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Opinión

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¿Por qué le están dando todo a los militares?

Cada semana nos enteramos que el presidente ha decidido trasladar una nueva función del Estado a las Fuerzas Armadas. La militarización de la vida pública de México –ya no solo de la seguridad pública– pasará a la historia como el legado más importante de este gobierno.

Los voceros del régimen han inventado todo tipo de justificaciones, una más ridícula que la otra, para defender la creciente militarización de la vida pública de México. Los más abyectos “imaginan y especulan intenciones pasadas” para conjurar pinochetazos. Otros ven las crecientes facultades del ejército como un esfuerzo del presidente para blindar sus obras y políticas. Y, finalmente, los críticos más fanáticos, ven la militarización como manifestación inequívoca de la vena autoritaria del presidente y su gobierno.

Más allá de estas interpretaciones, me gustaría proponer una hipótesis más pragmática. La realidad es que el presidente no tiene de otra por el desastre que él mismo creó en la administración pública.

Este desastre viene en primer lugar de la voluntad del presidente de extirpar al neoliberalismo del Estado mexicano. Hablar de purgas sería sin duda un exceso. Pero la eliminación de los seguros de gastos médicos y seguros de separación, los recortes de salarios y el requerimiento al apoyo incondicional al nuevo gobierno obligaron a centenares, si no es que a miles de burócratas, a abandonar el servicio público. No hablo de los altos funcionarios del gobierno de Peña Nieto, sino de los funcionarios que hacen al Estado funcionar. Esto sucedió en la Secretaría de Hacienda, en el Servicio Exterior Mexicano, en los órganos reguladores, en la Secretaría de Economía y en un sinnúmero de otras dependencias.

Como lo advertí en un texto al inicio del sexenio, este debilitamiento del aparato burocrático es por definición contradictorio con una visión estatista de le economía. Si uno quiere tener un Estado fuerte que “dirija” la economía es indispensable contar con un aparato gubernamental y una burocracia técnicamente capaz para no ser cooptada por intereses económicos. Para esto es fundamental crear las condiciones que permitan atraer y mantener a los cuadros más talentosos de una sociedad. Lo opuesto a lo que ha hecho este gobierno.

Hoy, los funcionarios públicos que quedan –con contadas excepciones en instituciones como el IMSS– son cuadros políticos con poco o ningún conocimiento técnico. Ya no hay expertos, solo quedan fanáticos que son incapaces de ejecutar o implementar las instrucciones del presidente.

Ante este escenario, al presidente no le queda de otra que depender de las FFAA porque nadie más en su gobierno puede hacer nada, ya ni la Consejería Jurídica escribe las reformas constitucionales que manda al Congreso. No llegamos aquí porque el presidente es militarista sino por su falta de visión y planeación. Al desmantelar el aparato del Estado y atacar lo que llama la “burocracia dorada” no se dio cuenta que la única opción sería encargarle todo a los militares, que no necesariamente son más capaces ni menos corruptos.

Tal como fue el TLC para Salinas, la crisis para Zedillo, la alternancia para Fox, la guerra de Calderón o la corrupción de Peña; el sello distintivo y lo que recordaremos los mexicanos de AMLO será la militarización de la vida pública de México. La participación de las FFAA en todos los aspectos de la vida pública será algo con lo que los mexicanos tendremos que vivir por muchos años y no llegamos aquí por casualidad sino por incompetencia.

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