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Arte e Ideas

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Meterse un tiro en la cabeza

Cada vez que quiero meterme un balazo en la cabeza, me inyecto algún opioide para combatir el dolor o ingiero uno o dos tafiles para alcanzar cierta tranquilidad, según sea el caso.

Cada vez que quiero meterme un balazo en la cabeza, me inyecto algún opioide para combatir el dolor o ingiero uno o dos tafiles para alcanzar cierta tranquilidad, según sea el caso.

Esto, por supuesto, bajo supervisión médica.

Sin embargo, si la crisis no es lo suficientemente poderosa para adentrarme en el jardín de la imbecilidad, me convierto en un coleccionista de sucesos realizados o por realizar, en una búsqueda incesante de placer mediante la química que el cerebro produce de manera natural.

Por ejemplo, no sé por qué pero siempre quise ir a Egipto. Y tras darme el gusto de nadar en el Nilo, de perderme en Luxor (la antigua Tebas), en la ciudad prohibida de Kena, en las tumbas faraónicas, en las pirámides, en El Cairo, me da por recordar de aquel periplo que realicé desde Sudán hasta Alejandría, mientras que, por otra parte, me asalta el deseo de conocer el Parque Nacional del Serengueti (al norte de Tanzania) o bien viajar con Mónica a Petra (en Jordania), a Asís (en el centro de Italia) o hacer el recorrido del tren transiberiano.

Otros lugares que no podía dejar de conocer antes de morir eran las cataratas del Niágara por cierto, un sitio magnífico para suicidarse y París. Las pinturas y esculturas del Museo de Louvre son para enloquecer de asombro y, en la azotea del Georges Pompidou, celebré con amigos, champaña y viandas exquisitas la publicación en Europa de mi libro de cuentos.

En España he tenido sensaciones encontradas. La primera vez que fui la pasé mal. La más reciente, sin embargo, viví uno de mis mejores viajes, persiguiendo la historia de mis antepasados gallegos de los que heredé, en parte, la locura que a veces me ha confinado en casas de salud.

Soy aficionado a los toros y, por lo tanto, me doy por satisfecho de haber contemplado en Las Ventas de Madrid una obra llena de quietismo de Paco Ojeda, unas verónicas de Curro Romero en la Real Maestranza de Sevilla, una faena completa de José Miguel Arroyo Joselito bajo una tormenta de nieve en el Coliseo Romano de Arles, varias tardes terriblemente bellas de David Silveti y Pedro Moya El Capea, además de la despedida y resurrección de Rodolfo Rodríguez El Pana en La México.

Por cierto, yo mismo he toreado en La Monumental capitalina en un festival a puerta cerrada y he visto la esencia de la bravura no en España, sino en el campo ecuatoriano. De esta fiesta, sin embargo, ya sólo me gustaría charlar alguna vez con el maestro Luis Francisco Esplá y fascinarme con José Tomás enfrentando a un toro de verdad en Ronda, Andalucía, la cuna del toreo contemporáneo.

También, gracias a mi amigo Félix Fernández, me he emborrachado con García Márquez, ido de parranda con Joaquín Sabina y jugado futbol con François Omam Biyik. En el Estadio Azteca me tocó ser público en el México vs Bulgaria, cuando Negrete metió aquel magistral gol de tijera y, en el Argentina vs Inglaterra, el día de la mano de Dios. Y fui inmensamente feliz el año pasado que, con mis amigos de toda la vida, ganamos la final de la Liga de Exalumnos del Colegio Madrid, lo cual aumenta mi deseo de ver jugar en vivo a Messi.

También he asistido a conciertos de John Lee Hooker, The Rolling Stones, Jethro Tull, Gong y Roger Waters (aunque hubiera preferido uno de Pink Floyd); he estudiado la tragedia griega (Eurípides, Sófocles y Esquilo), la historia de la filosofía, a Cervantes, Dante, Shakespeare, Lorca, Ibargüengoitia, Borges, García Márquez y a la mayoría de mis contemporáneos de México; me he deleitado con el cine de Schlöndorff, Tarkovsky y Tanner; he comido las mejores carnes, mariscos y langostas en Argentina, Chile y Cuba, respectivamente; mis amigos son entrañables, Mónica, maravillosa, y me faltan muchas historias por conocer, charlar y escribir.

Entonces, ¿por qué a veces me quiero meter un tiro en la cabeza? Porque entre los dones con los que la naturaleza me ha dotado se encuentran una cefalea en racimos y una depresión unipolar ambas atípicas , aunque, eso sí, nunca he cargado una pistola y abomino cualquier tipo de arma.

marcial@ficticia.com

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