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Política

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Un nuevo cardenal arzobispo de México

La llegada del arzobispo en un contexto crítico en términos políticos, sociales y económicos de la CDMX es una gran oportunidad para que la Iglesia pruebe su capacidad de adaptación e innovación.

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Foto: Reuters.

El lunes, el cardenal Carlos Aguiar Retes, exarzobispo de Tlalnepantla, tomó posesión de la arquidiócesis primada de México. Es la sede arzobispal más importante de todo el país y una de las principales del orbe católico. No tiene el porcentaje mayor de fieles católicos del país, según datos del último Anuario Pontificio disponibles para México, el del 2014, de 8 millones 930,000 habitantes de la CDMX, sólo 7 millones 364,000 pueden considerarse católicos; es decir, 82% de la población total de la capital. Independientemente de la merma en el número de fieles con respecto a 1990 —de 92.5 a 82.6% de la población total capitalina en el 2010—, el nuevo arzobispo recibió 456 parroquias, distribuidas en ocho vicarías, al frente de las cuales se encuentra un obispo auxiliar que apoya al obispo u arzobispo residencial.

El personal apostólico con el que cuenta la arquidiócesis es de un total de 1,631 sacerdotes, de éstos, 561 diocesanos y, el resto, poco más de mil, son religiosos, miembros de institutos de vida consagrada como jesuitas, dominicos, franciscanos, carmelitas, etcétera. A ellos se suman más de 2,000 hermanos religiosos —lasallistas y maristas—, 5,200 religiosas y 149 diáconos permanentes. Sumados los agentes pastorales, algo así como 9,000 viven en la CDMX, de los más de 47,000 que hay en el país; es decir, un poco menos de la quinta parte del total nacional.  Por lo que toca a los fieles, hay más de 4,000 por sacerdote en la CDMX, lo que implica que la cura pastoral es complicada.

Internamente, está el tema de los casi 23 años que estuvo al frente de la arquidiócesis el cardenal Rivera, con un estilo de gobierno cuestionable a juzgar por los resultados, pero además con una fuerte presión en el presbiterio local. Existen intereses creados y grupos internos que tendrán que irse desmontando a la celeridad posible, pero con la suficiente paciencia para no romper el tejido institucional.

Las cifras expresan parcialmente la complejidad del gobierno interno de la arquidiócesis primada de México. Y la situación se torna más complicada cuando la ciudad está pasando por una transformación administrativa-política; es decir, las delegaciones se convertirán en municipios en congruencia con la transformación del Distrito Federal en un estado más, habrá más instancias con las cuales interactuar, como los cabildos, por ejemplo. A esto se suman los tiempos electorales. El nuevo arzobispo tendrá que entablar contacto con el jefe de gobierno saliente y, por supuesto, con los candidatos a jefe de gobierno de la CDMX.

Ningún arzobispo de México había vivido la situación específica de tener que tratar a un gobernante electo en la etapa final de su mandato —cuando Rivera llegó había regente y duró dos años más— y vivir un contexto electoral donde la competencia principal se va a dar entre dos mujeres: Claudia Sheinbaum por Morena y Alejandra Barrales por México al Frente, mientras que el PRI y sus aliados presentaron un candidato que tiene mucha experiencia administrativa, pero nula experiencia electoral. Si la situación ya es inédita por las cuestiones de género, también hay que tener en cuenta que las agendas que presenten, especialmente ellas, van a generar una reacción por parte de la Iglesia.

Sobre el último punto, hay que decir que el cardenal Aguiar viene con ideas bastante distintas a las del cardenal Rivera y su grupo, imbuidos de una visión wojtyliana de la pastoral, a la que se aferraron los últimos 13 años. Los temas centrales siguieron siendo los mismos —la defensa de la moral católica, el fortalecimiento de la familia tradicional, la defensa de la vida desde la concepción a la muerte— sin un correlato real con la situación del país, excepto en el ámbito de la denuncia.

A través del semanario Desde la Fe, cuyas posiciones causaron más de un dolor de cabeza a las autoridades gubernamentales, el cardenal Rivera indirectamente expresaba sus opiniones, mismas que invariablemente causaban escozor en sectores sociales que se confrontan naturalmente con las autoridades eclesiásticas, particularmente la comunidad LGBTI. En círculos altamente secularizados y anticlericales, las posiciones de la arquidiócesis primada eran vistas con sorna e intolerancia, pese a que en ocasiones Desde la Fe expresaba idénticas críticas al gobierno.

Quizás el problema mayor local fue el creciente descrédito del cardenal Rivera por los casos de abuso sexual en los que se vio involucrado por encubrimiento, lo que se tradujo en un descrédito institucional, profundizado por el creciente número de denuncias por abusos cometidos dentro de la Iglesia a nivel global. Podría decirse que lo general impactó en lo local y agravó la fragilidad de la arquidiócesis en medio de un contexto social que cuestiona, y hasta rechaza, el mensaje de la Iglesia. Además de la creciente competencia, el descenso del catolicismo en la CDMX se debe, en buena medida, a la incapacidad para leer el signo de los tiempos; es decir, el no haber entendido la transformación de la demanda espiritual de la sociedad y responder a ella.

Aun con el advenimiento del papa Francisco hace casi cinco años, la orientación pastoral en la arquidiócesis primada de México se mantuvo prácticamente invariable y hasta se observaba un rechazo por parte de la jerarquía local a las disposiciones pontificias. Sea por un enfrentamiento personal entre el cardenal Rivera con el pontífice, sea porque efectivamente el exarzobispo de México siguió manteniendo una visión conservadora sobre los temas pastorales, políticos y sociales, el caso es que la arquidiócesis primada está en crisis y requiere urgentemente renovarse.

No es viable remover a todos los sacerdotes de sus actuales cargos al mismo tiempo, pero es indispensable que el nuevo cardenal primado ubique a sus leales en cargos clave para poder avanzar en la reestructuración arquidiocesana. Urge un diagnóstico objetivo de las debilidades y fortalezas institucionales, especialmente para asignar recursos humanos y materiales de manera inmediata a espacios y situaciones cuya reestructuración es inaplazable.

La llegada del arzobispo en un contexto crítico en términos políticos, sociales y económicos de la CDMX es una gran oportunidad para que la Iglesia pruebe su capacidad de adaptación e innovación, que es una cualidad que la ha caracterizado a lo largo de los últimos dos milenios. Quizá la primera tarea administrativa es una reestructuración territorial de las parroquias.

El papa Francisco aboga por una Iglesia más incluyente, que busque a los fieles en las periferias físicas y existenciales, que sea un hospital de campaña que cure a los heridos. Ahí debe enfocarse el esfuerzo: sin dejar de lado la parte cultual y sacramental, se precisa de un acercamiento a la feligresía en su cotidianeidad.

Sería deseable que el arzobispo no se encierre en su oficina y que su único contacto sea en la misa dominical, que conozca la ciudad como otro ciudadano más, que se abra a escuchar no sólo a los marginados, también a las clases medias. La tarea más apremiante para el cardenal es restituir la imagen de la Iglesia local con acciones concretas; la más importante: tolerancia cero al abuso sexual.

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