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Minería submarina, ¿sí o no?

Gabriel Quadri de la Torre | Verde en serio
La Transición Energética y la lucha contra el calentamiento global requieren de grandes cantidades de minerales como cobalto, grafito, níquel, litio, manganeso, cobre, metales preciosos y tierras raras (neomidio, samario, europio, terbio, disprosio, etcétera). Son indispensables para los imanes de alta potencia de motores eléctricos, electrodos y electrolitos en baterías, sistemas de electrólisis para producir hidrógeno “verde”, vehículos eléctricos, sistemas de transmisión y distribución de electricidad, y multiplicidad de otras aplicaciones. La demanda global de estos minerales se cuadruplicará hacia el 2040 (Agencia Internacional de Energía). En tierra, es cada día más complejo explorar, desarrollar y explotar nuevos yacimientos, dadas restricciones a veces insalvables de tipo regulatorio, político, social, y ambiental. Los impactos ambientales de grandes minas a cielo abierto son cada vez más graves: destrucción de bosques tropicales y biodiversidad, alteración masiva del paisaje, y contaminación de cuerpos de agua, como ocurre con el níquel en Indonesia, cobalto en la República Democrática del Congo, tierras raras en China, cobre en Chile, Tanzania, México, Zambia, Perú.
Frente a ello, los fondos oceánicos poseen reservas astronómicas de estos minerales, a miles de metros de profundidad, en áreas sin luz solar, y casi desprovistas de oxígeno, pero con una gran riqueza de ecosistemas y especies marinas singulares, gran parte de las cuales aún son desconocidas para la ciencia. Los yacimientos son de tres grandes tipos. Primero, nódulos polimetálicos (del tamaño de un puño humano) que tapizan el fondo del mar, formados por precipitación durante millones de años, y que representan un hábitat casi inexplorado. La región más importante es la zona Clarión-Clipperton que se extiende desde el sureste de Hawaii hasta cerca de las aguas de jurisdicción mexicana frente al Parque Nacional de Revillagigedo. Un segundo son los depósitos de sulfuros asociados a dorsales oceánicas activas, volcanes submarinos y fuentes hidrotermales. Se forman cuando fluidos a alta temperatura saturados de metales emergen del lecho marino, reaccionan con el agua fría y precipitan sulfuros de diversos minerales. Y el tercero, son costras minerales en los flancos de montes submarinos, adheridas a las rocas del fondo, también formadas por la lenta precipitación de metales desde el agua de mar.
Explotar tales yacimientos conlleva grandes barcos especializados desde los cuales se manejan enormes máquinas robot (del tamaño de un camión), que recorren el lecho marino succionando material y enviándolo a la superficie como aspiradoras gigantes. Desde luego que esto perturba radicalmente el hábitat el fondo marino, cuyas especies son de muy lenta fisiología, crecimiento y reproducción, por lo que su restablecimiento sólo es posible a lo largo de cientos o miles de años. La propia succión genera grandes plumas de sedimentos, al igual que los residuos que son arrojados al mar enturbiando el agua en un radio de varios kilómetros. El impacto al medio marino es muy considerable. Existe la Autoridad Internacional del Lecho Marino (ISA, por sus siglas en inglés), al amparo de la Convención de la Ley del Mar firmada por casi todos los países (exceptuando, entre otros, a Estados Unidos). ISA actualmente prohíbe la minería submarina, aunque se han dado permisos de exploración a diversas empresas privadas, entre las que destaca The Metals Company (canadiense), bajo el auspicio de gobiernos de países insulares del Pacífico, que ven en la minería submarina en sus extensas aguas patrimoniales una gran oportunidad económica.
ISA está en proceso de confeccionar y expedir las regulaciones ambientales procedentes, tomando en cuenta la opinión de gobiernos, empresas mineras, científicos y ambientalistas, pero se ha retrasado ante intensas presiones políticas. Este mismo año, a partir de julio, debe publicarlas para su entrada en vigor. Sin embargo, ahora hay un nuevo escenario que obliga a apresurar las cosas. Donald Trump firmó el 24 de abril pasado una orden ejecutiva autorizando la minería submarina para minerales estratégicos, con la finalidad de “liberar” a Estados Unidos de la dependencia de China y otras naciones “adversarias”. (Por las mismas razones pretende apoderarse de Canadá y Groenlandia, y ha firmado un acuerdo con Ucrania). Con su orden ejecutiva, Trump da rienda suelta a empresas norteamericanas para explotar el lecho marino en aguas internacionales, sin ningún tipo de salvaguardas ambientales. Obvio, esto representa una humillación a la ISA y una burla al derecho internacional. Francia y Costa Rica encabezan una cruzada para impedirlo: los fondos oceánicos son patrimonio de la humanidad, no de un puñado de empresas. China ha condenado la decisión de Trump, y apoya fuertemente a ISA, ofreciéndose como nuevo paladín de los bienes públicos globales. Muchos piensan que ISA debe expedir ya las regulaciones y permisos antes que numerosas empresas se acojan al decreto de Trump y procedan libremente, sin regulación ambiental, a la explotación del lecho marino, lo que sería mucho peor. Parece imposible mantener la prohibición de la minería submarina, sólo el mercado global y precios de minerales, y altos costos de explotación podrían contenerla. En México, la Semarnat no ha dicho esta boca es mía. Seguiremos esperando.