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Opinión

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Me acuerdo de Antonia (y otros recuerdos de la secundaria)

El verano escolar es buen pretexto para saludar a los maestros que se deshacen por dos meses de las alimañas estudiantiles.

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OpiniónEl Economista

Concepción Moreno

Con el estado del mundo, puede ser frívolo ponerse a escribir de cosas tiernas y cálidas, pero parafraseando esa cita falsa de Churchill, la guerra vale la pena para que sobrevivan las cosas tiernas y cálidas.

Se viene la terminación del curso escolar y los maestros por fin pueden descansar de los mocosos traviesos, altaneros o simplemente groseros. Sí, hay seguramente muchas satisfacciones en su trabajo, no obstante estoy segura que la mayoría de los profesores simplemente respiran hondo y dicen ¡Al fin!

Y por eso me acordé de Antonia, mi miss de español y literatura de la secundaria. Se presentó ante mi grupo de alimañas de primero de secundaria como la miss Tony. Gordita ella, le decíamos con mala leche “la Tonylada”.

Dicen que es difícil, improbable, encontrar una vocación desde la secundaria. Yo no quería ser periodista sino directora de películas pero hay algo en esta necesidad de contar historias que le debo a miss Tony.

Fui a un colegio católico de cuyo nombre no quiero acordarme. La secundaria era un purgante infierno fresco con las monjas. Una de ellas, la directora, me traía finta. No había manera en que no me metiera en problemas con ella, nos detestábamos. Ella odiaba mi incapacidad para disciplinarme, yo odiaba su incapacidad para asomarse más allá de su pequeña (muy pequeña) ventana del mundo. Fui muy infeliz en esa escuela.

Me costaba mucho encontrar algún placer en mi secundaria, era así. Mis calificaciones estaban en el sótano. Una vez reprobé nueve materias y había un orgullo en ello. Estas monjas no me iban a destruir.

Aquí entra miss Tony. Llegó el primer día preguntando si nos gustaba leer. Nadie alzó la mano. No hubo decepción de su parte, esa mirada a la que estábamos acostumbrados a ver en los demás maestros bovinos. En el universo toñístico no había decepción, sólo reto.

Les decía que miss Tony hizo que me gustara narrar. ¿Por qué? Porque ella misma era una gran narradora.

Por supuesto que en su clase había análisis de la frase en español y necedades como saber distinguir el objeto directo del indirecto y recordarnos las reglas de acentuación que se suponía conocíamos desde la primaria. La verdad es que nadie se acordaba de todo eso, y miss Tony contaba con esa amnesia selectiva. Nos explicaba con paciencia los usos y desusos del español.

Se cumplía con el temario, pero rápido, porque no era eso lo que le importaba a Antonia. A miss Tony lo que le interesaba era contagiarnos su pasión por contar y leer, abrirnos, como buen chef, el apetito por las historias.

La primera vez que mis Tony nos metió en una historia no podría haber sido más atinada. Éramos niños de la primera mitad de los años noventa, fans de la Maldita, Caifanes y la Cuca. Y también de Café Tacvba. Amábamos especialmente a los tacubos, celebridades de Ciudad Satélite. El disco debut de Café Tacvba tenía una canción que nos gustaba a todos: “Las batallas”. ¿Oye, Carlos, por qué tuviste que decirle que la amabas a Mariana?

Ya ven por dónde va la cosa. Miss Tony nos presentó a José Emilio Pacheco a partir de Las batallas del desierto. Mucho gusto, señor Pacheco.

Para muchos de nosotros era la primera vez que leíamos “literatura de verdad”. Para mí, era la primera vez que leía a un autor mexicano que no fuera Luis Spota (mi padre tenía todos sus libros).

El amor por Pacheco se nos pegó como chicle de buena calidad. Miss Tony escuchaba todas nuestras opiniones sobre el libro, nos ponía a escribir reseñas. Para muchos eso era de fiaca, para mí fue la primera vez que me importó escribir para un lector específico. Miss Tony nos regresaba las tareas llenas de taches pero con sugerencias para mejorar. Era estricta, la Tonylada, pero también amable, atenta, cuidadosa. Una buena maestra, pues.

Las lecturas no paraban en la clase de Antonia. Sí, había que conocer al Lazarillo y el Periquillo; a Quevedo y a sor Juana. Pero en ese batiburrillo clásico también cupo El rock de la cárcel de José Agustín, El rey criollo de Parménides García Saldaña, Gazapo de Gustavo Sáinz, Hasta no verte, Jesús mío de la tía Poni, Como agua para chocolate de Laura Esquivel, los Doce cuentos peregrinos de García Márquez y las obras teatrales de García Lorca (más maduros, nos acercó a la poesía lorquiana).

El rock de la cárcel tuvo un impacto especial en mis compañeros varones. Como que todos querían ser José Agustín. Como Agustín, éramos alumnos de un castrante colegio católico. Para mis compañeros, la voz del autor contando sobre asuntos como fumar en clase — como lo narra, a escondidas de los maestros, desde un clóset al fondo del salón— o del encuentro precoz con el sexo fue un mantra adolescente. Teníamos un compañero muy moreno: en el patio los maloras le gritaban “Negro Nino” como un perro negro que aparece en El rock...

Éramos niños medio lelos pero miss Tony nos despabilaba del letargo de ese colegio, ese ambiente contaminado por reglas absurdas y maestros que meramente cumplían con su horario. Antonia hacía el esfuerzo de llegar a todos nosotros, de que aprendiéramos algo que nos serviría siempre. No sé si mis compañeros se volvieron lectores voraces pero quiero creer que recuerdan a Antonia cada vez que agarran un libro.

Antonia y yo teníamos una relación de “amodio”. A ella le gustaban mis textos pero yo me creía la divina garza indomable (miss Tony también nos acercó a Pitol, por cierto). Había veces que nos llevábamos, otras que no nos soportábamos. Leía todo lo que mandaba Antonia, cada libro de pasta a pasta. No dudaba en destruirlos en mis reseñas. Eran provocaciones para que miss Tony se diera cuenta de que sus lecturas me valían un cuerno. Nada iba a llegar a mi corazón de doce años si podía evitarlo. Era parte del estira y afloja toñesco-conchesco, nuestro baile.

Como les digo, a Antonia la tuve los tres años de secundaria. Llegó el fin de año definitivo, el de tercero de secundaria. Pasar los últimos exámenes: liberarnos de esa asfixia.

Mi último examen fue con miss Tony. Acabando me soltó un: “La voy a extrañar”—siempre nos trataba de usted—, yo, con todo mi corazón púber lleno de gratitud le dije “Yo no”. Fin de año.

A todos los maestros que por fin se van de vacaciones, un abrazo. Que sepan que pueden encender un fuego, seguro para mal, ojalá para bien, en los alumnos más reacios. Miss Tony, su alumna más problemática sólo quiere decirle que la extraña y gracias: me regaló mi vocación.

rrg

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