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Del pincel al píxel: Las humanidades se transforman en el mundo digitalizado

Opinión
Se dice que Johannes Vermeer, creador del retrato La joven de la perla, pudo haber usado una cámara oscura para lograr la precisión casi fotográfica de sus cuadros. La leyenda o la posibilidad de que así haya sido no le resta valor artístico; al contrario, nos recuerda que la historia del arte siempre ha estado atravesada por la innovación técnica. Sin la imprenta, los textos de Lutero no habrían transformado Europa. Sin la polea y los avances en ingeniería, las catedrales serían impensables.
Por otro lado, el desarrollo de la fotografía posibilitó la aparición del impresionismo; Andy Warhol convirtió la serigrafía en arte y artistas contemporáneos como Stelarc y Orlan han puesto a prueba los límites del cuerpo humano con prótesis, implantes, cultivo de células madre y sistemas digitales de mapeo corporal. Cada época reconfigura la creatividad con las herramientas que tiene a la mano. Hoy, el cambio crucial no es un pigmento ni una polea, sino la digitalización omnipresente y la inteligencia artificial.
Las humanidades digitales no son un campo de actividad abstracta. Son aplicaciones a proyectos muy concretos que combinan la tradición humanista y diversas herramientas digitales. Pensemos en los algoritmos que permiten reconstruir fragmentos de manuscritos medievales; en bases de datos que cruzan millones de registros para estudiar la historia de la migración humana; en la digitalización de códices prehispánicos para preservarlos y hacerlos accesibles a cualquier lector en línea.
Pensemos en mapas interactivos que muestran cómo las culturas y las lenguas se han movido a lo largo de los siglos. Las humanidades no desaparecen: se transforman. Lo que antes era el trabajo de un investigador aislado en un archivo, hoy puede convertirse en un esfuerzo colectivo y global, potenciado por la inteligencia artificial y el análisis de datos. Y aquí es donde la unión de las humanidades con la tecnología cobra sentido: cuando ambas se ponen al servicio de preocupaciones profundamente humanas.
La UNESCO estima que, al menos, el 40 % de las lenguas del mundo están en peligro de desaparecer y algunas proyecciones advierten que hasta la mitad podría perderse hacia el final del siglo actual. Frente a este riesgo, las humanidades digitales cobran pleno sentido con proyectos de registro, digitalización y bases de datos lingüísticas que permitan conservar, difundir esas lenguas y preservar no solo palabras, sino las memorias culturales, identitarias y afectivas de los pueblos que las hablan.
Del mismo modo, un estudio del MIT, realizado cuando la red social aún se llamaba Twitter, demostró que las noticias falsas llegaron a mil quinientas personas seis veces más rápido que las noticias verdaderas. La abundancia de información digital no nos ha vuelto necesariamente más sabios, sino más vulnerables a la manipulación. Frente a este escenario, el pensamiento humanista es indispensable para desarrollar la capacidad crítica de distinguir lo verdadero de lo falso y exigir un uso ético de los algoritmos predictivos y las plataformas digitales: Necesitamos “Humanizar la Tecnología”.
Conviene recordarlo: la tecnología y las humanidades no son antagónicas. Ambas nacen de la misma raíz: la curiosidad humana. La técnica responde a nuestra necesidad de adaptarnos al mundo y el pensamiento humanístico a nuestra necesidad de comprenderlo y dotarlo de sentido. Una construye herramientas, la otra cuestiona sus efectos. Pero juntas moldean la manera en que percibimos la realidad y cómo la adaptamos a nuestros cuerpos, emociones y necesidades.
La formación humanista en la era digital exige más que alfabetización tecnológica: exige alfabetización crítica. Significa aprender a leer los algoritmos como textos que revelan intenciones, sesgos y límites. Y significa también reconocer cómo los datos cuentan historias y moldean emociones colectivas. Solo así un ciudadano puede identificar cuándo la información se convierte en manipulación y exigir un uso ético de las tecnologías.
El futuro exige más que adaptación. Exige imaginación responsable. Así como Vermeer experimentaba con lentes y espejos que fueron antecedentes de la cámara fotográfica, hoy necesitamos experimentar con la IA y las aplicaciones digitales sin perder de vista el centro: la dignidad humana. No se trata de resistirse a la tecnología, sino de usarla para fortalecer lo que nos hace humanos: la memoria, la empatía, la capacidad de asombrarnos y construir comunidades diversas. El Qohelet (libro de Eclesiastés) desde hace siglos afirma que no hay nada nuevo bajo el sol. Y, en efecto, del papiro al píxel seguimos intentando comprendernos a través de la técnica y el pensamiento.
Finalmente, como reflexionó Heráclito, nadie se baña dos veces en el mismo río: las aguas fluyen, cambian y nosotros también cambiamos con ellas. Entre la repetición y la transformación, cada vuelta de la historia nos permite mirar el mundo con otros ojos. La era digital es una más de esas corrientes: la diferencia está en cómo decidamos navegarla ahora a través de las Humanidades Digitales.
* Judith Ruiz-Godoy es decana nacional de la Escuela de Humanidades y Educación del Tecnológico de Monterrey.