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La monetización del acontecimiento

Opinión
Dos hechos ocurridos en esta última semana nos demuestran que en el desarrollo de la economía del acontecimiento mediático se puede sobrepasar cualquier barrera debido al individualismo imperante que vivimos, que utiliza a la comunidad como escenario. El primero de ellos es el que da a conocer el creador de contenido Álvaro Luzón sobre la “hija” del CEO de la empresa Astronomer a quien descubrieron con la directora de recursos humanos en un concierto de Coldplay. Resulta que la chica ha comenzado a monetizar por todo lo alto al conseguir más de 200 mil seguidores y 50 millones de vistas en un par de días. El punto es que lo ha hecho a partir de una maniobra mediática más cuestionable aún que la de su “padre”. Marina subió un primer video después del acontecimiento en el que se vio involucrado su “padre” explicando cómo estaba llevando dicha situación, particularmente cómo estaba reconectando con la vida después de lo ocurrido. Esto, seguido de un video en el que un usuario comenzaba a polarizar diciéndole que seguramente estaba reconectando desde un yate, para rematar con un tercer video en el que mostraba a sus amigas lo que había ocurrido con su “padre” y aquí es donde esto se torna más social y moralmente condenable que la desaparición del propio Andy Byron de la Kiss Cam, y es que el CEO de Astronomer no tiene hijas. Es decir, se trata de un bribón o un grupo de bribones digitales que seleccionaron fotos y videos de una modelo francesa para lanzar a las redes sociales este falso drama. Ahora bien, ¿Qué tipo de bribones digitales podrían estar detrás de esto? Según Luzón, los promotores de una App de meditación. Sí, una aplicación que busca capitaliza el acontecimiento a través de una estrategia de marketing, pero cometiendo al mismo tiempo un grave delito al atribuirse públicamente una identidad que no les corresponde. Aquí ya no es el desarrollo tecnológico, ya no es la cuestionadísima Inteligencia Artificial, sino un grupo de “humanos” sacando ventaja económica de un hecho sin el más mínimo reflejo moral.
El segundo hecho lamentable de la semana fue la muerte de Paolo Sánchez, el menor de 14 años que subió al Iztaccíhuatl para morir congelado. Sí, que por alguna razón confundió el senderismo con el alpinismo. Lo anterior dejando un video en el que se veía medianamente preocupado por no saber dónde exactamente se encontraba, reconociendo que difícilmente sobreviviría y despidiéndose con el saludo “besos en el ano”. Fue encontrado sin vida a cuatro mil 780 metros de altura en el Parque Nacional Izta-Popo, tras registrarse en el Centro de Visitantes de Paso de Cortés para practicar senderismo en la parte baja de la montaña. Una vez más, el problema no es solo de la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas, sino del menor que por algún motivo no quiso ir acompañado de un adulto ni preguntar por el protocolo de quienes desean ir a la parte alta del volcán. Cuántos videos no hemos visto de creadores de contenido haciendo cima en el volcán, explicando y compartiendo su experiencia. Están tan bien hechos que inducen a muchos a hacer lo mismo sin pensar lo que esto supone, podría ser el caso. No lo sé. Sé que los menores de 14 años están más cerca a las hazañas mediáticas que se ven en redes sociales que a sus adultos. Más cerca de la teoría del primer X en hacer Y, de Mark Lilla, que a la propia realildad. El estado de selfimismamiento está alterando la conciencia de los usuarios en ambos lados de la pantalla.
En el video, Paolo parece haber querido realizar una hazaña. Me pregunto qué hubiera sucedido si lo hubiera logrado, tal vez otros cientos, quizá miles de menores como él se hubieran inspirado para hacer algo similar en este u otros lugares. Se trata finalmente de demostrar que se puede ser el primer X en hacer Y. José Antonio Marina, que de esto sabe mucho, sostiene que en la actualidad los jóvenes ya no se parecen a sus padres y familiares, sino a su generación. En efecto, y hay que agregar que las redes sociales han cambiado estos códigos de parentesco al ser el espacio en el que socializan y se automovivan compartiendo, lo mismo hábitos de consumo y códigos de conducta, que retos y hazañas inimaginables. El espacio en las que todo parece tan sencillo, que es solo cuestión de intentar ante una comunidad que hace de escenario y un momento tecnológico en el que ya no necesitamos a nadie para inmortalizarnos.
Ambos casos son aleccionadores para los adultos, tanto en el terreno de la ética como moral reflexionada, como en el de la responsabilidad de estar más cerca de los menores.
