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Contubernio, amiguismo, nepotismo y literatura
El cuentario de Marcial Fernández merece grandes elogios que tristemente no obtendrá, Creo que lo mejor sería que publicaras una reseña llena de merecidas alabanzas , propuso el escritor y editor.

Creo que lo mejor sería que publicaras una reseña llena de merecidas alabanzas , propuso el escritor y editor Marcial Fernández, con ese tono bromista que tiene para verdades, hace unos días a este redactor. Verdad porque, ciertamente, sobre su libro de cuentos de reciente aparición, Los mariachis asesinos, este reseñista no tiene sino elogios.
Pero, qué lector creería, en estas rudas épocas de sospechosismo, que tales elogios son de verdad merecidos cuando autor y reseñista no sólo son colegas en estas páginas, sino que además son amigos desde hace unos 25 años.
Quién, en su sano juicio, estaría dispuesto a dar crédito a los dichos y escritos de un reseñista quien, en su papel de editor de esta sección dedicada a la cultura, se dedica a publicar semanalmente la columna del tal señor Fernández, y a leerla con admiración por su sabiduría; con gran regocijo, por su inteligente humor; congratulándose, además, de jamás tener que corregir un error (dedazo) o cortar palabras de más.
Más dispuestos aun a la maledicencia estarán quienes sepan que el susodicho Fernández, en su calidad de fundador, editor, director general y en ocasiones repartidor y estibador de la prestigiosa Ficticia Editorial, publicó un libro de cuentos del reseñista que firma esta nota.
Ante tales antecedentes, expresiones como contubernio, amiguismo, compadrazgo, nepotismo y, quizá, hasta asociación delictuosa llegarán inevitablemente a la mente del lector.
Es por ello, y ante la incapacidad de alegar defensa alguna en su favor, que este reseñista renuncia a todo elogio y alabanza. Es más, renuncia al cargo de reseñista y procede a hacerle al señor Fernández una entrevista. Y hablándole de usted.
Cuénteme la historia de este ?libro que, entiendo, fue publicado primero en España.
Desde hace años, Paco Goyanes, librero de Zaragoza, España, viene a la Feria Internacional de Guadalajara para comprar libros y venderlos en librerías Cálamo. De Ficticia ha adquirido prácticamente todo el catálogo. Además de que, con el tiempo, nos volvimos amigos, casi compadres. Hará un lustro se le metió en la cabeza convertirse en editor y me pidió un cuentario. Le di Los mariachis asesinos y en el 2010, en el Salón del Libro en París, festejamos su publicación y mis enormes posibilidades de ganar en un futuro cercano el Premio Nobel de Literatura. A la postre, Paco tuvo que cerrar su editorial, pero eso no lo supo Pepe Santos, mi socio en Ficticia, que decidió hacer la edición mexicana, agregando cuentos que yo había publicado en diferentes libros, revistas y periódicos. Los tres -incluso Santos que es el que mueve los hilos en Ficticia- seguimos pensando que se trata de una obra maestra.
Como editor, usted me ha comentado sobre la importancia de que los libros de cuentos tengan unidad... Cada lector tendrá su opinión, pero desde la de usted ¿qué le da unidad a Los mariachis asesinos?
Como editor soy muy estricto en cuanto a lo que publico. La unidad de un libro me parece fundamental a la hora de hacer la edición y soy de la idea que cada libro debe de tener un estilo definido. La unidad y estilo de Los mariachis asesinos es, justamente, la falta de unidad y el estilo indefinido. Cada cuento se mueve en universos independientes uno del otro, aunque tienen en común la contundencia de los finales. Así, hay cuentos fantásticos, de corte realista, crónicas con tratamiento de cuento, humorísticos, ácidos, etcétera. Ello responde a que se tratan de trabajos realizados en diferentes épocas, en un lapso de más de 20 años y que forman parte de proyectos mayores que no he acabado y que no sé si la vida me dé tiempo para terminarlos. Pero de lograrlo, lo que ahora parece un caos, acabaría ordenándose en una estructura perfectamente pensada.
¿Fue usted su propio editor? ?¿Hubo conflictos entre el autor ?y el editor?
No tengo problemas en publicarme a mí mismo. Sin embargo, en el caso de Los mariachis asesinos dejé a sus respectivos editores que trabajaran los libros de la manera que ellos creyeran más conveniente, pues, aparte de que no me suelo tomar muy en serio, no me iba a convertir en uno de esos autores que uno, como editor, acaba alucinando, ya porque se creen genios, ya porque creen que han escrito El Quijote o ya porque son terriblemente inseguros. Casi siempre el autor que no está convencido de su obra es el que más molesta al editor.
¿Qué hace un editor de cuento, además de buscar cuentistas?
Comer y beber con sus amigos e, incluso, con desconocidos; conocer mujeres guapas, hacer deportes extremos, fumar, tomar café, viajar y pasársela bien, pues el editor de cuentos es alguien que busca la felicidad en sucesos fugaces, rápidos, fuertes, contundentes
¿Cómo ve el mercado del cuento en México?
A principios del nuevo milenio, cuando creamos Ficticia Editorial como un sello especializado en cuento contemporáneo escrito en español, las editoriales comerciales -por llamarlas de alguna manera- casi no publicaban cuento. Esa tarea se la dejaban a las universidades o institutos de cultura. Ahora casi todos los sellos han abierto sus colecciones al género. Y también ahora, cuando la edición independiente está en auge, se publica mucha poesía y mucho cuento, que son los géneros que se han practicado en México desde tiempos prehispánicos, sea de forma oral como escrita. Es tal la consolidación que ha vivido el cuento en la última década que Ficticia se ha abierto a la novela, el ensayo, curiosidades literarias, literatura infantil
¿Y en términos, digamos, más literarios?
México es un país de cuentistas más que de novelistas. Todos los grandes novelistas han escrito cuentos que superan a sus novelas. Y hay más cuentistas, buenos cuentistas, que novelistas. Podemos revisar los nombres desde finales del siglo XIX a la fecha, por hablar de lo que está hecha la literatura contemporánea mexicana, y te das cuenta que en eso, al menos, no me equivoco.
manuel.lino@eleconomista.mx