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Arnaldo Coen. Un día en el museo con el artista como guía
Uno de los artistas más completos del siglo XX recorrió con El Economista la exposición que le dedica el Museo de Arte Moderno; se paseó, de manera inesperada para el público, por las obras que recogen sus 60 años de trayectoria y evocó, prácticamente una por una, grandes memorias del arte mexicano del siglo XX.
Las personas que al mediodía de este miércoles se decidieron a visitar la exposición “Arnaldo Coen. Reflejo de lo invisible”, en el Museo de Arte Moderno (MAM), un recorrido bastante selecto y rico por la obra de uno de los más grandes artistas de imaginario polivalente en la historia del arte mexicano, no se esperaban la sorpresa que les aguardaba en la Sala A del inmueble en la primera sección del Bosque de Chapultepec.
Once de la mañana. Pudo ser un día cualquiera en el MAM, de no haber sido porque Arnaldo Coen estaba sentado al fondo de la sala, en la zona de descanso, de frente a toda su exposición con las cosas que son suyas, suyas aunque la mayoría ya no está en su posesión; piezas seleccionadas que recorren los más de 60 años de genialidad creativa y una capacidad de mutación deslumbrante, con pinturas, collages, intervención de objetos, colaboraciones performáticas, creación de joyería, bodypaint, co-creación musical, diseño de espacios públicos, en fin, todo aquello que para Coen sea una posibilidad de expandir los límites de la creatividad.
El artista estaba sentado conversando con una mujer que se le acercó minutos antes para saludarlo y preguntarle si se acordaba de ella: había sido una de las modelos con las que colaboró en el proyecto “Prometeo Espectáculo Pop”, que sucedió en 1971, en el Palacio de Bellas Artes, en plena veda del rock mexicano en la Ciudad de México, y que fue coorganizado y diseñado por el propio Coen. En la exposición se exhiben algunas imágenes del artista interviniendo los cuerpos desnudos de sus modelos con motivos cinéticos y psicodélicos; una de ellas es la mujer con la que Coen conversaba. Otra, en una imagen mucho más grande, la actriz Pilar Pellicer. Para ese concierto, aunque muy pocos lo saben, porque se ocultó por muchos años, al escenario del máximo recinto para las artes en nuestro país se subieron bandas como los Dug Dug’s, Peace and Love y Javier Bátiz.

Pieza por pieza, todas en la memoria
“Observo desde fuera mi exposición y veo toda una trayectoria de búsqueda y de encuentro con la libertad. Creo que no se trata solamente de mi obra sino del testimonio de una época posterior al Muralismo, con pintores como Carlos Mérida o Gunther Gerzso, de una generación yo diría que de Agustín Lazo para acá, que, de alguna manera, ya había marcado un camino de libertad. En su momento nos acercamos a ellos y se fue formando un grupo que fue mal llamado de Ruptura (…) porque ninguno de nosotros tenía una postura, quizás podría llamarse apolítica, aunque es una doble negación porque de cierta manera sí fuimos entes políticos como somos entes sociales y plurales”, dijo Coen antes de ponerse de pie.
El inesperado paseo guiado por su exposición asombró a propios y extraños. Hubo quienes, sin percatarse de que se trataba del demiurgo de todo lo que se mostraba ahí, discrepaban sobre lo que iba diciendo, como pensando en él como un crítico más, y él recibía los comentarios con interés. Otras personas de inmediato lo identificaron y simplemente decidieron mimetizarse con el aire para seguirlo casi imperceptiblemente y escuchar el más fiel de los recorridos guiados que alguien pudo ofrecer ese día en el museo. Al final, cuando Coen recibió la llamada para avisarle que había llegado su auto por él, entonces comenzó un alboroto en el límite de la tolerancia típica de un día sin aspavientos en la Sala A, con peticiones de fotos y firmas o sencillamente palabras de elogio para el inesperado visitante.
Pero la de arriba, la anécdota de “Prometeo Espectáculo Pop”, es una de los tantos rostros de la privilegiada memoria de Arnaldo Coen, y no sólo privilegiada por precisa sino por los nombres y amistades que la componen y sobre los que Coen fue muy generoso en detalles. Son Mario Lavista, Vicente Rojo, Juan José Gurrola, Pilar Pellicer, Alejandro Jodorowsky, Eva Norvind, Manuel Felguérez, Paco Malgesto y Salvador Elizondo algunos de los personajes del siglo XX que brotaban de los recuerdos del artista y que influyeron, aportaron y alteraron su obra, así como compartieron vida con este genio inquieto.
Apropiarse del arte y no del objeto
Sobre los manifiestos de las vanguardias que brotaron entre la segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX, como una manera de contestar a la otra, el maestro señala:
“Cuando se hizo el Manifiesto por un Arte Revolucionario e Independiente, de Bretón, Trotski y Rivera, Jorge Luis Borges (en la revista El Hogar) dijo: ya basta de manifiestos. Y era cierto, porque, de alguna manera, seguimos sin ponernos de acuerdo en algo en lo que no hay que ponerse de acuerdo; hay que aceptarlo como lo que es. Eso de creerse o de pensar que cada uno es parteaguas en el arte, de alguna manera sucede pero solamente de forma individual”.
A propósito del tema y porque un video y una serie de imágenes está contenida en la exposición, Coen recuerda el performance “Robarte el arte” que realizó junto con el pintor Gelsen Gas y Juan José Gurrola por invitación de Fernando Gamboa. “Como comisario le pidieron que escogiera a unos artistas mexicanos para que expusiéramos en Kassel, en Documenta 5. Éramos buenos amigos y decidimos irnos a la deriva porque no llevábamos nada preparado. En el camino empezamos a elucubrar qué hacer para participar en Documenta 5. Pensábamos en posesionarnos de algunas obras porque no teníamos tiempo de producir nada. Y llegamos a la conclusión de que nos íbamos a robar el arte. Cuando nos preguntaron en qué sentido, respondimos que nos íbamos a robar el arte, no el objeto. En ese momento era muy importante porque era la afirmación del arte conceptual que negaba al objeto en pro de la idea”.
A propósito de lo anterior, recuerda que, cuando trabajaba con Jodorowsky y hacía la escenografía de “Víctimas del deber”, de Eugéne Ionesco, donde participaban, entre otros, Carlos Ancira y María Teresa Rivas. “Durante los ensayos estábamos platicando sobre las escenas. Alejandro dijo: saquen sus ideas. Alguien sugirió una y alguien más dijo: eso no, Alejandro, porque lo van a censurar. Y éste dijo: ‘yo no entiendo a los mexicanos que se autocensuran antes de que los censuren’. Eso fue en 1964. Entonces, todavía tenemos esa tendencia a considerar pecado algo que ni siquiera la gente ve si no es que se la hacen ver, generalmente para criticarlo. Pero eso ha sucedido en todas las épocas”.
Finalmente, todavía al fondo de la Sala A, Arnaldo Coen, sobre su trayectoria, reflexiona: “la consecuencia de la obra es la experimentación del artista y es una visión de su constancia para encontrarse a sí mismo y otros para no hallarnos y experimentar en tantas cosas, pero no me arrepiento porque me veo en cada una de ellas y recuerdo cómo cada momento fue para disfrutar de la libertad”.

“Quiero ser todos los pintores”
El maestro recorre la exposición y relata el inicio de su proceso creativo como empieza un niño a crear, de manera intuitiva, y muy temprano, después de su viaje a París, asumió la figura del torso como un leitmotiv. Después vinieron las figuras cúbicas y la iconografía de los años 60 y su trabajo multidisciplinario, como es la colaboración en 1974 con el artista Víctor Fosado para crear obras en miniatura para hacer joyas, y media docena de esas joyas están exhibidas. Esas joyas se complementan con otras que Coen ejecutó no hace mucho, en 2006, y recuerda el motivo:
Un día decidí dejar de fumar y dije: voy a tratar de emular a mi amigo y me eché unas 400 piezas ocupando las manos ante la relación que tenía yo de ansiedad”.
También se exhibe el políptico que el artista realizó para la Exposición Universal de Osaka, Japón, en 1970, para la que participaron artistas como Manuel Felguérez, Lilia Carrillo, Brian Nissen, Vlady y Fernando García Ponce entre los 11 pintores que trabajaron simultáneamente en el mismo espacio. En esa obra apareció por primera vez el torso femenino.
“La idea surgió en París. Yo era un pintor multifacético, pero ya viéndolo aquí, ya me doy cuenta de que hay una regularidad. Cuando cambié a los torsos, cambio porque cuando llegué a Francia, entré a los museos extranjeros por primera vez. Cuando vi la obra en la misma sala, me enfrenté a la realidad con los sarcófagos egipcios, con las esculturas grecorromanas y griegas; no se diga del barroco y también el arte impresionista o el contemporáneo, y yo decía: quiero ser todos los pintores”.
En la última parte de su exposición, la que muestra dos interpretaciones de obras de Paolo Uccello, Arnaldo Coen se sienta frente a la versión del óleo “La batalla de San Romano”. Una persona que aprecia esta obra en la que Coen ha convertido a todos los guerreros en guerreras y ha insertado en la composición no solo figuras geométricas, sino diversos puntos de fuga, se acerca al pintor, sin saber de primera instancia que se trata del autor, y ambos comienzan a conversar sobre la reinterpretación. Ella refuta algunos argumentos de Coen y éste le responde considerando las sugerencias como si desconociera los motivos absolutos del autor. Y no es hasta que el artista continúa hablando sobre cómo él mismo tomó decisiones sobre la obra que la persona se da cuenta de que se trata del ejecutante.
No muy lejos de ese momento, el artista recibe la notificación de que su auto está esperándolo. Así que decide despedirse y es cuando comienza el furor de quienes, poco a poco se han sumado a la guía sin equiparables.
El maestro se despide y lo alcanza un güero, alto, de acento alemán, que acaba de comprar el libro de la exposición, para pedirle si se lo firma, cosa que amablemente hace el hombre que se robó la mañana y que ya se va sin aspavientos.



