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El país del Crisantemo ante Trump

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OpiniónEl Economista

A lo largo de su historia, Japón ha tenido momentos de apertura al mundo y ocasiones en que mira hacia sí mismo. El politólogo, Samuel P. Huntington, escribió en su libro The Clash of Civilizations, que Japón era en sí misma una civilización. Esta ha sido el producto de la capacidad del genio japonés para dialogar con el mundo al tiempo que conserva y engrandece su cultura propia. Después de recibir su primera gran influencia de China, que consolidó al Estado Ritsuryo, el Japón de la época Heian - con su cultura aristocrática, la hegemonía del poderoso clan Fujiwara y su capital en Kioto - recreó una primera forma del ser japonés. La novela de Murasaki Shikibu conocida como Genji Monogatari, que nos retrata las maneras suaves e íntimas de la vida en la Corte, podría considerarse la mejor descripción de Japón antes del apogeo de los Shogun. La batalla entre dos familias poderosas (los Taira y los Minamoto) culminó con las Guerras Genpei. El resultado de esto fue la imposición de un gobierno encabezado por militares que no concluyó sino hasta la reforma Meiji que acabó con el Japón de los Tokugawa, la última dinastía militar. Para entonces, Japón necesitaba dejar su ensimismamiento.

Con los Meiji, el país del sol naciente se volvió a abrir al mundo y lo hizo con tal éxito que rápidamente logró cerrar la brecha tecnológica con Occidente. El ímpetu de apertura de Japón hizo que sus líderes abrazaran dos de los tres regímenes políticos de la modernidad europea: el liberalismo y el fascismo. El primero lo hizo - o lo intentó hacer - durante el período Taisho (1912 1926) y el segundo durante la primera parte del período Showa (1926-1989).

Después de la gran catástrofe llamada segunda guerra mundial - con su distopía de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki - Japón convirtió a los samuráis de las armas en los samuráis del comercio. Durante tres décadas (60s, 70s y 80s), Japón fue el mayor dínamo económico del mundo e incluso entró en competencia comercial con Estados Unidos, con quien, por otro lado, suscribió un acuerdo de seguridad que, con transformaciones diversas, continúa en marcha.

Debido a una gran crisis - a la vez financiera e inmobiliaria de grandes dimensiones - ocurrida en los 90s, Japón entró en un trance de orden económico y espiritual. De esta especie de marasmo, el sonriente y carismático Primer Ministro, Shinzo Abe, pareció sacar al Japón. Esto terminó con dos balas asesinas el 2 de julio del 2022, si bien es cierto que Abe ya había renunciado por una colitis ulcerosa.

Hoy el nuevo líder, Shigeru Ishiba intenta navegar el barco nipón a través de las procelosas aguas de la era Trump.

Por ahora ha logrado reunirse con él en la Casa Blanca de donde han salido una serie de acuerdos. En primer lugar, Ishiba le ha prometido a Trump que Japón incrementará sus inversiones y que estas ascenderán a un billón de dólares. En segundo lugar, el premier japonés le aseguró a Trump que su país comprará cantidades importantes de gas natural licuado de Alaska. En tercer lugar, Ishiba intentó convencer al presidente estadounidense de que la ambición de la compañía japonesa Nippon Steel por adquirir propiedad mayoritaria de la empresa US Steel no era una compra sino una inversión. Por ahora Trump parece haber aceptado esta idea. En cuarto lugar se encuentra la cuestión de Taiwán. Por lo pronto, Ishiba ha logrado torcer la mano de Trump para que éste acepte que la seguridad e independencia de Taiwán es fundamental para mantener el equilibrio en el Indo-Pacífico. Es claro que la autonomía de isla de Formosa previene a Beijing de establecer bases estratégicas a lo largo del Mar Meridional de China hasta el Medio Oriente, región fundamental para el abastecimiento de energía de China.

De la capacidad de los políticos japoneses y sus asesores - encabezados por Yoshimasa Hayashi - para convencer a Trump de que la seguridad de Japón es clave para un Indo-Pacífico estable dependerá, en buena parte, el porvenir de la región.

De otra manera, el país del Crisantemo podría reconsiderar su Constitución pacifista y estar tentado a rearmarse. Una nueva versión del Japón Imperial de la década de los 30s y 40s del siglo pasado sería una mala noticia para el mundo.

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