logra un pedazo de verdad que jamás alcanzarán autores para adolescentes como John Green. Y tiene razón: es hermosa, el corazón palpitante de la novela.

Pienso en los jóvenes escritores, en su necedad de dedicarse a esta vida que, como dicen las señoras, no les dejará nada bueno. Lo único que quedan son palabras fallidas y miedo al fracaso.

No importa. Se necesita de la arrogancia de la juventud para crear. Estar hambriento. Ojalá todos los que pretendemos escribir nos quedara el candor y la potencia de los 17 años. Para enfrentarse a la pantalla parpadeante se necesitan huevos y alguna otra cosita.

El espíritu de la ciencia ficción me conmovió sobre todo por eso: escribir es vivir al borde. Nunca hay dinero, se vuelve uno neurótico, hablas solo y te sales de las fiestas porque se te ocurrió la frase exacta que llevabas un mes buscando. Pero cómo vivir sin escribir. La vida sería insoportable.

La ficción es locura, tontería, frivolidad. Pero no sobreviviríamos sin ella. Como cantaba Seal: no vas a sobrevivir a menos que te vuelvas algo loco.

Veo a mi amigo Santi y lo envidio. También te compadezco, Santi: el arte te rompe la madre y el corazón más de una vez. No me escuches, sé como Odiseo frente a las sirenas. Stay hungry, Santi. Stay fool.

concepcion.moreno@eleconomista.mx

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