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Arte e Ideas

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La China poblana era hombre

El Hombre de Tepexpan es mujer. La Nao de la China no era nao ni china, sino galeón filipino. Dichas afirmaciones, en una rara asociación de ideas, me llevaron a pensar en una tercera: la China poblana es hombre.

El Hombre de Tepexpan es mujer.

La Nao de la China no era nao ni china, sino galeón filipino.

Dichas afirmaciones, en una rara asociación de ideas, me llevaron a pensar en una tercera: la China poblana es hombre.

Y como me gusta comprobar las necedades que escribo, más si tratan de cuestiones periodísticas, decidí hacer una investigación de fondo, sesgada, sí, sospechosa, también, pero pesquisa al fin y al cabo.

Así, el primer dato de mi averiguación fue que la famosa China poblana tampoco era china ni poblana sino, según se dice, una princesa mongola de nombre Mirra, nacida en 1608 en Agra, en aquel entonces parte del imperio mongol mientras que hoy es una ciudad de la India, célebre porque ahí se construyó el Taj Majal.

Ahora bien, princesa, lo que se dice princesa, no lo era. Y eso por una razón: tal estatus se da por referencia a las monarquías europeas occidentales que poco tuvieron que ver con el gobierno meritocrático iniciado por Gengis Kan o el Gran Kan. Por lo cual Mirra, que es el nombre de una resina aromática muy usada en la antigüedad sólo hay que recordar uno de los presentes de los tres reyes magos al niño Jesús , fue, en todo caso, la hija de un mongol de linaje incierto, y digo incierto porque su estirpe le sirvió de poco para que su descendiente no fuera raptada por portugueses esclavistas que se la llevaron a Champa lugar que, varios siglos después, los franceses llamarían la Cochinchina, mientras que, en su actualidad vietnamita, se le conoce como Nan Phan.

Ahí, señala la leyenda más aventurera de la China poblana , Mirra, con ocho años de edad, escapó de sus captores para refugiarse entre misioneros jesuitas que la bautizaron como Catarina de San Juan, pero que, recapturada por los portugueses, se la llevaron a Manila al galeón filipino mal llamado Nao de la China para ser traída y vendida como esclava en la Nueva España.

Aquí, en el puerto de Acapulco, en ese entonces Ciudad de los Reyes, que es a donde echaba ancla el susodicho galeón, Catarina, ya con 17 años, fue comprada por un tal Miguel de Sosa para, o bien algún secreto inconfesable dicen que la adquirió con un sobreprecio notable , o bien por impotente o estéril, pues nunca pudo tener descendencia con su esposa, una tal Margarita, que recibió en su casona de Puebla a la mongola cristiana, esclava y virgen como si se tratara de una hija.

En ese sitio, hoy reconstruido y convertido en un hotel boutique, empezaron a suceder cosas raras: doña Margarita le volvió a cambiar el nombre a Catarina por el de Catalina; Catalina empezó a tener visiones milagrosas, tantas que se decía que hablaba lo mismo con Jesucristo como con el diablo, pero, eso sí, ni en su nueva condición doblemente cristiana se quitaba su vestimenta oriental que, se especula, es el origen del traje típico de las mujeres de Puebla; don Miguel la palmó y doña Margarita decidió casar a Catalina con Domingo Suárez, éste sí chino de origen, pero que el matrimonio nunca se consumó porque la China había hecho votos de castidad desde que fue bautizada en Champa; al también morirse doña Margarita, Catalina optó por la vida conventual para, a los 80 y tantos años de edad, morir con olor a santidad lo que ello signifique y ser enterrada en el templo de la Compañía de Jesús.

En fin, si ésta es a grandes rasgos la leyenda más popular de Mirra, también llamada Catarina o Catalina de San Juan, ¿de dónde saco que era hombre? De mi investigación in situ. Hace 15 días me invitaron a desayunar en la que fuera su casona o, más bien, la casona de don Miguel de Sosa y doña Margarita, y ahí, en medio de un patio rodeado de arcos de cantera, hay una escultura en talavera de Catalina, una mujer guapa de lejos, pero conforme uno se acerca, sus rasgos se convierten en los de un hombre. ¿Quién realizó la pieza? Lo ignoro, aunque estoy cierto que para crear obra de tal envergadura debió de estudiar las imágenes que se conservan de la falsa China poblana.

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