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De rapsodas homéricos a Chat GPT: Stephen Fry convierte la mitología clásica en una ventana a lo más oscuro de nuestra conciencia

La tetralogía de Fry revive los mitos clásicos y nos recuerda que las explicaciones del mundo están en nuestro ADN colectivo (y en Chat GPT).

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OpiniónEl Economista

Concepción Moreno

Estaba jugando con Chat GPT. Nada muy profundo, solo algunas dudas de matemáticas pero ante este ingenio que tanta fascinación y miedo causa me pregunté si no sería así, en esta nueva “oralidad” (¿o escritura?, depende de su chatbot de confianza, supongo), que se pasaban las historias primigenias nuestras. En esa oscura cueva de nuestro nacimiento, los homínidos prenden fogatas y cuentan anécdotas alrededor de ellas, historias que le dan sentido al mundo, que arrojan una luz al fondo de la caverna. 

Así nació la mitología: de pleitos y chismes, de miedos y dudas. Historias que se fueron juntando y a alguien se le ocurrió ponerlas en murales, luego en poemas cuasi teatrales y finalmente, por escrito. ¿No será Chat GPT nuestro nuevo Homero?

Esta reflexión mía no es nueva y no es tan entusiasta como suena. Con ella cierra Stephen Fry su Odissey, la última entrega de su tetralogía en la que trae a la vida, cual Prometeo creando a los hombres a partir del barro, los mitos que le dieron forma al imaginario occidental. Los mitos griegos y latinos, pero sobre todo los primeros. Desde el alba de la vida, el nacimiento de las montañas y los ríos, los héroes que permitieron soñar a los hombres antiguos, hasta la madre de todas las guerras (y todos los crímenes de guerra), Troya. Y de ahí, al viaje del guerrero que logra llegar a casa gracias a su ingenio: la Odisea.

No puedo decirlo con suficiente energía sin que parezca exageración: tienen que conseguir esos libros, son una gozada y son importantes. Stephen Fry es uno de los personajes más adorables de la cultura pop. Lo pueden reconocer por cintas como V de Vendetta o buscar en YouTube sus rutinas cómicas con Hugh Laurie (sí, el doctor House). Yo amo a Stephen como no amo casi a ninguna celebridad: gracias a sus documentales sobre el trastorno bipolar pude reconciliarme con mi propia bipolaridad. Si hay un genio vivo que además es accesible, ese es Fry.

La serie se conforma de cuatro entregas, cada una sobre los momentos y ciclos heroicos que constituyen a la mitología griega (bueno, “griega”, pues como explica Fry, Grecia no existía mas que en la imaginación del dios más poderoso: el tiempo. Los mitos clásicos ya le pertenecen a todo Occidente. Quizá sea más correcto llamarlos argivos, no porque todos fueran de Argos, sino porque ese es el término que usa Homero en la fuente original).

En Mythos Fry agrupa el nacimiento del mundo, las luchas entre los dioses primitivos y Zeus y su prole, los dioses “modernos”. Es la historia de los tiempos más oscuros de nuestra conciencia, la Historia antes de que supiéramos quiénes éramos. Los abuelos de los dioses nos daban permiso de deambular por su mundo pero estábamos a su merced. La humanidad era un juego y un accidente. Es en este momento de oscuridad en el que contar los mitos alrededor del fuego era la única tregua en la guerra de hombre contra hombre. Ay, la vida, corta y cruel.

La segunda entrega, Heroes, cuenta las cuitas y glorias de héroes como Teseo, Perseo y Heracles — el mismísimo Hércules—, que, como explica Fry, marca el comienzo de la independencia de los hombres sobre el dominio divino. En la era heroica los humanos conviven libremente con ninfas y dioses menores de ríos y bosques, pueden recibir regalos de Afrodita o consejos de Atenea. Hacer enojar a Poseidón, tener hijos con Apolo u ofender a Zeus por no ser buenos anfitriones. (Nota al respecto: Zeus solía disfrazarse de mendigo para cerciorarse de que los hombres fueran buenos anfitriones. La mesa y el lecho se comparten o se pierden).

Sí, aunque con los dioses muy presentes, se veía venir ya una era en la que los humanos serían sus propios salvadores.

En la tercera entrega, Troy, Fry narra, con magia de juglar, la guerra de Troya, con detalle pero con ritmo. La Ilíada al compás de película de Steven Spielberg.

Así como en las tabernas había cantores que recitaban cantares de gestas y mitos para diversión de los parroquianos, Fry se impone a la oscuridad del poema de Homero —no a todo mundo se le da leer clásicos, su ritmo y lenguaje pueden ser intimidantes, o simplemente te los recetan en la escuela sin guía ni interés del maestro y lo que debería ser un viaje hechizante se convierte en un asco que dura hasta la tumba— y nos cuenta la guerra de Troya como si se tratara de un hecho real, un reportaje desde el frente.

Hasta que no leí el final de Troy me di cuenta de lo miserable de esa guerra. El artilugio de Odiseo, el célebre caballo de Troya, es uno de los crímenes de guerra más grandes de nuestra memoria colectiva. Los argivos (o griegos) entraron a una ciudad dormida y feliz del fin de la guerra para matar a los hombres, violar a las mujeres y saquear. To the victor, the spoils: el botín de guerra más importante siempre será la arrogancia del triunfador. El que vence cuenta la historia. El triunfador decide quiénes son los héroes.

La Ilíada ocupa nuestro imaginario como la narración de hechos gloriosos. Ardió Troya, como dice el dicho. Y fin, ganaron los justos. Pero Fry no decide mentir en aras de la diversión. ¿Hay otra manera de decirlo? En la guerra no hay gloria, justicia, ningún honor, ni compasión por el caído. Una guerra que duró una década no podría ser sino una catástrofe. Por mucho que la narración de Homero tamizada a través de la voz de Fry sea muy divertida, la guerra es el infierno.

La última parte de la tetralogía, que acaba de ser publicada a finales del año pasado, es Odissey, las peripecias y avatares de Odiseo para regresar a Ítaca. Veinte años le costó al héroe regresar a casa y tuvo que recurrir a dioses mayores y menores para que le permitieran reencontrarse con Penélope (Casi no es necesario dar mayor explicación, prácticamente cualquier occidental tiene una idea del viaje de Odiseo y su sueño de reencontrarse con Penélope, su esposa). La Odisea, como explica Fry, es uno de los últimos rincones de la intervención de los dioses en los quehaceres humanos. Odiseo, el favorito de Atenea, es ayudado (y obstaculizado) por varias figuras mitológicas, pero son su ingenio y valor los que le permiten volver a casa.

Es en el apéndice final de Odyssey que Fry hace la reflexión con que comienza mi texto. Homero fue muchos “homeros”. Podemos creer que fue un poeta ciego de Esmirna que vivió hacia el siglo VII antes de Cristo, o podemos aceptar la versión que muchos filólogos hoy proponen: que Homero es una encarnación de multitudes de narradores y poetas que recogieron los mitos locales y les dieron forma de poema épico en versos hexámetros, que recuerdan el ritmo de los tambores de guerra y por eso eran fáciles de memorizar. El ciego Homero vivía de lo que los buenos borrachos le querían regalar por entretenerlos. ¿No sigue siendo así el showbiz? Sólo que hoy hay homeros que ganan millones de dólares por película.

¿Será que Chat GPT es nuestro nuevo Homero? Una suerte de canasta en la que metemos toda nuestra conciencia colectiva y nos arroja las respuestas a las preguntas de millones de personas. Como en la era de la caverna, yacemos en la oscuridad, todavía asombrados ante este “dios” que nos explica en términos que no nos asustan (mucho) quiénes somos.

La AI asusta y encanta por las mismas razones. Es capaz de saberlo todo, pero también lo es de mentir y de controlar qué entendemos por la verdad. La guerra de Troya en un hipotético Chat GPT argivo es uno de los hechos más gloriosos de la historia. El oráculo de Delfos, la AI de aquellos tiempos, habla de Troya en términos radicales del triunfo de los favoritos de los dioses—aunque, no hay que olvidarlo, algunos de los warlords griegos recibieron castigos divinos por su inquina en Troya. No se puede ser absolutamente impío y esperar el favor de los dioses y los tribunales de guerra.

Pero el que controla la narrativa es el que le da sentido a nuestra conciencia es el que vence. Amamos a Héctor, el honorable príncipe de Troya, pero queremos ser como Aquiles, el despiadado héroe griego. De nuevo, to the victor, the spoils.

Por eso, siquiera, es importante leer al rapsoda Stephen Fry. Porque los mitos siguen estando en nuestro código de barras. Como Fry, hay que disfrutarlos, pero también confrontarlos, su influencia puede rastrearse fácilmente en cómics, novelas, películas y hasta en los nombres que les ponemos a nuestros hijos.

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