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El último viaje de un juglar samurai

"Los viajes del viento", de Ciro Guerrasigue la tradición del juglar del vallenato, que viajaba por los pueblos de la provincia colombiana con su acordeón animando todo.

Publicado: 21.07.2011 - 23:14

Los viajes del viento de Ciro Guerra es una cinta llena de encanto. Lleva dentro sí un triple hechizo: el del vallenato colombiano, la música que anima la película; el del panorama desolador y hermoso del norte de Colombia, donde se desarrolla la historia; y finalmente, el encanto inesperado, aparentemente fuera de lugar, del cine de samuráis.

Porque visualmente la película es digna de Akira Kurosawa, influencia que el director reconoce más de una vez. En la cinta de Guerra, un juglar es lo más parecido a un samurái, pero en vez de sable y arco, va armado solo con su acordeón y sus rimas.

La cinta sigue a una vieja tradición colombiana que desaparece a pasos agigantados en el tiempo: el del juglar del vallenato, ese músico que viajaba por los pueblos de la provincia colombiana con su acordeón animando todo, fiestas, funerales, bodas y la vida en general. (Quien haya leído Cien años de soledad estará familiarizado con esta tradición encarnada en el personaje de Francisco, el hombre. García Márquez es un gran fanático del vallenato, por cierto).

Es 1968. Ignacio Carrillo (Marciano Martínez) es un juglar, el último juglar del vallenato. Va siempre de paso, sin más posesión que su burro, su sombrero volteado; sin más patria que la música y sin ningún otro patrón que su acordeón negro engalanado con un par de cuernos.

Sobre ese acordeón pesa una maldición de antiguo. Se dice que el maestro de Ignacio lo ganó al mismísimo Diablo en una "piquería", un duelo musical en el que triunfa aquel capaz de tocar el mejor vallenato. El Diablo entregó su instrumento, no sin antes vengarse de la derrota imponiéndole este sortilegio: todo aquel toque el acordeón queda atado a la música, incapaz de tener una esposa, una familia o un hogar.

Ignacio, pues, es un eterno errante, cansado ya de vagar. Su única salvación es regresarle el acordeón a su dueño original, su maestro, que vive en algún rincón en el fin de las montañas colombianas.

En un pueblo, Ignacio se encuentra a Fermín (Yuli Núñez), un adolescente que, quizá sí, quizá no, es su hijo. Fermín tiene una sola ambición, ser el mejor "cajero" (el tamborilero del vallenato) que ha existido. Su madre le da un consejo: "Sigue a Ignacio, él es el único que puede enseñarte".

Estos dos, cual Quijote y Sancho, se van por los caminos. El viaje estará lleno de episodios memorables, como cuando los va a buscar un guajiro armado con un machete atemorizante para que animen un duelo a muerte. Ignacio se enfrenta a la amenaza con una frialdad sacada de Los siete samuráis.

Los viajes del viento narra el fin de una era, pues el vallenato como música puramente serrana y silvestre dejó de existir a partir de 1968, cuando nace el Festival de la Leyenda Vallenata que convirtió a ese género en toda una industria. Por supuesto, Ignacio da una visita al Festival, donde deja en absoluto silencio a la audiencia.

La cinta tendrá un estreno limitado, pero no hay que perdérsela. Independientemente de todos los premios y menciones internacionales que ha ganado (en Cannes 2009 se llevó el premio Ciudad de roma al mejor director), Los viajes del viento es una película que merece ser adorada. Y después irse a buscar todos los discos de vallenato que se pueda encontrar.

Recuadro: Estreno exclusivo en la Cineteca Nacional, Cine Lido (dentro de la Librería Rosario Castellanos del FCE) y Cinemanía Loreto.

cmoreno@eleconomista.com.mx