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Opinión

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Gobernar para hacer dinero

Julio Madrazo | Columna invitada

Julio Madrazo | Columna invitada

Julio Madrazo

¡Fuera máscaras y viva el cinismo! Así de claras las cosas. El 10 de febrero, Donald Trump firmó la orden ejecutiva que suspendió la aplicación la ley contra la corrupción, conocida como FCPA, que desde 1977 prohibía sobornos fuera de Estados Unidos para obtener negocios. En estos primeros 150 días de su mandato se han publicado un número importante de editoriales y reportajes sobre la corrupción trumpista. La revista Wired, por ejemplo, reveló que una cena privada en Mar-a-Lago, uno a uno con Trump, cuesta 5 millones de dólares; si no se cuenta con esta cantidad, también compartir la mesa con otros 8 comensales, cuesta 1 millón de dólares.

Ante los ojos del mundo entero, la segunda presidencia de Trump ha acelerado una transformación profunda y alarmante en las democracias occidentales: la normalización de la corrupción como herramienta de poder. Como lo exponen Jodi Vittori en Foreign Policy y Oliver Bullough en The Guardian, Estados Unidos, que alguna vez lideró la lucha global contra el dinero sucio, está ahora despejando el camino para que cleptócratas de todo el mundo operen con impunidad. El retroceso no es solo político: es moral, legal e institucional.

Lo que antes se consideraba intolerable hoy se ha vuelto costumbre. La captura del Estado, como describen Anne Applebaum en The Atlantic y Lluis Bassets en El País, ha alcanzado un nuevo grado de sofisticación: el aparato gubernamental es utilizado para proteger a aliados, castigar a adversarios y disolver los límites entre lo público y lo privado. No hablamos ya de escándalos aislados, sino de una cultura del poder basada en el desprecio por la legalidad y la impunidad como norma. ¿Qué tal aceptar un avión “presidencial” de Qatar por 400 millones de dólares, al tiempo que su familia cierra negocios multimillonarios de bienes raíces?

Los organismos reguladores son cooptados, el Departamento de Justicia se convierte en un instrumento de persecución o protección según convenga, y la fiscalización del Congreso es saboteada por legisladores de MAGA. El resultado es la desactivación progresiva y profunda de los contrapesos institucionales. Como señala David Forum, asistimos a la presidencia más corrupta de la historia moderna estadounidense, no por el número de delitos, sino por la gravedad de la erosón institucional que ha producido.

Isaac Chotiner, en The New Yorker, advierte que el modelo trumpista está siendo replicado por líderes populistas en otras latitudes: desde Europa oriental hasta América Latina, la lección es clara. Si Estados Unidos, emblema de la democracia liberal, puede abrazar la cleptocracia sin consecuencias, ¿qué impide a otros hacer lo mismo? ¿Con qué autoridad moral exigir “ética, transparencia y rendición de cuentas” en China, India o en los países de África?

El mensaje es devastador: en la era de la desinformación y la politización, la corrupción deja de ser un escándalo y se convierte en estilo de gobierno. Cuando habríamos imaginado que un presidente emitiría su propia criptomoneda y premiaría a quienes compran más de 100 millones de dólares.

Al ver todo esto, supongo, los ciudadanos estadounidenses, y en todo el mundo, pierden la fe en la justicia, en la prensa, en la contienda electoral equitativa, poniendo en juego no solo la eficiencia del sistema, sino su misma legitimidad y sobrevivencia.

La lección para las democracias occidentales es terrible y urgente. La corrupción no es solo un delito económico: es una amenaza existencial al sistema político que tanto trabajo ha costado construir de libertades, derechos y justicia. Minar la legalidad y la confianza en las instituciones abre la puerta a un autoritarismo disfrazado de populismo. Defender la democracia exige hoy, más que nunca, defender la integridad de sus reglas, las libertades y derechos humanos, el valor de sus contrapesos y la dignidad de sus principios fundacionales.

Con esta visión de que significa gobernar, Trump hizo su primer viaje a Medio Oriente, a visitar a los ex hermanos árabes del pueblo Palestino, al tiempo que Israel acentúa el genocidio con más bombardeos, la invasión y la ocupación atroz de Gaza.

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Julio Madrazo

Julio es egresado de la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM, con maestría en políticas públicas de la Universidad de Georgetown.

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