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Superestrellas
Sirio o Alfa Canis Majoris, la estrella más brillante de la constelación del Perro. Foto: Shutterstock
Mirar el cielo en una noche estrellada es una de mis actividades favoritas, siempre que no estoy en una ciudad, por supuesto. Nuestro cielo nocturno, cubierto de puntos de luz que parecen adoptar ciertas formas y en constante movimiento, ha sido objeto de curiosidad por parte de los humanos desde antes de ser la especie que somos hoy en día. Y de tanto observarlos hemos aprendido historias sorprendentes sobre su formación y su historia, además de su tamaño y composición. Una estrella no es otra cosa que una explosión contínua alimentada por la fusión termonuclear (esa en la que dos elementos ligeros se unen para formar uno más denso, liberando en el proceso montones de energía electromagnética).
Lo que evita que esa explosión se comporte como una explosión ordinaria y arrase con un buen pedazo del universo circundante es la propia masa de la estrella (y las estrellas son las más grandes concentraciones de masa en el universo visible), lo que provoca un tirón gravitacional tan fuerte que mantiene la explosión contenida en esa bonita forma esferoidal mientras mantiene la reacción durante miles de millones de años. Entre mayor sea la cantidad de masa que tenga una estrella mayor será su brillo y tamaño, y más breve será su vida.
Existen estrellas en una gran variedad de tamaños, desde enanas rojas del tamaño de Júpiter y cien veces la masa de este que apenas si logran fusionar hidrógeno en helio (lo mínimo que necesitan para ser consideradas estrellas de pleno derecho, son las menos brillantes y las más abundantes del universo) hasta estrellas de miles de millones de veces la masa nuestra estrella madre. Una estrella como nuestro Sol es una estrella de secuencia principal de tipo G2 y luminosidad nivel V, con una temperatura superficial de unos 5,500 °C (en pocas palabras es una enana amarilla, nada especial pero más brillante que la mayoría de la galaxia), tiene unos 5,000 Ma de edad y calculamos que le quedan otros 5,000.
A partir de ahí, pequeños cambios en la cantidad de masa provocan enormes cambios en el brillo de las estrellas de secuencia principal. La estrella más brillante que podemos apreciar a simple vista es Sirio o Alfa Canis Majoris, la estrella más brillante de la constelación del Perro, con dos veces la masa del Sol y menos de dos veces su tamaño, pero dos veces más caliente y 25 veces más brillante, lo que reducirá su vida en un 75% comparada con la del Sol, (unos parcos 2,500 millones de años). Estrellas de unas 10 masas solares como las dos que componen el sistema Beta Centauri, producen una temperatura superficial de 25,000 °C y luminosidad 20,000 veces mayor que la del Sol. Aunque son apenas 12 veces más grandes que nuestra estrella esto basta para situarlas en una escala de vida ridículamente corta en términos estelares; apenas unos 20 unos 20 Ma, y ya se consideran estrellas subgigantes.
Básicamente esa es la fórmula para calcular la vida de un estrella: su brillo aumenta exponencialmente respecto a su masa, y su vida disminuye de la misma manera. En el tiempo que al Sol le toma dar una vuelta completa a la Vía Láctea, cientos y cientos de estrellas como Beta centauri nacen y mueren en tremendas explosiones de energía. Mientras mayor sea la cantidad de energía generada por una estrella mayor es la cantidad de masa estelar despedida al Universo. La estrella más supermasiva que conocemos es R136a1 aglutina el equivalente a unas 260 masas solares y es sólo 30 veces más grande… pero 9,000 veces más brillante. Las reacciones en el núcleo de R136a1 son tan violentas, que el viento solar producido por la fusión nuclear lanza al espacio unas 320,000 millones de toneladas ¡cada segundo!
Sin embargo, semejantes estrellas supermasivas son muy raras, y los astrónomos creen que la mayoría de ellas se forman por la fusión de varias estrellas en una región de la galaxia con un alto índice de formación estelar. Estrellas de esta magnitud tienen vidas de apenas unos pocos millones de años y son extremadamente raras. A partir de este punto, para conseguir estrellas más grandes no basta con añadir más masa, la única manera de conseguir estrellas más grandes (mucho, mucho más grandes) es, irónicamente, esperar a que mueran.