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Opinión

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“¿Qué pasará cuando ya nadie crea nada?” (parte 1 de 3)

Las teorías de la conspiración no son nuevas, y florecen sobre todo en tiempos de guerra o de crisis, pero nunca tuvieron la posibilidad de esparcirse a miles de millones de personas con un solo clic. Nunca habían tenido esa capacidad de erosionar las instituciones democráticas y de socavar la credibilidad de los medios profesionales, los que se basan en la ética periodística y en la verificación de datos.

Hoy iniciamos una serie de tres artículos sobre el peligro que supone, a nivel global, la diseminación de noticias falsas. Así como el cambio climático, la nueva carrera armamentista o la Inteligencia Artificial, la desinformación en sí misma es un factor de riesgo que puede provocar la erosión de los sistemas democráticos en este 2025.

Ejércitos de robots y de personas a sueldo, en la nómina de gobiernos autoritarios, se dedican a vulnerar instituciones de otros países, y la Inteligencia Artificial (IA), que apenas está haciendo su aparición bajo la amenaza de las fake news, se va a consolidar. A.J. Nash, experto en desinformación, sostiene que “el mundo de la posverdad está mucho más cerca de lo que nos gustaría creer”, y se hace una pregunta ineludible: “¿qué pasará cuando ya nadie crea nada?” Aunque no logren convencer del todo a la gente, los “extremistas y autoritarios” contribuyen a fomentar la desconfianza en las autoridades y las instituciones, “provocando que las personas rechacen las fuentes confiables de información, a la vez que alimentan las divisiones y sospechas”, escribe David Klepper para la agencia AP.

La desinformación tiene un vínculo estrecho con el populismo, sostiene Alfredo Suárez García, coordinador de comunicación de la Fundación Friedrich Naumann para América Latina, y editor del estudio “Desinformación: cómo entenderla, combatirla y defenderse de sus efectos”. “De hecho, ésta se ha convertido en una herramienta clave para reforzar posiciones populistas y difundir discursos extremistas –comenta en entrevista–, además de sembrar dudas en las instituciones democráticas utilizando mentiras, o gracias a operaciones provenientes de países como Rusia, que a través de Russia Today, Sputnik o Ruptly propaga mensajes diseñados para minar la confianza en la democracia en América Latina, un hecho ampliamente documentado en nuestro análisis”.

El documento incorpora el estudio de las variables que contribuyen a que la desinformación se afiance en la mente de las personas, y el por qué algunas son más vulnerables que otras, siguiendo las investigaciones de autores como Goldstein, Cialdini, Schwarz, Tversky y Kahneman. Entre estas está el conocido Sesgo de Confirmación, que lleva a las personas a “buscar, interpretar y recordar información que confirme sus creencias preexistentes, inclinándose a ignorar o minimi¬zar lo que desafíe sus puntos de vista”. Pero también el Efecto de Anclaje, el Sesgo de Afecto (cuando las decisiones y juicios están influenciados por las emociones en lugar de una evaluación racional), la Heurística de Disponibilidad, el Efecto de Repetición y la Presión de Conformidad (el deseo de alinearse con el grupo).

Y si bien es cierto que ha existido la desinformación en todas las épocas, en los últimos tiempos jugó un papel decisivo en 2016, tanto con el Brexit, cuando se descubrieron más de 35,000 cuentas en redes sociales que sólo publicaron cosas que tenían que ver con que el Reino Unido se escindiera de la UE, y que después desaparecieron. Ese mismo año fue la intervención rusa en las elecciones de Estados Unidos, en favor de Donald Trump. Es entonces cuando se utiliza la desinformación como algo elaborado de forma estructurada, constante y disciplinada. Y es un fenómeno que surge en un contexto geopolítico específico.

“Es un arma que ha sido descrita así, tal cual, por el mismo gobierno ruso o por las agencias rusas, como un arma del frente de guerra –sostiene Suárez García–. Ellos mismos lo aceptan, como es el caso de Margarita Simonaya, directora de Russia Today, cuando dice ‘nuestro trabajo es parte de la línea del frente en Ucrania’. Es lo que se conoce como la guerra híbrida, que incluye manipulación de migrantes para desestabilizar a un país, la guerra judicial, los ataques cibernéticos y la desinformación, que se puede definir como una intervención suave en campañas electorales de otros países”.

Una serie de mentiras desafortunadas

• En medio de la hecatombe que provocaron los incendios en Los Ángeles, Donald Trump esparció desinformación, incitando el odio hacia los demócratas. Culpó de todo al gobernador de California, Gavin Newsom, diciendo que se había negado a firmar una “declaración de restauración del agua” que en realidad nunca existió, además de que la falta de agua en los embalses no fue la causa de que no se pudieran apagar los incendios, como ya han determinado los expertos.

• Hace un par de días, un científico del clima, Peter Kalmus, escribió cómo se mudó de Altadena, California, porque, con los datos que manejaba sabía que tarde o temprano pasaría algo así. Asegura que la lección del cambio climático es que “las cosas malas pueden ocurrir antes de lo previsto”. ¿Qué dice Donald Trump sobre eso? Que el cambio climático “es un engaño”.

• Bastaron ocho minutos después de que Shamsud-Din Jabbar arrollara a una multitud en Nueva Orleáns, el primer día de 2025, causando la muerte al menos a 14 personas, para que el presidente electo publicar que el atentado había sido obra de un migrante ilegal, azuzando con ello el odio y la xenofobia.

• Posteriormente se supo que Jabbar era ciudadano estadounidense y que había jurado lealtad al Estado Islámico.

• En 2016 comenzó a circular en medios sociales de la extrema derecha como 4chan, la teoría de que Hilary Clinton y otros personajes progresistas robaban niños para beber su sangre. Decían que había una conspiración mundial de personas como el Papa Francisco y Barak Obama. Según esto, los conspiradores guardaban a los infantes en un local de pizzas llamado Comet Ping Pong, en Washington DC. Uno de los ilusos creyentes, Edgar Maddison Welch, se apersonó en el lugar y empezó a disparar, pensando que sería un héroe. ¿Qué es lo que resulta más inverosímil de todo esto? Que hordas de personas a estas alturas siguen creyendo en el “pizzagate”.

• En 2021, Alex Jones aceptó en un juicio que había mentido y que el tiroteo por el que murieron 21 niños en Sandy Hook fue real. Llevaba años vociferando que nunca había sucedido y que las víctimas (20 niños y seis adultos) y sus deudos eran “actores profesionales” que habían hecho ese montaje para descalificar a la industria de las armas. Las redes sociales bloquearon los contenidos de Alex Jones, como hacen (hacían) con los que difunden el odio y el acoso.

• Cuando llegó Musk a convertir Twitter en X, Jones volvió a tener un espacio en esa red, porque, dijo el magnate, “le importaban sus principios”.

• En medio de la crisis provocada por los huracanes Helene y Milton, los desinformadores profesionales de extrema derecha dijeron que fueron provocados por los demócratas para ganar las elecciones. Trump, Tucker Carlson y Musk esparcieron la especie de que la agencia federal de emergencias, FEMA, estaba desviando recursos de los damnificados para dárselos a los migrantes, a tal grado que los empleados de la agencia empezaron a recibir agresiones y amenazas.

• Algo similar había pasado cuando en Maui, Hawái, los incendios dejaron una estela de muerte: en Tik Tok se esparció la “noticia” de que el fuego lo había provocado a propósito el gobierno. Las redes sembraron el bulo de la “evidencia”: un video de un rayo que provocaba un incendio en una ciudad. El video tuvo millones de visualizaciones entre los grupos neonazis y “los radicales antigobierno”. Era una prueba fehaciente, para muchos. Luego se supo que el video era de la explosión de un transformador de luz en Chile, un año antes.

Doppelgänger

Uno de los casos más extremos fue el de las elecciones en Rumanía, en donde el candidato ultraderechista y pro Putin Calin Georgescu se alzó con el triunfo, gracias a la intervención rusa, que apoyó con millones de euros a tiktokers favorables al Kremlin y en contra de la Unión Europea. En un caso inédito, el tribunal electoral anuló la elección.

Rusia ha acumulado una larga lista de intervenciones en elecciones en países occidentales, y tiene dos maneras de intervenir, según el estudio que realizó la Fundación Naumann. “La principal es específicamente con candidatos prorrusos, que se explica por sí misma”, comenta Suárez García. Pero hay un segundo aspecto, que son las acciones que buscan apoyar ya sea a candidatos antisistema o antidemocráticos, o simplemente dejar minado el sistema democrático. Es decir, que se genere un desgaste sobre las instituciones que promueven la democracia en el país del que estemos hablando, con la idea de que en un proceso continuo de desgaste termine por minarse la democracia en dicho país”.

El editor del estudio cita la operación Doppelgänger, descubierta por el Laboratorio de Desinformación de la Unión Europea en 2022. La investigación encontró que las empresas ARDS y Struktura se dedicaron a la clonación de páginas que imitaban a medios genuinos como Le Monde, Washington Post y The Guardian, así como ministerios europeos y organizaciones internacionales, para generar noticias falsas con inteligencia artificial, posteando además videos apócrifos a través de una empresa llamada Matriochka y a ensuciar la credibilidad de periodistas y medios con otra llamada Overload. La operación estaba ligadas a gente como Sergei Kiriyenko, ex primer ministro de Rusia y amigo personal de Vladimir Putin.

Entre los objetivos de la operación estaban desacreditar a Ucrania, incidiendo en la especie de que es un estado nazi, negar crímenes de guerra como los de Bucha. El contenido era diseminado por falsos usuarios y likes generados por bots. Los países más afectados fueron Alemania, Francia, Estados Unidos, Ucrania y Polonia, pero sus tentáculos llegaron incluso a países como México.

Estrategias similares fueron utilizadas por dos empleados específicos de Russia Today, que tan sólo en 2023 publicó más de 2,000 videos que tuvieron 16 millones de vistas. Meta reaccionó bloqueando a medios rusos involucrados como RT, Rossiya Sgodnya y eliminando las cuentas de 230 canales de YouTube pero, como se sabe, hoy en día la red social X no tiene restricción alguna de contenidos falsos, teorías de conspiración o llamamientos al odio, y Marc Zuckerberg, de Meta, acaba de claudicar también. Aunque la campaña fue descubierta y desactivada en varios países, hasta el día de hoy se sabe que continúa por otros medios (como demostró un nuevo informe de 2024 del colectivo de 130 verificadores de datos liderados por la organización sin fines de lucro Alliance4Europe, y por otra institución, AI Forensics), con contenidos falsos que llegaron a decenas de millones de usuarios en tan solo unos días.

Los posts apoyaban a los partidos ultraderechistas como Alternativa para Alemania (AfD) o a los que tenían posiciones cercanas a Rusia, e insistían en restar responsabilidad a Rusia de la invasión a Ucrania, además de la “explotación de cuestiones internas divisivas”, se lee en el informe, y en socavar alianzas occidentales como la OTAN y la UE. En general, los mensajes de desinformación aprovechan cuestiones polémicas para amplificarlas y generar mayor división, como los fallos en la seguridad durante la Eurocopa de futbol en Alemania, o temas como la inflación, “pintando un retrato de un gobierno incompetente que descuida a su población… erosionando los sistemas democráticos en su conjunto”.

“La idea es tener aliados o candidatos que exhiban simpatía hacia los regímenes que no son democracias liberales”, comenta Suárez García, y se pregunta por qué esto les funciona. “Porque las democracias suelen agruparse en torno a los mismos ideales y valores, del mismo modo que los sistemas autoritarios buscan más o menos lo mismo, que es apelar al sentimiento antiestadounidense para minar tanto a EEUU como a Europa. México fue parte de esos países que estuvieron incluidos en la lista de Doppelganger, como un país que podía explotar dicho sentimiento”.

Por ejemplo, en lugar de promover conceptos como que la migración hace más fuerte a un país, que la integración lo hace más fuerte, los valores de lo que en algún momento se llamó el europeísmo universal, buscan explotar sentimientos de ultranacionalismo.

Los regímenes autoritarios dialogan entre sí más fácilmente. Bashar el Assad tenía una relación estrecha con Rusia, que ayudó a apuntalar su régimen. Rusia misma negó los crímenes atroces de Assad durante muchos años e impidió que fuera juzgado en el Tribunal Penal Internacional, como pedía la mayoría de los países en la ONU, y hoy que sus crímenes quedaron expuestos a la vista de todo el mundo (crímenes que eran perfectamente sabidos), se evidencia esa complicidad. “Lo mismo puedes hablar de Corea del Norte y la relación que tiene con Rusia, y si seguimos, podemos hablar en América Latina de Venezuela, Nicaragua y su relación con la Federación Rusa. Esos lazos los unen: generalmente, mientras más autoritario sea un régimen, mejor relación se va a encontrar con Rusia misma. El caso de Irán es otro ejemplo claro”.

Algo que llama poderosamente la atención es que los destinatarios de la desinformación se asocian a gente con posturas antisistema que se identifican con los extremos ideológicos. “¿Por qué apuntalan a AFD en Alemania lo mismo que a la ultraizquierda?” Se pregunta el especialista. “¿Por qué al mismo tiempo que sostienen a gente como Marine Le Pen lo hacen con los regímenes de Norcorea o Venezuela?” ¿No deberían ser, supuestamente, polos irreconciliables?, le pregunto. En el populismo los extremos se tocan, es su respuesta. Lo que los une son otros vasos comunicantes. En el caso del autoritarismo es este desprecio a la democracia por la necesidad de imponer una figura, un hombre fuerte que venga a salvar a todos.

“Es esta idea del pueblo que sabe todo o que el pueblo siempre tiene razón, en oposición a una minoría rapaz que busca siempre explotar a las mayorías. El típico antagonismo de nosotros los buenos contra ustedes los malos. Esto lo vemos desde Hungría hasta la AFD en Alemania, con Giorgia Meloni en Italia o con el Frente Nacional en Francia”. Otra de las estrategias es fabricarse un rostro menos impresentable, como ha hecho Marine Le Pen en el país galo, y difundir con la desinformación el blanqueamiento, algo que veremos en las siguientes entregas.

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José Manuel Valiñas es articulista de política internacional. Dirigió la revista Inversionista y es cofundador de la revista S1ngular.

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