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Arte e Ideas

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El Selecciones y Paul Auster

Así como el Selecciones del Reader’s Digest, Creía que mi padre era Dios recoge el alma de los Estados Unidos del siglo XX y también posee un aura universal innegable.

Crecí leyendo el Selecciones. Mis padres nunca han sido aficionados a las revistas, que les parecen un gasto tonto, pero de niña en mi casa nunca faltaban dos publicaciones: La familia Burrón, favorita de mi papá, y el Selecciones del Reader’s Digest. Hay quien dice que el Selecciones es la revista perfecta para llevarse al baño. Estoy de acuerdo. Pero, ahora que lo pienso, creo que la mezcla fue una buena formación para ser toda una mexicana contemporánea, a medio paso entre el barrio y la aspiración norteamericana.

Por culpa del Selecciones yo fui una niña que decía palabras como cremallera y usaba expresiones como ¡Me desternillo de risa! .

Por eso no tuve amigos en la escuela. Culpo también al Selecciones de cierta tendencia al sentimentalismo típico de las anécdotas gringas que se narran en sus páginas. Perros que salvan a sus dueños, hombres rudos que lloran frente al árbol de Navidad, abuelitas de Newport, Mississippi, que heredan lozas antiguas a sus nietas. Recuerdo un artículo largo sobre un grupo de ciclistas estadounidenses y rusos que cruzaban toda la antigua Unión Soviética como un gesto de amistad al final de la Guerra Fría. A mitad del camino, una anciana les regalaba un saco de papas y, ya casi al final de la travesía, rusos y estadounidenses se separaban y terminaban cada uno por su lado porque las heridas viejas necesitan para sanar algo más que sudor y buenas intenciones. Leí esa pieza diario durante unas vacaciones de verano.

Hace años que no leo el Selecciones. Sin embargo, me dio tristeza enterarme hace poco de que la rama estadounidense está en bancarrota; un poco por la crisis económica, pero sobre todo -creo- porque es un producto de tiempos antiguos. Se pueden leer gratis artículos como los del Reader’s Digest en línea en su fuente original. Recordemos que el Reader’s Digest debe su nombre a que recopila artículos de distintas revistas y periódicos de todo Estados Unidos. Ahora, esa antología puede hacerse con un solo clic y quizá con un gusto mejor que el de los editores de la revista.

¿Por qué me puse a hablar del Selecciones en esta columna de arte y recomendaciones para el ocio? (¿El arte no es una recomendación para el ocio? No, no siempre). No es que quiera que se pongan a leer el Selecciones. Yo no lo voy a hacer. Es que acabo de leer un libro que me trajo tantos recuerdos de mi infancia y el Selecciones…

El libro se llama Creía que mi padre era Dios y tiene su pedigrí. En español, es editado por la exigente editorial Anagrama. En su portada lleva un nombre que le da todo un halo de seriedad literaria: Paul Auster. Auster no escribió el libro, tan solo lo editó. El autor (o autora) del libro es… el Estados Unidos promedio. Creía que mi padre era Dios nació en 1998 cuando a Auster lo entrevistaron para la radio pública de dicho país. Le propusieron una colaboración mensual al aire en la que leería sus cuentos o lo que él quisiera. Estaba decidido a rechazar la invitación cuando a su mujer se le ocurrió una mejor idea. ¿Por qué no le pides a la gente que te mande sus historias y tú lees las mejores al aire? .

Cuatro mil historias breves (y otras no tanto) le llegaron a Auster. La única regla era que la historia debería ser verídica. Para tanto material, el programa de radio de Auster no bastaba, así que hizo una antología de 179 de los mejores relatos. El resultado es Creía que mi padre era Dios, un libro fragmentario, coral y entrañable. Empieza con el cuento de una gallina que camina por una calle hasta llegar a la puerta de su casa y termina con la historia de una mujer que escribe mientras escucha el programa de Paul Auster.

Cuenta anécdotas de guerra y de otros grandes sucesos históricos del siglo XX estadounidense, pero también de familias, niños, enfermedades, ocurrencias y casualidades; el tipo de cosas que le suceden a gente común todos los días pero no todo el tiempo, el tipo de recuerdos indelebles que hacen a la gente ser quien es.

Creía que mi padre era Dios es como todos esos años leyendo el Selecciones en el baño. Ciertamente, captura el espíritu de Estados Unidos como esa revista, pero también tiene el atractivo universal de lo que se cuenta en confidencia. Las historias son claras, densas y un tanto ingrávidas. Y son lo suficientemente pequeñas para caber en el bolsillo dice Auster en el prólogo. Como las fotos de familia que solemos llevar encima .

Suena sentimental pero, ¿quién no lo es cuando está hablando de sí mismo?

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